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Próximo destino: Madrid

Estoy de vuelta en Madrid, después de todo el viaje. Es loco cómo cambian ciertas cosas: llegué a esta ciudad a la mañana, bien temprano (6:45) y cuando entré en la estación de metro, pensé: “Home sweet home”. Estaba agotada después del largo viaje en coach desde Londres, pero contenta de volver. Cuando estaba bajando por una escalera normal (no mecánica) para tomar el metro de la línea 6, me pasó algo muy típico en mí, pero aquí y en ese momento, muy simbólico. Estaba muy dormida, cargaba la mochila, las dos valijas y una bolsita con lo que quedaba de la comida, y me caí. Por suerte –considerando la longitud de la escalera y todo el peso que yo traía- caí de cola, sentada, pero el dolor en el “huesito dulce” era insoportable. Me quedé sola y llorando (en realidad, articulando algún sonido de dolor, que luego llegó a ser llanto) hasta que llegó una señora, y luego dos personas de la guardia del metro, que me ayudaron y me preguntaron cómo estaba y si me había roto algo, pero cómo saberlo. Yo podía caminar, con dolor, pero me movía, así que así llegué al departamento. Digo que fue simbólico porque desde mañana voy a empezar a buscar trabajo en serio, y en el momento en que caí pensé “caí de todo lo del viaje, volví a la realidad”. Cuando llegué al departamento, todos los chicos dormían. Traté de no hacer ruido y después no pude con mi genio y lo saludé a Javi. Fue una linda bienvenida. Ahora estoy agotada, siento encima de mí las dos noches que pasé en el micro, y el golpe de esta mañana; así que no sé si saldré esta noche con los chicos, a ver el partido Argentina-Brasil en la zona de Sol.
Finalmente, no fueron a ver el partido porque lo pasaban en la tele. Salimos con Javi a pasear al parque Aluche y a hablar un poco de las vacaciones que me tomé y del dinero. No fue una charla muy linda, pero creo que los dos la necesitábamos, para estar mejor con el otro y consigo mismo. Lloré, nos mostramos un poco los dientes pero creo que hoy estamos mejor. Digo, que ese momento de franqueza nos hizo bien.
El lunes, los dos madrugamos y yo compré el diario que trae muchas ofertas de empleo. Pasé un buen rato de la mañana organizando mis llamadas y conseguí dos entrevistas para esa tarde y una para la siguiente mañana. En la primera entrevista me fue muy bien, no por mí sino porque es una empresa que necesita teleoperadoras, y supongo que cualquiera les viene bien. Lo cierto es que eso no era todo, sino que me propusieron ser vendedora en la calle, lo que supone altas comisiones pero una cierta productividad. Me pareció que no perdía nada con probar y esa misma tarde salí con uno de los encargados a hacer una recorrida. El pibe era argentino y mientras andábamos en el auto me comentó algo más de la empresa, todo a los gritos, con un calor terrible y todo el viento y el ruido de la calle. Lo cierto es que cuando terminó el día, estaba deshidratada y me dolía mucho la garganta. Empecé a preocuparme porque era el típico dolor de la angina, y yo todavía sin trabajar y sin seguridad social. Y todavía me dolía mucho el golpe del domingo. Decidí que al día siguiente (martes) tomaría aspirinas para ver si el dolor de garganta no era angina. Por otra parte, sería un día tranquilo porque mami pasaba por Madrid en su vuelta a Argentina y yo me quería dedicar a ella, así que me había organizado todo para estar desocupada en el tiempo que ella estuviera acá. Pude hacer eso, y me dolía menos la cola, pero la garganta empeoraba.
Estar con mamá fue todo un tema. Primero porque, por Natalia, tuvimos que hacer todo un cambio y organización de las valijas y bolsos. Eso llevó mucho tiempo (no tanto: una media hora, pero fue un “must”) y cuando estuvo hecho, había dos valijas pesadísimas, dos bolsos pesadísimos, mucha ropa de abrigo en la mano y mi valija y mi mochila, ambas medio vacías. Yo quería salir del aeropuerto: era un día hermoso, lleno de sol y había organizado el equipo de mates como para pasar una linda tarde. Pero mami tenía miedo de salir y perderse el avión. Yo creo que era así. Y además, digamos a favor suyo que el equipaje era bastante pesado. Pero yo había visto unos lockers y no quería pasar el tiempo con ella encerrada en el aeropuerto. Cuando por fin parecía que se había decidido a salir, nos dispusimos a guardar las valijas en un locker. Y la más pesada, la más grande, no entraba. Entonces ella dijo: si no nos van a dar el servicio que queremos, no dejamos los bolsos. Pero no nos podíamos mover con todo. Costó mucho convencerla, pero cuando vimos que a una o dos estaciones de metro teníamos un lindo parque, y que en ambas estaciones había ascensores, aceptó salir un rato. Dejamos en el locker todo menos la valija grande y mi mochila, que tenía el equipo de mates, y nos fuimos al Campo de las Naciones. La verdad es que no era algo fantástico, pero tenía una fuente, unas flores, unos bancos y una canilla para cargar agua fresca. Tomamos unos mates, un poco de sol, y a eso de las siete y media emprendimos el regreso. Mami había cedido en estar en el aeropuerto un poco más tarde y yo, en no ir tan lejos. Pero cómo costó... La acompañé hasta la ventanilla de la aerolínea y una vez que se presentó y dejó el equipaje que iba a la bodega, se pudo quedar conmigo hasta una hora y veinte minutos antes de que saliera el avión. En la despedida, lloramos un poco las dos (yo más que ella) y le hice prometerme que no esperaría a que yo estuviera deprimida para visitarme de nuevo. Ella trató de consolarme con un kit kat, y si bien sirvió en el momento, cuando me fui lloré un poco más. Y después fui al baño y me tomé el metro al departamento.
Al día siguiente (miércoles 28) tenía 5 entrevistas de trabajo: a las 9.30, 10.30, 12, 13.30 y 16.30. Me manejé bastante bien con los tiempos, pero me sentía afiebrada y la garganta me dolía muchísimo. En ninguna de las entrevistas me fue muy bien: tres eran para ser promotor, en otra buscaban gente con mucho espíritu de líder para departamentos de marketing y en la otra, una recepcionista, pero yo todavía no tenía mi Número de Identificación del Extranjero (NIE). Cuando terminé con la última entrevista, me fui al hospital Gregorio Marañón. No sabía si me atenderían, pero asocié la estación de metro del mismo nombre con el hospital y fui hacia allí. Resulta que ese hospital estaba en otra estación... así que hice otro viaje en metro y llegué. Ya sentía que tenía una fiebre que volaba, y es que no había tomado aspirinas para ver qué tenía. Me costó un poco encontrar el sector de urgencias, y cuando lo encontré, me pidieron la Tarjeta Sanitaria, que no tenía. Le expliqué que no tenía nada más que el pasaporte, y que era una urgencia, y la señora de la recepción me dijo que me atenderían y que una asistente social me explicaría cómo sacar el Número de la Seguridad Social y la Tarjeta Sanitaria. Primero, me atendió una enfermera que me tomó la presión y me hizo un par de preguntas, y después pasé a una sala de espera, a que me atendiera un médico. Me atendió un médico que me controló toda: la temperatura, el ritmo cardíaco, la garganta por fuera y dentro, los tobillos y el estómago. Lo cierto es que me dijo que parecía ser una infección y que debían hacerme un análisis de sangre para “saber qué hacer”. La verdad es que dicho así, me asusté mucho, ya pensaba que tenía que quedarme internada, o que los medicamentos serían carísimos, y no me explicaba de dónde habría tomado una infección. Así que me hicieron un análisis de sangre, y esperé. Mientras esperaba me imaginaba todo lo peor, y me largué a llorar desconsolada. Y fue muy simpático el gesto de un chico, que me ofreció un pañuelo descartable rosa. Yo justo le estaba por decir mi nombre, porque iba a ir al baño a sonarme la nariz y no quería perderme ningún turno ni ningún resultado, pero él justo se me adelantó. Me ofreció todo el paquete, pero sólo acepté uno. Esperé hasta las 9 de la noche, hasta que una médica me dijo que había habido un problema y que no habían podido analizar mi sangre, así que me recetó unos analgésicos por si la infección era viral y no bacteriana, me dio dos pastillas para que tuviera y me mandó a casa sin una respuesta concreta pero con una historia clínica larguísima. Esa noche dormí bien, pero a la mañana siguiente me dolía la garganta y a pesar de que me tomé el medicamento, no se me pasó en todo el día. Así que a la tarde fui al centro médico del barrio, para que me atendieran, y me encontré otra vez con la cuestión de la tarjeta sanitaria. Me atendieron, pero me dieron todos los formularios para que hiciera el trámite. El médico que me atendió y sin análisis me recetó antibióticos. Yo estaba preocupada por el precio que tendrían, y yo todavía sin seguridad social, así que le pregunté si podría darme algún analgésico para pasar esa noche, y él me dijo que eran muy baratos y me explicó que si iba a la farmacia y guardaba el ticket, cuando tuviera la tarjeta me devolverían el dinero. Así que tenía que comprarlos. Yo no sabía qué era barato, así que fui a la farmacia con cuarenta euros, acostumbrada a los precios en Argentina. Grande fue mi sorpresa cuando la farmacéutica me dijo que salía 3,45. Y de eso, todavía me iban a descontar si llevaba la receta de la seguridad social. Al volver de la farmacia me tomé la fiebre y tenía 39.5º!! Con razón me sentía tan mal. Cuando al otro día fui a hacer los trámites para la tarjeta y volví a la farmacia, me devolvieron más de dos euros, o sea que el medicamento, finalmente me costó sólo 1.37!!!

Sábado 31 de julio

Los chicos fueron a jugar al fútbol, y yo, en vez de ponerme a escribir, que era lo que sentía que tenía que hacer, vi Kill Bill. Me encantó. Qué buena película. Y eso que la vi doblada al “gallego”. A la noche, tuvimos invitados. No estoy segura de si festejábamos el cumple de Ariel o si despedíamos a Fer y Pato, que se van a Argentina a casarse. Lo cierto es que vinieron Tobías (alemán) y María, Javier y Cristina, Damián (porteño) y Gloria, Fer y Pato (tucumanos) y Sergio (colombiano). Y nosotros cuatro: Ariel, Edgardo, Javi y yo. Parecíamos un millón. Comimos pizza, papas fritas y maníes y lo pasamos muy bien. Y yo, por fin conocía a todos los compañeros de Javi.

Miércoles 14 de julio

Viajamos a Inglaterra. Como ya habíamos aprendido la lección, estuvimos a horario en el aeropuerto. Todo estuvo bien en el vuelo, y en Gatwick tomamos un tren hasta Bracknell, donde vive Nati. Y pagamos dos pasajes de tren y viajamos las tres. Bien. Después nos tomamos un bus hasta el barrio de Nati y ahí dijimos "Home sweet home". Nos instalamos y después, Nati y yo fuimos al súper.

Domingo 11 de julio

El domingo viajamos a Dublin. Sin embargo, antes de irnos de Longford visitamos la iglesia que se construyó en el mismo sitio donde estuvo aquella en la que bautizaron a Bernard (el abuelo de mi abuela Elena, y de mi madrina Lita; y hermano del abuelo de John). La verdad es que está bueno saber que ahí, en ese mismo sitio bautizaron a mi tatarabuelo, pero si el lugar ya no existe, pierde bastante gracia. La visita fue breve porque empezaba la misa y no teníamos planes de quedarnos. De ahí, rumbeamos a Dublin. Hicimos una parada en el castillo de Maynooth, que fue más interesante que el de Athlone porque tuvimos una guía que nos explicó cómo vivía la gente, y por qué las paredes eran taaaan anchas, nos enseñó un escondite de los guardias para sorprender a los intrusos, y nos hizo ver que el escudo del castillo tenía un mono. Después visitamos la universidad en la que estudió Martin, que antiguamente era sólo para que los varones estudiasen para curas, y ahora tiene muchas más opciones. Y paseamos por el parque, que por cierto es muy lindo y muy verde. Y finalmente nos llevó al B&B que nos había reservado, y nos despedimos. Para esto era ya la tarde, y temerosas de que los supermercados cerraran, averiguamos a qué hora cerraban, fuimos un rato a Internet y después volvimos al hábito de hacer compras para la cena. Fue cómica la cara del señor del B&B cuando nos vio entrar con las zanahorias y las bananas...

Lunes 12 de julio

A la mañana siguiente nos despertamos bastante temprano, tomamos un buen desayuno inglés y salimos de paseo. Mami y Nati querían ir a la St. Christ Church y tomamos, sin querer, el camino equivocado. Cuando mami le preguntó a un joven dónde quedaba la iglesia, él no pudo explicarnos claramente y entonces, en lugar de decir "Miren, no sé", dejó lo que estaba por hacer (después nos dimos cuenta de que seguramente iba a desayunar) y nos acompañó hasta que estábamos encaminadas. Lo cómico fue que este chico tenía en sus manos una cajita de media docena de huevos, y traía otras cosas, así que le ofrecimos guardarle los huevos en nuestra mochila. En la St. Christ Church, para nuestro asombro, cobraban una entrada bastante salada, así que preguntamos si podíamos entrar a orar un ratito y como nos dijeron que sí, entramos a sentarnos tranquilamente un momento. Después nos encaminamos hacia St. Patrick's Church. Ahí también cobraban bastante para entrar, así que hicimos la misma pregunta y nos mandaron a un lugar muy apartado, como si estuviésemos en penitencia, así que mami, Nati y yo nos tomamos de las manos y rezamos un Padrenuestro. Nos quedamos un rato en paz y nos fuimos a tomar unos mates en los jardines de esta misma iglesia, que eran hermosos. Ahí nos sacamos una foto entre nosotras y cuando le pedimos a una señora que nos tomara una foto a las tres, le pasó el fardo a un chico, que después de sacarnos la foto, nos pidió de sacarse él una foto con nosotras. Así que se ubicó muy tranquilo, le pasó el brazo a mami por la espalda y sonriente, se quedó con nuestra imagen. La gente nos resultó muy agradable en Irlanda, por cierto. De ahí nos fuimos al Trinity College. La idea era entrar, a todos lados, pero como en las iglesias, la entrada valía más de lo que queríamos pagar, así que nos contentamos con verlo de afuera. Después nos fuimos a tomar unos mates al lado del río Liffey. Hay que ver la cara que los irlandeses (incluso los más jóvenes) ponían mientras nos veían en el ritual del mate. Lo peor es que nadie se anima a preguntar, y así se quedan con el prejuicio. Después, caminamos por una peatonal hasta el St. Stephen´s Green, un parque muy lindo. Cuando cruzábamos el río, vi una de las placas que hace referencia a la novela de James Joyce, Ulises, que transcurre en Dublín. Tal como papi me lo había sugerido, tenía ganas de hacer el tour del personaje de Ulises, pero después pensé que primero sería más interesante leer el libro y saber de qué se trata. Además, tengo la certeza de que volveré a Irlanda. Y del parque fuimos al súper.

Sábado 10 de julio

Esta mañana quedamos en una hora un poco más razonable para desayunar y también para que Martín nos buscara. Ya estábamos
descansadas de todo el trajín del viaje y dormíamos muy bien. Fuimos a la St. Mel's Cathedral. Ahora estoy un poco confundida, aunque intenté refrescar mi memoria con los folletos. Tal vez tenga que volver para estar segura... Ya me doy cuenta. La St. Mel´s Cathedral está en medio de la ciudad. La otra estaba en las afueras, en un pueblito llamado Ardagh, cuyo centro comercial más cercano es Longford, que es donde está la St. Mel´s Cathedral. Y como se supone que las ruinas datan del año 900 de esta era, Ardagh es un "Heritage Town": un pueblito histórico. Bien. Comparto mis deslices al escribir, a veces es lindo ver cómo un proceso se convierte en producto. Para mí es interesante.
Después fuimos a la casa de Martin, a conocer a sus padres, que se llaman Patricia y Thomas. Muy agradables, pero hablan un inglés medio atravesado, como quien tiene una papa en la boca... y realmente me costó un poco entenderlos. Nos convidaron con té y budines. Cálidos. Sacamos unas fotos y nos fuimos a Athlone, a conocer la ciudad y su castillo. Es un lindo lugar, que está en medio del país, y tiene el río Shannon en el medio. Todo en el medio. El castillo, a Nati y a mí no nos gustó mucho, porque era en realidad un museo de objetos, no de la vida que llevaba la gente que vivía ahí.
Pero siempre es lindo conocer una nueva ciudad, sobre todo si tiene un río cerca. Y cuando salimos del castillo, al costado del río nos sentamos los cuatro a tomar mates y a comer las galletitas "digestive", que me encantan y ahora no puedo conseguirlas. Son integrales pero dulces. Digo que los cuatro tomamos mates porque le convidamos a Martin, quien tomó sin poner cara de asco y dijo que era un sabor al que hay que acostumbrarse (no recuerdo la expresión en inglés, que estaba muy buena por lo simple y explicativa) pero que no le disgustaba. Le explicamos todos los detalles: el mate lavado, el que tiene cascaritas o hierbas distintas o café, el sentido de dar el primer mate a una persona, cuándo se dice "gracias". Una buena lección de costumbres argentinas.
Hicimos una pequeña parada en el B&B y después fuimos a cenar otra vez a lo de John y Kay. Nos recibieron tan bien como el día anterior, y nos convidaron con peceto y verduras. De postre había apple pie y té, por supuesto. Sacamos muchas fotos y mostramos otras tantas. Estábamos ahí sentados, tranquilos, cuando yo me di cuenta de que Kay se parece mucho a mi abuela Elena: tiene los mismos gestos, las mismas expresiones en la cara, las mismas actitudes ante el esposo. Me sorprendí sobremanera porque ellas dos no tienen ninguna relación sanguínea, ni siquiera lejana, que justifique tal parecido. Sólo se puede explicar por compartir el origen. Pero es algo asombroso e inexplicable, porque tendrían que haber conocido a Elena y a Kay.
Cómo decirles lo tristes que nos pusimos todos a la hora de despedirnos. Yo me emocioné mucho, porque fue un viaje lleno de ángeles, de emociones, de encuentros. Fue descubrir que lejos de Argentina, los descendientes de aquellos que se quedaron, efectivamente tienen una conexión con nosotros, que ese vínculo no es ficticio porque tendrían que ver qué parecido tienen mi madrina (hermana de Elena) y John. También se puede pensar que esto parece medio inventado, pero no: mi tía y John tienen las mismas facciones, y es increíble. Y sí, lloramos, mami y yo... y yo la consolaba. Ahora mismo se me hace un nudo en la garganta, y lagrimeo. Es que fue algo muy emocionante.

Martes 13 de julio

A la mañana anduvimos por el centro de Dublín porque teníamos que cambiar dinero y averiguar qué lugar con mar podíamos visitar a la tarde. Nos recomendaron ir a un lugar que ahora no recuerdo porque tiré uno de los mapas. Lo cierto es que perdimos el tren y después decidimos aventurarnos a ir una estación más lejos (con el mismo boleto, claro...), o sea a Malahide. Y nos encontramos con un lugar hermoso, lleno de casitas a dos aguas y unas playas amplísimas y desiertas. Claro, hacía frío. Pero el paisaje era de lo más pacífico. La arena era finísima y los caracoles eran de esos que en las playas argentinas se consideran extrañísimos, y allá había a montones. Junté una bolsa, por supuesto. Y ahora están de adorno en el mueble del living-comedor. Metimos los pies en el agua, Nati y yo hicimos verticales y medialunas, tomamos mates y cuando se puso demasiado frío, volvimos. Fue un día muy lindo. Y llovió, sin falta.

Jueves 15 de julio

Nos tomamos el día medio tranquilo. Yo hice un par de compras en el súper, comimos una comida medio elaborada y nos organizamos para ir al centro de Bracknell. Íbamos a ir dos de nosotras en bici y una caminando, pero siguiéndonos de cerca. Así que salimos Nati y yo en bici y mami caminando. Le dijimos que nos encontrábamos en la rotonda más cercana.
Como nosotras llegamos antes, dimos una vueltita. Y no volvimos a encontrarla. Dimos miles de vueltas, hasta que a mí me pareció verla entre unos árboles y le gritamos. Nos respondió y la encontramos. Se había olvidado de la palabra "rotonda", y cuando llegó a lo que le pareció que era el punto de encuentro no nos vio y en vez de quedarse, empezó a dar vueltas.
Seguimos juntas y llegamos al centro. Fuimos a la biblioteca, y a otros lugares sin importancia, sólo a dar una vuelta. Era un día de descanso, porque al otro día iríamos a Londres.

Viernes 16 de julio

Esa mañana, al llegar a la estación de trenes de Bracknell sobre la hora, nos dimos cuenta de que la Travel Card salía bastante más de lo que pensábamos, y para no comprar apuradas, perdimos el tren y tomamos la decisión con más tiempo. Y decidimos pasear en Londres caminando. Una decisión importante, dado que ni Nati ni mami están acostumbradas a caminar demasiado. Lo primero que hicimos fue ir al Buckingham Palace a ver el cambio de la guardia real. Yo vi el show desde un lugar distinto que la vez que fui sola, y si bien no vi todo lo que pasa adentro del predio del palacio, pero como era de prever, igual fue muy lindo verlo. Siempre uno se pierde algo, no puede estar en todos los lugares a la vez, y por suerte yo pude ver el espectáculo desde dos lugares distintos. Pero para elegir para una próxima vez, creo que prefiero ver lo que pasa dentro de las rejas. De ahí nos fuimos a almorzar a la plaza que está frente al Big Ben y a la Westminster Abbey, y yo me enojé porque tal como nos había pasado con Nati dos años atrás, nos costó cruzar la calle y una moto casi me pasa por encima. Así que estuve un buen rato con cara larga. Fue medio cómico porque entre mi bronca me dije "que lleguen a St. Paul´s si pueden, sin mi ayuda". Por supuesto que pudieron, entre el mapa y preguntando a la gente, que quedaba asombrada de que quisiéramos ir caminando. ¿Cómo les íbamos a explicar que el tube era muy caro? Andábamos de mala suerte: también estaban arreglando el frente y parte del interior de la catedral. De todas formas, la Capilla de los Susurros estaba disponible y por eso decidimos entrar. Dimos una vuelta por abajo, nos colamos en un paseo guiado por una señora que hablaba castellano e italiano y después subimos. Nos ubicamos para hablarnos, y si bien al principio nos costó un poco encontrarle la vuelta, después fue algo hermoso, estábamos a metros y metros de distancia una de la otra y hablando a un volumen normal, nos oíamos perfectamente gracias a la perfección de la cúpula. Después salimos a ver Londres desde arriba, y para cuando terminamos afuera, habían cerrado la Capilla de los Susurros y estaba por comenzar una misa, así que nos quedamos en silencio y quietitas, mirando qué pasaba. Y empezó a sonar un coro celestial, puro, bellísimo. Y nos sentamos, embelesadas, a escuchar. Nos quedamos un rato y luego nos fuimos, rumbo al Museo Británico. Ahí nos encontramos con que no todas las salas estaban abiertas, y yo me dispuse a que mami y Nati vieran aquellas que a mí más me habían impresionado: Egipto, Grecia y la Mesopotamia. Vimos lo que pudimos, pero por suerte casi todas las salas de Egipto estaban abiertas y las vimos. A mí me encantó volver a verlo, con más calma y sabiendo cuánto me iba a impresionar, ya sin la euforia del primer día. Y Nati debió reconocer que le gustó mucho que la llevara.
Caminando despacio, nos fuimos hacia Waterloo, para tomar el tren de vuelta. Estábamos agotadas de tanto caminar. Conseguimos agua para el mate (a esa altura era lo único que teníamos para comer o beber) y en el tren, nos organizamos para tomar mates. Todos los pasajeros nos miraban con cara de "qué droga será esta", y mami, que cebaba, tenía a su lado a un señor de color que la miraba de una forma imposible de no advertir. Con Nati, nos reíamos. Por suerte, el señor decidió sacarse la duda y le preguntó a mami qué era eso. Y charlaron. Al llegar a Bracknell, caímos en la cuenta de que sólo había una bicicleta y éramos tres, todas estábamos cansadas y el bus ya no corría. Fue muy cómico porque un chico se nos puso a hablar y finalmente ofreció acercarnos en taxi a la casa de Nati. Yo me fui en bici. Era la primera vez que hacía el camino y estaba sola. Iba bien hasta que llegó un momento en que no sabía hacia dónde ir, y pasé tres veces por el mismo lugar, y ahí habían dos chicos y una chica, y para cuando pasé por tercera vez, me dije que debía preguntarles, y me acordé de la referencia del KFC. Les pregunté, me dijeron, y también acotaron que estaba cerrado, pero logré decirles que no importaba. Estaba preocupada porque no sabía el teléfono de Nati, y ahí me di cuenta de que tenía el móvil. Así que me tranquilicé y si bien tardé un poco, no me perdí y llegué sana y salva.

Sábado 17 de julio

Nos habíamos levantado tarde y estábamos muy tranquilas desayunando cuando Marc llamó. Ya sabíamos que de su llamada dependía nuestra organización, y tuvimos que apurarnos. Por supuesto, yo salí disparada al centro a comprarle un regalito a Daniel, y Nati empezó a rezongar porque tenía que apurarse y no tenía tiempo para hacer sus cosas. Cuando yo llegué, Marc ya estaba en el living, charlando con mami. La distribución de la casa me permitió subir a cambiarme sin que él me viera antes de que yo estuviera lista, y así hice. Fue muy lindo volver a verlo, nos dimos un fuerte abrazo y al minuto saltó la primera dificultad: me preguntó por Javier, tan suave su pronunciación (Havie), que no le entendí.
Pero bueno, un poco de buena voluntad de los dos lados y nos entendimos. Cuando llegamos a su casa la vimos a Liz, que está igual que siempre, a sus padres, al nene, a Judith y a Valdis y a otra gente que no sé quién es. Después llegó el hermano de Liz y más tarde Anita con Michael y luego Simon.
De comer, había mucha variedad y casi todo me gustaba: papas fritas, barritas de zanahoria, salchichas doradas, tarteletas de distintos sabores, tronquitos de apio, pepino, tomates cherry, y demás delicias. Todo muy lindo pero también bastante armado como un espectáculo memorable: muchas cámaras que filmaban y tomaban fotos, en especial el momento en que brieron los regalos, ya que los padres se sentaron con Daniel (que no se daba cuenta de qué tenía que hacer, por supuesto), sonreían a las cámaras y abrían cada regalo, hacían que el nene jugara y agradecían a cada uno. Pero más allá de esos detalles, fue una buena ocasión para ver a toda la familia, que de otra forma no hubiera sido posible. Anita nos llevó de vuelta a la casa de Nati y quedó en que fuéramos el martes a la tardecita a comer algo a su casa.

Domingo 18 de julio

El domingo nos lo tomamos con calma. Cociné una salsa para unos tallarines frescos que habíamos comprado en el súper la tardecita anterior. Y a la tarde, nos fuimos a Virginia Water. Es un lindo lugar, con muchos chalets, muchos árboles y un parque con un lago. La gente normal va ahí a caminar, pero nosotras, que nos la pasábamos caminando, fuimos a tomar mates y a sentarnos a ver el lago y la gente que pasaba. Después dimos una vueltita y encontramos un arroyito y una cascada. Yo metí mis pies en el agua y encontré algunas monedas de 2 peniques. Y después volvimos a la estación. Fue muy simpático porque cerca de la estación alguien había tirado unas cosas de la casa y como cuando volvimos todavía estaban, las juntamos y las llevamos. Nos hicimos así de un acolchado, una fuente de cerámica y un tazón para la sopa. Y el acolchado nos vino de 10 a Nati y a mí, que dormíamos en el piso. Y cuando Nati me visite, me lo trae.

Domingo 4 de julio

Un poco cansada de no tener compañía en algún paseo cultural (actividad que implicaba "madrugar"), el domingo me fui sola al Museo Picasso, donde vi toda la obra del famoso pintor. La visita está organizada cronológicamente, y si bien no todo me pareció bello, sí me resultó admirable el camino de Picasso. Entre otras pinturas que no podría nombrar, las que más me impresionaron, tal vez porque tenía frescas Las Meninas de Velásquez, fueron todas las pinturas de Las Meninas por Picasso.
De cada una de las zonas del cuadro de Velásquez, Picasso hizo un cuadro, de acuerdo con su estilo. Claro que se hace necesario ver qué parte del cuadro original es el que recrea Picasso, pero una vez que uno tiene claro eso, hay que ver qué buena que es su idea. Claro, también, que si eso se nos hubiera ocurrido a cualquiera de nosotros (o de nuestros amigos que pintan bien), no sería lo mismo. Había que ser Picasso para poder hacer algo así y que la gente piense que es genial.
A la tarde fuimos a la playa nudista, con el sol de nuestro lado. Y la playa estaba llena de gente. Pero siempre se encuentra un hueco para tirarse a tomar sol, y el agua nunca tiene demasiados adeptos. Así que la pasamos muy bien. Pero teníamos que tener un recuerdo de esa experiencia, y no habíamos llevado la cámara de fotos. Así que volvimos a la noche a tomarnos una foto, mami y yo. Llegamos, y aunque estaba fresco, nos sacamos una foto juntas tal como habíamos estado durante el día: sin ninguna vestimenta que nos cubriera. Y nos despedimos del mar.

Lunes 5 de julio

A la mañana, salimos con tiempo rumbo al metro, para llegar así al aeropuerto. La falta de escaleras mecánicas, otra vez, nos jugó una mala pasada, sobre todo porque ahora eran dos las que estaban cargadas de peso. Y yo, que me había organizado para estar más liviana, tenía que compartir el peso de ellas. Renegamos, pero llegamos al aeropuerto en sólo 20 minutos y con tiempo de sobra para hacer todos los trámites para volar. Ese fue nuestro primer vuelo juntas, y fue muy lindo compartirlo. Al llegar al aeropuerto de Orly, en París, nos encontramos con la primera dificultad: el idioma. No es que nosotras pretendiéramos que hablaran castellano, pero al menos inglés. Y no, muy poca gente habla inglés en París. A los ponchazos, entendimos que nos convenía más tomar un taxi que un colectivo. Así que en taxi nos fuimos al hotel. Al llegar, quedamos impresionadas porque parecía ser un hotel muy lindo. Nati se presentó, explicó que había hecho una reserva a través de Expedia y nos indicaron nuestra habitación. Estaba en un 7º piso, tenía TV, y nos esperaban tres toallas chicas y tres grandes, tres jabones de tocador, tres gel de ducha, tres tacitas, tres sobres de café instantáneo, tres saquitos de té de menta y té común, tres potecitos de leche y una pava eléctrica. Después del hostal de Barcelona, nos sentíamos en el paraíso. Tomamos unos mates y nos salimos.
Íbamos a la Torre Eiffel. Tal como en Madrid, un tramo de una línea de metro estaba cortado. Tomamos un bus pero cuando nos bajamos, nadie hablaba inglés y no sabíamos qué combinación tomar para ir. Finalmente, cuando estábamos encaminadas, habíamos retrocedido todo el camino hecho desde el hotel, salvo una estación. Estábamos chinchudas, pero ¿qué podíamos hacer? Cuando llegamos a la estación correspondiente a la Torre eran cerca de las 8 de la noche. Nos bajamos, caminamos un poco, vimos el Sena, y más allá, la gigantesca torre. La emoción que sentimos fue enorme. Yo ya sabía que era grande, pero verla... fue maravilloso. Uno se siente tan minúsculo, tan pequeñín... Y ese enrejado es una obra de arte. Es como una telaraña. De día es gris, o mejor dicho, color plomo. No recuerdo por qué fue que decidimos no subir, lo cierto es que nos contentamos con mirarla y después decidimos ir en busca de algún supermercado, para tener algo de cenar. Fue imposible encontrar un supermercado, incluso un almacén de barrio, un kiosco, abierto. Dimos mil vueltas, preguntamos a varias personas y todas nos mandaban a algún restaurante. Así que nos contentamos con las sobras que teníamos (que eran pocas...) y nos fuimos a dormir, esperando que el día siguiente fuese mejor.

Miércoles 7 de julio

Yo insistía en salir más temprano por la mañana. Es que todos los lugares requieren de -al menos- dos horas para poder apreciarlos, y mami y Nati ya necesitaban un descanso cada dos o tres horas. Así que teníamos que estar organizadas. Debíamos tener agua fresca, comida para el almuerzo y algo para la merienda, al menos. Íbamos aprendiendo. ¿Cuándo no deja uno de aprender? A Versailles llegamos a eso de las 12 del mediodía. Elegimos una entrada de un precio medio, que incluía una visita guiada en castellano de una hora y media de duración. Solas, vimos las Grandes Habitaciones: Grandes Habitaciones del Rey, la Galería de los Espejos (que justo estaba siendo reparada y por lo tanto no se veía) y las Habitaciones de la Reina. En la visita guiada, vimos la Capilla, la Cámara del Rey, las Habitaciones Privadas y la Ópera. Lo cierto es que nos reíamos casi a carcajadas porque el guía en "castellano" hablaba de lo más retorcido. Como ejemplo, decía "grey" en lugar de "rey", y todos los que podíamos, nos reíamos mientras el señor no nos veía. Y ciertamente, esperábamos más de la visita guiada, que duró menos de lo que decía y no nos dijo demasiado. Igual, valgan algunos detalles para ilustrar la vida de estos monarcas: a la mañana y a la noche, el momento en que se cambiaban de ropa para dormir y para encarar el día, era un espectáculo al que la gente acudía. Algo parecido era la cena del rey, pero con un par de ingredientes (valga la acotación) más curiosos: al monarca le servían aproximadamente cuarenta platos. Estos platos se preparaban, por supuesto, en la cocina, que estaba a unos 200 metros del comedor. Así que imagínense que todo llegaría frío en el mejor de los casos, ni quiero saber en días de tormenta, lluvia o viento. Y la gente se instalaba a verlo al rey mientras comía. Y claro, como siempre sobraba comida, ¡¡esos platos se vendían a los espectadores!! De forma que toda la vida que hoy llamaríamos privada, entonces era muy pública (cosa que, de hecho, como sabemos hoy, no acercaba al monarca a la vida de su pueblo, a sus problemas. Era simplemente un espectáculo). Otra curiosidad es que para solventar distintas conquistas o guerras, los distintos reyes fueron vendiendo todas las cosas de valor (elementos de plata y oro) y así es que en el palacio no hay demasiado lujo. Lo que sí hay son muchísimas pinturas, porque a uno de los reyes le encantaban, y tenía -por supuesto- obras en cantidad suficiente como para renovar la decoración cada 6 meses.
Lo que no vimos fue algo parecido a un baño, o en su defecto, alguna bañera, escupidera, o algo para limpiarse. Cuando alguien le preguntó sobre el baño, el guía evadió la pregunta diciendo que no estaban disponibles para las visitas, o algo así. En verdad, no me quedó claro si habían o no, que era una de mis curiosidades desde la secundaria, cuando comencé a escuchar algo de la monarquía francesa y sus particulares costumbres. El día de la visita, el clima estaba variable: llovía, paraba, se nublaba, volvía a salir el sol, así que entre eso y que la visita duraba unas dos horas, decidimos no visitar los jardines del palacio.
Del Palacio, y después de hacer un break, nos fuimos al Museo del Louvre. Ahí, todo fue maravilloso. Además de otras cosas, vimos: La Gioconda (de Da Vinci), pinturas de Rubens, la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, El Esclavo Moribundo (de Miguel Ángel), Amor y Psique (de A. Canova), y demás bellezas. En el folleto, hay una leyenda que reza "Se ruega no tocar las obras". Es llamativa porque está en negrita pero con los bordes borroneados, y debajo, explica: "Las obras de arte son únicas y frágiles. Los siglos han pasado por ellas y debemos conservarlas para las generaciones futuras. Tocar una pintura, un objeto, una escultura, un mueble, aunque sea levemente, los estropea. Sobre todo cuando ese gesto se repite miles de veces. Ayúdenos a proteger nuestro patrimonio común." Es una forma interesante de llamar la atención sobre la importancia de no tocar nada. De ahí, salimos cerca de las diez de la noche, y porque cerraban. Nos tomamos un metro y fuimos a la Torre Eiffel. Llegamos a las diez y media, ya agotadas, y con planes de subir caminando hasta el segundo piso (lo máximo posible por escaleras). Por suerte cerraba a las 12 de la noche, así que teníamos tiempo. Ver París de noche, desde lo alto, fue algo espectacular, inolvidable. El Sena, el Arco del Triunfo, la Catedral de Notre Dame, los parques que rodean la torre, todo es hermoso visto desde arriba y de noche. Y un detalle: si bien la torre de día es de color gris (y supongo que ese es el color que lleva, en verdad), de noche las luces hacen que tome un color dorado muy diferente, y es hermoso. Parece dorada. Y debe ser sólo un juego de luces. Llegamos al hotel a la 1 de la mañana, y nos acostamos a las 2. Esa noche le preguntamos al señor que estaba en el mostrador del hotel por el aeropuerto del que salíamos y no tenía ni idea. Algo ya andaba mal, pero estábamos demasiado cansadas como para resolverlo entonces.

Martes 6 de julio

Fue mejor. Al lado del hotel había un supermercado, y a la mañana, ni bien me desperté, fui de compras. Desayunamos, y luego, como ya sabíamos que la línea verde no funcionaba, nos organizamos para evitarla.
El primer paseo del día fue ir a Notre- Dame. Tomamos el metro hasta ahí y llegamos muy bien. La Catedral está entre dos puentes del Sena. Es decir, tiene río a un lado y al otro. Tiene un gran parque alrededor y es bellísima. Hermosa. Es increíble ver con los propios ojos esas construcciones que uno vio tantas veces en las fotos. Es genial porque cuando no mira un libro, y ve que cada detalle está tan cuidado, en verdad ve las imágenes de una en una. Y cuando mira una obra de arte como esta Catedral, ve que es puro detalle, y todo hecho a la perfección. Y no puede menos que admirarse. Entramos, y también vimos cosas bellísimas. Sólo los arcos góticos, tantos, son una belleza. Ahí me acordé de las clases de Historia de las Manifestaciones Simbólicas, la única materia que tuve en la facultad cuyo nombre Javi se aprendió de memoria. Es hermosa (la catedral, claro).
De ahí, caminando, nos fuimos al Musé D´Orsay. Ahí vimos a los impresionistas. Es tanta la belleza que uno se embriaga. Vimos a Renoir, Van Gogh, Gauguin, Degas, Monet, y quedamos extasiadas. Al salir, necesitábamos una pausa. Tal vez unos mates, agua fresca, ir al baño. En pocos bares te dejaban ir al baño gratis. O tenías que consumir o pagar. Y era así: si no consumís, no pasás al baño. Me acordé del Tour del Descompuesto del Gato y el Zorro, ¿lo escucharon? Empezamos a caminar desde el Museo rumbo al Arco del Triunfo, nuestro siguiente destino, y yo dije: "Seguro que encontramos un supermercado en el camino". No. Por ahí están los negocios de ropa más caros que he visto (ejemplo: un pantalón de jeans por 230 euros, una pollera por cien, etc...). Encontramos un pequeño drugstore y ahí mami y Nati compraron unas bananas. Seguimos caminando, con la pancita llena, pero Nati estaba tan sedienta que iba a comprar una botella de agua en un kiosco, y dijo que no le importaba el precio. Mami y yo nos sentamos en unas sillitas que el kiosco tenía en la vereda, mientras la esperábamos a Nati. Al ratito, salió furiosa: "Están locos, están en pedo", y tenía razón: querían cobrar un litro y medio de agua mineral (que en el supermercado sale más o menos 40 céntimos) 3,80 euros. Las tres nos enfurecimos, y yo insistí en que pronto en algún lugar encontraríamos algún bebedero. Costó, pero lo encontramos, al lado de un lago, cerca de la Plaza de la Concordia (donde le cortaron la cabeza a María Antonieta, si no me equivoco). Por fin. Más serenas, nos fuimos hacia el Arco. De camino, procuramos averiguar dónde había un supermercado, y lo encontramos. Hicimos las compras y después nos fuimos al Arco del Triunfo. Es una construcción muy linda, armónica y llena de relieves (digo, no es un arco liso y listo). Todas las inscripciones y los sobre-relieves hacen alusión a distintas guerras, y ahí está la Tumba del Soldado Desconocido, que representa a todos los que cayeron en la Segunda Guerra Mundial. Al fin, fue un buen día. Digo "al fin" porque en general, París nos resultó bastante hostil: es bastante caro (incluso en el supermercado) que el resto de los lugares y además, es difícil comunicarse con la gente, que sabiendo que vive en una ciudad turística, espera que sea uno el que habla francés. Ellos, no hablan ni inglés. Para poder comunicarse, uno tiene que esperar que alguien que sabe "a little bit" de inglés tenga la buena predisposición de ayudarle. Claro que siempre hay alguien así, pero uno siempre se encuentra en la situación de "rogar" que te ayuden.

Jueves 8 de julio

De golpe, esa mañana, se nos hizo tarde. Nos habíamos despertado a eso de las 10 y cuando salimos, eran cerca de las 12. Creíamos que el aeropuerto no quedaría mucho más lejos que media hora de viaje en taxi. Y de hecho, eso fue lo que nos dijo el señor de la mesa de entradas del hotel. Que quedaba a 40 minutos en taxi. Estábamos apuradas y cuando mami encontró un coche, resulta que la señora no hablaba inglés y no tenía idea de qué aeropuerto le hablábamos. Así que salió este señor del hotel, le explicó y salimos. Viajamos y viajamos y viajamos y el marcador del precio subía y subía, y no llegábamos. Rezábamos, yo tenía "los tres dedos", pero no hubo milagro ni lágrimas que nos hicieran llegar a tiempo. Y es que el aeropuerto de Beauvois (París), no quedaba en París sino en Beauvois, que estaba a unos 40 km. de París. Llegamos justo unos minutos antes de que el avión saliera, pero por más que rogamos y lloramos, no nos dejaron subir. Y perdimos el avión. Estábamos tristes, furiosas, mal, enojadas... todo lo que se puede estar cuando pasa algo así, algo que uno pensó que nunca experimentaría en carne propia. Y no sabíamos qué hacer. Podíamos cambiar el pasaje pero costaba, en concepto de impuestos, 60 euros cada una, que era más o menos lo que había costado el pasaje inicial. Nati insistía en que "las vacaciones se "terminaron", que volvía a Inglaterra, y yo no me resignaba a eso. Además, cuando nos enfriamos un poco, descubrimos que desde ese aeropuerto no se podía ir a Inglaterra, y Nati decía que ella se volvía al centro de París y algo hacía. Pero lo cierto era que no teníamos dónde quedarnos en París, ni cómo volver. Yo estaba muy triste y sentía que ya que estábamos en un aeropuerto, teníamos que esperar alguna señal. La primera que había percibido como tal fue una imagen en un televisor que promocionaba los lugares a los cuales iba la línea aérea en la que íbamos a viajar a Irlanda, y que era precisamente, unos paisajes de Irlanda. Y fue la primera imagen que vi en ese televisor cuando me senté, después de saber que habíamos perdido el avión. Y nos fuimos quedando, hasta que de pronto, una señora que estaba acostada en unos bancos, leyendo, nos dijo que hablaba inglés y nos preguntó si nos podía ayudar. Esta señora tenía una apariencia muy especial: tez muy blanca, muchas pecas claras, el pelo naranja y enrulado, los ojos azules, delgada y llevaba mucha paz consigo. Se le notaba en todo: en la voz, en la postura, en la mirada. Parecía un ángel. Cuando nos preguntó si nos podía ayudar, con Nati y mamá pensamos, y de alguna forma se lo hicimos saber a esta señora, que no creíamos que pudiera ayudarnos de ningún modo, porque el avión ya lo habíamos perdido. Pero ella insistió, muy dulcemente, en que le contáramos lo que nos pasaba, y así fue. Una vez que supo todo, se ofreció en principio para llamar a la casa de Martin para que de alguna forma le hicieran saber a él que nosotras no llegábamos en el avión previsto. Pero nosotras no teníamos el teléfono de Martin. Pequeño detalle. Y sólo sabíamos su apellido. Y por esas cosas que sólo Dios sabe cómo las hizo una, y cómo se da cuenta uno, mamá se puso a buscar en su bolso algo relacionado con la familia de Irlanda, y dio la gran casualidad que traía las fotos de los antepasados en el sobre de una carta que Martin había enviado a mamá y que por supuesto, tenía la dirección completa de Martin. Entonces, Adele hizo algo muy especial: llamó a su esposo y le pidió que buscara el número de Martin en la guía. Y con ese teléfono en mano, Adele llamó a la casa de Martín. Resulta que ahí nos enteramos de que él no tiene móvil, pero su mamá iba a llamar al aeropuerto para darle el mensaje. Adele se ofreció, incluso, para acercarnos a algún punto de encuentro en la mitad del camino, por si Martin no podía llegar al aeropuerto. Para cuando nos decidimos a volar, fuimos a la ventanilla de la aerolínea y pedimos tres pasajes, y no, no había. No teníamos lugar. Así que quedamos en lista de espera. Después, charlando, llegó el dilema de qué hacer si sólo una de nosotras tenía lugar para volar. Pero todo se fue dando: teníamos tres lugares en un mismo avión. Nos pusimos muy contentas, y Nati fue a sacar dinero de un cajero. Con el efectivo en mano, se dispuso a pagar los pasajes. No, no aceptaban ni efectivo ni tarjeta de débito, sólo tarjeta de crédito, que Nati no tenía. Y Adele le ofreció a Nati su tarjeta, por supuesto, a cambio del efectivo. Fue un gesto tan cálido que nos conmovió. Cuando nos subimos al avión, nos dijeron que teníamos una demora de unos 40 minutos por las condiciones climáticas de París, y al fin volamos a Dublin. Cuando llegamos a la sala de espera del aeropuerto, donde Martin debía estar si es que había decidido quedarse, nos ubicamos en un "Meeting Point". Yo miraba hacia todos lados, a todas las personas, porque estaba convencida de que si él estaba ahí, yo lo reconocería. Ya sabíamos que no tenía móvil, así que era una persona especial. No podía ser el flaco de traje y portafolios que estaba como buscando a alguien. Entonces, yo le dije a Nati: "Para mí, es ese de ahí". Y ella me contestó: "¡Pero ese tiene como 50 años!" Y yo me quedé mirándolo, y nuestras miradas se encontraron. Yo necesitaba ir al baño, y como todavía contábamos con la posibilidad cierta de que él hubiera decidido irse, yo fui. Cuando volví, Nati estaba hablando por teléfono con Martin, que ante la duda, había decidido llamar. Y cuando se fue acercando, nos dimos cuenta de que era ese que yo había dicho, y que ciertamente aparentaba más que los 33 años que tiene. Después, charlando, nos dimos cuenta de que a él también le había pasado algo muy curioso: cuando se dio cuenta de que no estábamos en el vuelo que debíamos estar, se dio cuenta que se había olvidado la agenda en su casa y que no tenía el número de Nati, de modo que llamó a su casa para pedirle a la madre el teléfono de Nati. Y fue entonces cuando la madre le dio el mensaje de que estábamos en otro avión, porque el aeropuerto ya no disponía del servicio de mensajería. Y claro, si él no se hubiera olvidado la agenda, no hubiera habido forma de comunicarnos en Dublin. Esas cosas del destino...
Cuando llegamos al auto, que era más modesto de lo que yo suponía, nos encontramos con que el volanta está al revés que en todos los otros lugares, como en Inglaterra. Y camino a Ardagh, en el auto, notamos que todos los carteles de las rutas están en inglés y en irlandés. Después conoceríamos la razón: fue gracias a ese idioma que los irlandeses presos por los ingleses lograron organizar la liberación de Irlanda sin que los ingleses se enteraran. Por eso es que hoy se enseña en todas las escuelas y se utiliza como lengua oficial en todos los comunicados del gobierno. Al llegar a Ardagh, nos dimos cuenta que a pesar de que habíamos perdido el avión, los planes no eran que nos quedáramos en la casa de Martin o Kay y John sino en un B&B. ¿Y bueno, qué podíamos decir? Además, supuestamente era por las dos primeras noches, pensamos que tal vez para conocernos, y nos pareció bien. Así que llegamos al B&B, nos arreglamos un poco y al rato Matin nos pasó a buscar para ir a cenar. Fuimos a un restaurante italiano y ¡por fin! comí lasagna, algo caliente. Quedamos en que a la mañana siguiente nos pasaría a buscar a eso de las 11, para salir a pasear un poco y también para ir a la casa de Kay y John. La señora del B&B nos preguntó si queríamos English Breakfast o Continental Breakfast. Mami y yo elegimos el English: panceta, salchichas, huevo frito y café o té. Pero Nati eligió el continental (yogurt, frutas, cereales, jugo y pan con mermelada), de manera tal que a la mañana siguiente teníamos todo esto a nuestra disposición. Y le hicimos honor."

Viernes 9 de julio

Martin llegó muy puntual. Salimos a ver las ruinas de una iglesia en la que se supone que predicó St. Patrick. Al lado de estas ruinas hay una iglesia un poco más nueva y un cementerio. Lo que me impresionó de la iglesia vieja es el ancho de las paredes, que no eran de menos de 40 cm. Después fuimos a un lugar que se llama St. Bridget School y que se dedica a enseñar a las mujeres todas las labores del hogar: cocina, tejido, bordado. Creo que es como una escuela de manualidades, en realidad, pero no recuerdo si es de enseñanza oficial u optativa. Los varones aprenden carpintería y herrería. Interesante. También hay establos y un gran parque.
Todo el paisaje de Irlanda es muy verde, y esto tiene una explicación: todos los días llueve un poco, no importa si es verano. Hay sol, y de pronto aparece una nubecita con un chaparrón a cuestas. Después de ese paseo, Martin nos llevó a la casa de Kay y John. Ellos viven en medio del campo. Uno pensaría que en países tan pequeños, y tan desarrollados, no quedan rincones de paz. De hecho, el patio de casa, por ejemplo, era una de las cosas que más me dediqué a disfrutar, temerosa de no encontrar lugares así acá en Europa. O lugares como el parque de 9 de Julio, que es tan lindo. Y sin embargo, tanto Kay y John como Martin viven en casas muy tranquilas, en medio del campo verde y de los árboles llenos de hojas. En medio de la llanura. Cuando llegamos, Martin tocó el timbre y poco después, Kay y John abrieron la puerta. John es pariente lejano nuestro, y el parentesco es el siguiente: el abuelo paterno de John y el abuelo paterno de mi abuela Elena (la mamá de mi mamá) eran hermanos. Nos recibieron con mucha calidez y nos convidaron con un té con sandwiches de jamón y queso y fruit cake casera. La verdad es que los tres eran amorosos. Algo muy especial fue ver lo que en castellano llamaríamos "quincho": una construcción rústica, con techo de paja y piso de barro. Esa era la casa del abuelo de John, y aunque ahora está llena de trastos viejos de una familia de esta época, bien se podían apreciar las cosas que estarían desde el siglo XIX o principios del XX: todo un mecanismo en el hogar a leña para poder cocinar, que incluye una pava inmensa y pesadísima y otros cacharros. A mí me conmovió todo eso. Hay un par de fotos que sacó Nati, que muestran el lugar. Charlamos y quedamos en que volveríamos para cenar. Cenamos mucho más temprano que el día anterior: a las siete y media de la tarde, mientras todavía era de día. Comimos pollo, arvejas y papa, o algo así, y de postre apple crumble tibio con crema batida. Y después de cenar, por supuesto, otro té. Todos estábamos encantados de conocernos.

Sábado 3 de julio

Ya era demasiada playa y muy poca cultura, así que el sábado dijimos que al menos, teníamos que ver la Sagrada Familia. Así que desayunamos y hacia allí nos dirigimos, metro mediante. Salimos del metro y yo quedé extasiada. Una mole, llena de detalles y con varias cúpulas, se imponía sobre todos nosotros, y nos dejaba pequeñísimos. Verla es algo inexplicable. Parece muy bien lo que es: una ofrenda a Dios, una demostración de la fe. Y me imagino que su creador tendrá el cielo, porque la idea que tuvo y llevó a cabo hasta donde pudo, es algo magnífico. Lo más loco de todo es que todavía esté por la mitad, después de tantos años de que fue comenzada. Y que aún así sea tan bonita. No nos pareció que fuera necesario entrar, bastante belleza había afuera y la disfrutamos.
Más tarde, fuimos a la playa nudista, mami y yo dispuestas a hacer nudismo y Nati, con la idea de probar el topless. El clima no acompañaba pero nuestra voluntad era fuerte, y vestimos con el traje de Eva y así nos metimos al mar. La sensación de estar en el mar así es bellísima. Lo más simpático era que yo tenía en la piel la marca de la malla, y a nadie le importaba. Y yo me sentía cómoda como si siempre lo hubiera hecho. Pena que el sol no estuvo de nuestro lado. Sin embargo, la parte buena de eso era que no había mucha gente y tal vez por eso fue más fácil aclimatarse a estar en una playa nudista. A lo que también tuvimos que acostumbrarnos fue a que los hombres guapos se besaran y acariciaran entre ellos, a que un hombre desnudo se acercara lo más campante a pedirte "un mechero" (encendedor para todos), a que alguno mirara más que otro, a chocarse a alguien desnudo en el mar, a que llegara un joven en jeans y se fuera desvistiendo hasta quedar desnudo... y a que todo eso fuera normal.
A la noche, después de cenar, fuimos a tomar un helado a una heladería artesanal que vendía helado de dulce de leche, y fue muy bueno. Nada que ver con el de Mario, pero ¡vale, chaval! Estábamos en la calle cuando yo vi la luna llena sobre los barcos, y lamentamos no haberla visto salir. Así que dijimos que al día siguiente no nos la perderíamos.

Viernes 2 de julio

Hicimos lo mismo que el día anterior: playa por la tarde, temprano. Pero con Nati tuvimos que volver a una costumbre de nuestras vacaciones en las playas de Argentina: caminar en la arena.
Acá era un poco difícil porque la arena no era tan suave, había muchas piedras y además, poca playa. Sin embargo, no nos rendimos y salimos a caminar hacia el muelle. Y de golpe, yo le dije a Nati: "No mires, pero hay un tipo desnudo". Para qué le habré dicho eso, lo primero que hizo fue mirar. Fue el primero que vimos, pero no fue el único. Sin habernos dado cuenta, habíamos llegado a una playa nudista. A primer golpe de vista, parecía una playa nudista sólo para hombres, tal vez gays, pero pronto vimos una señora que también estaba desnuda y nos dimos cuenta de que era para todos. También
vimos gente con sus trajes de baño habituales, o mujeres que sólo hacían topless, y con Nati dijimos que era un buen lugar para ir al día siguiente. Le contamos a mamá y ella coincidió, así que para el día siguiente teníamos un programa más interesante. No es que no hubieran cosas interesantes para hacer en Barcelona, pero estábamos disfrutando, después de mucho tiempo, de la playa, y qué mejor que darnos los gustos pendientes de hacer topless y nudismo.
A la noche, volvimos a la playa para ver salir la luna llena, pero estuvo nublado y no nos dio el gusto. Mami dijo que era porque la Luna es como una mujer, a veces caprichosa, pero yo creo que era porque la tapaban las nubes...

Jueves 1 de julio

Como ya sabíamos el camino hacia la playa, y teníamos planeado disfrutarla hasta el máximo, hicimos el siguiente plan: organizar primero la comida, para que el supermercado no nos cerrara en la cara, luego almorzar y después ir a la playa (mate en mano, por supuesto), y no volver hasta la tardecita. Y así hicimos este día y todos los demás. El mar me sorprendió con unas pocas olas más. Con Nati nos reíamos, decíamos que "estaba picado". Los guardavidas estaban muy atentos y por autoparlantes anunciaban que uno debía tener cuidado, pero nosotras nos las habíamos visto con olas mucho más grandes, y bien. De todas formas, el mar no estaba tan picado como para que uno no pudiera optar entre nadar (lo que hizo Nati) y barrenar, que fue mi opción. Es que yo pienso que para nadar muy bien viene una pileta común, en cambio para barrenar unas olas, nada mejor que el mar. Si bien veo anuncios de piscinas con olas, no creo que sean tan buenas como las del mar, y en todo caso, siempre serán pagas y dulces. Y las olas son naturales, gratis y saladas. Gustos son gustos... Por mi parte, yo estaba más desinhibida en el tema topless. Ya lo hice como si fuera una costumbre de siempre. Es loco cómo se acostumbra uno a las cosas que le gustan.