1 de mayo en Roma
Sacamos los billetes para Roma mucho antes de viajar, no sé si en diciembre, ni bien supimos el calendario laboral de este año o a la vuelta de Argentina. La cuestión es que como siempre, sacamos los pasajes y nos relajamos, como si con eso bastara. Así que tiempo después, ya urgidos por la proximidad de la fecha, nos centramos en el hospedaje. Cuando vimos las opciones, una de las más convenientes parecía un B&B un poco alejado pero al que se llegaba con un autobús que se tomaba en una estación de metro tampoco tan alejada.
Luego se sumó Nati, que también tenía el “huevo” de Roma, y por suerte consiguió una pieza en el mismo B&B. Todo organizado.
Más cerca de la fecha, comenzamos a preocuparnos por llegar al aeropuerto, ya que el vuelo salía tan temprano que no nos daba tiempo a llegar con el metro. El miércoles, yo perdí buena parte de la tarde analizando cómo llegar a la estación de Barajas desde donde nos dejaba el búho, viendo si había parada de taxis en esa plaza y probando cuándo tardaba el metro a la T4. Ya estábamos listos para irnos a dormir cuando Javi, buceando en la web de la EMT encontró el 204, cuyo primer servicio es a las 5.20 y nos venía perfecto.
Nos despertamos en función de la hora a la que supuestamente pasaría el búho por la esquina de casa, así que cuando vimos que faltaban más de 20 minutos, decidimos irnos a Puerta del Ángel, por donde pasaba uno un poco antes. Cuál fue nuestra sorpresa cuando lo perdimos por un par de cuadras... Enojados por nuestra impaciencia, y como ya habíamos perdido 20 minutos, decidimos tomar un taxi hasta Cibeles. Con un poco de atasco por Sol, llegamos bien para tomarnos el búho ahí, pero resulta que con los preparativos para festejar el 2 de mayo, habían movido las paradas hasta la Plaza de Neptuno. Corrimos hasta ahí, y llegamos a tiempo para tomarnos el N4 tal como lo teníamos previsto. Una vez en la parada de Av. de América, ya esperando el 204, nos dimos cuenta de que el taxi no hubiera costado mucho más hasta ahí, que podríamos haber esperado el N16 y que también podríamos tomado el siguiente N4. Pero bueno, era nuestra primera vez y bastante bien íbamos.
Llegamos al aeropuerto muy bien, un ratito antes de las 6. Pasamos por seguridad y enseguida nos instalamos en la zona de la derecha de la T4, seguros de que saldríamos de ahí. Extrañados de que no apareciera nuestro vuelo, nos fijamos en las pantallas y resulta que salía de la otra punta. En ese momento es cuando los carteles que anuncian que se tarda 10 minutos en llegar de una punta a la otra te pueden sacar los nervios. No paramos de correr, yo muy nerviosa porque el billete electrónico decía que el acceso se cerraba 15 minutos antes y estábamos al límite. Llegamos bien, muy bien: el avión salió con un retraso de una hora, durante la cual todos aventuramos distintas teorías. Al final salimos a una hora razonable, aunque preocupados porque llegaríamos con retraso.
Al llegar a Roma, fuimos a la oficina de turismo para comprar todas las tarjetas de transporte y turismo y así estar listos para todo. Luego de eso, fuimos a tomar el tren. Como sabíamos que teníamos que comprar el pasaje antes de subir, nos dedicamos a ello. Había otro punto de información al turista y allí fuimos. Luego de unas vueltas, nos dimos cuenta de que en realidad usaban ese nombre para atraer turistas desprevenidos y cobrarles 20 euros cada uno por un servicio puerta a puerta, frente a los 5.5 del tren normal. Así que fuimos a comprar el billete a la ventanilla de la empresa de trenes, y de ahí al andén a esperar el tren, que salía 20 minutos más tarde. A esto, ya eran las 11.10...
Más o menos a las 12 nos bajamos en la estación Ostiense, donde supuestamente combinábamos con el otro tren regional para llegar a Villa Aurelia. Lo que se le olvidó decirle a la del tren fue que tendríamos una hora de espera. Para evitar perder tanto tiempo, decidimos tomar el metro, y ahí fuimos. Llegamos a Villa Aurelia antes de que saliera el tren desde Ostiense, buen balance. Pero no había forma de encontrar el 906. Todas las opciones que probábamos fallaban. Probamos todas las calles obvias, preguntamos al diariero, dimos vueltas, subimos, bajamos... Hasta que le preguntamos al kiosquero de la estación y luego de un intento fallido y de preguntarle de nuevo, dimos con la parada. Esperamos un ratito, y llegó el 906. Por fin! Ya eran las 13.30... Y ahí terminaba el último trayecto hasta las 16.30. Estaba claro, estábamos camino de perder todo el día, tal como había vaticinado el pesimista mientras esperábamos el avión pero por otras razones, bastante más tontas. Y así nos sentíamos, tontos.
La única forma de llegar al hotel antes de las 17.00 era tomar un taxi. Pero desde ahí no se veía ninguno. Así que optamos por seguir el camino del autobús, lleno de recovecos, y ver si así teníamos suerte. Tuvimos que caminar mucho, bajo el sol, para llegar a una avenida por donde pasaban al menos dos autos seguidos que no estacionaban en la siguiente puerta de garaje. En una estación de servicio vimos un taxi libre, pero ya no trabajaba. Pronto vimos el siguiente taxi y nos subimos. Empezó a andar y andar y de pronto nos asustamos: tomó la autopista, cambió la tarifa y parecía que se alejaba de todos los lugares habitados. Su respuesta corta y afirmativa no hizo sino asustarme más, pero qué podíamos hacer... Al final tenía razón, era lejos y nos había llevado por buen camino. Llegamos con una gran sensación de alivio pero también con los nervios de no saber si Nati nos esperaba todavía. Nos atendió un hombre, muy amable, que nos dio las llaves, mapas, escaneó nuestros pasaportes... todo antes de confirmarnos si estaba o no Nati. Por fin nos vimos, la pobrecita estaba esperándonos. Qué alivio!
Nos dimos un fuerte abrazo, nos contamos las respectivas andanzas para poder llegar al B&B, y después, lo primero que pensamos fue: “vamos al centro”. Esperaríamos a las 16.30, cuando se reanudara el servicio de autobuses, para no gastarnos un dineral en taxi. El autobús pasaba cada hora. Salimos y nos sentamos en la parada más cercana, que además tenía sombra. Vimos la otra parada, pero pensamos que estaban tan cerca que podríamos parar el autobús que pasara para un lado u otro en cuanto lo viéramos. La cuestión es que luego de unos cuantos mates, en cuanto vimos venir al primero, nos dimos cuenta de que era el que teníamos que tomar, pero estábamos en la parada equivocada. Frustrados, muy frustrados, decidimos que aunque tuviéramos que esperar una hora más, si ya habíamos esperado una y no queríamos volver a gastar en taxi, esperaríamos. Y nos mudamos de parada...
Al final llegó el micro. Estábamos felices porque al fin nos habíamos encaminado al centro. A encontrarnos con la ciudad. A llenarnos de ella, en ella. Y teníamos un hambre... Tomamos el 906 hasta Villa Aurelia, y de ahí el metro hasta Spagna, para ir a la tan sonada Plaza de España. Cuando salimos del metro, llegamos a la realidad que nos encontraríamos todo el fin de semana: un hormiguero de gente de todos lados, todo el tiempo, en todos los lugares. Decir que había mucha gente en todos lados es poco. Estaba bien para la gente que decía al volver de Mar del Plata “¡¡Estaba hermoso, había de gente!!!”. Muy linda, pintoresca con sus escaleras, pero la iglesia de atrás, en obras. ¡Vaya suerte! De ahí, siguiendo a la muchedumbre, fuimos a la Fontana di Trevi. ¡Qué bonita! Imponente, bella, armónica... Y claro: llena de gente. Lograr una buena foto con nosotros ahí y sin caras extrañas por todos lados era una misión imposible, por lo que nos centramos más en ad/mirar la belleza de esas formas y en escuchar el ruido del agua. Hay cosas que cuesta transmitir con palabras. La sensación de ver una fuente con agua que es tan bella que da pena que el agua la esté erosionando es una de ellas. O que la fuente pueda enriquecerse tanto con el arte. O cómo se desdibujan los conceptos en la propia mente. Una fuente, según mi experiencia en 9 de Julio, era una pileta con mucha agua y un par de chorros. Como mucho, tal vez tuviera un par de angelitos en el medio y unos pececitos de color naranja dando vueltas. Pero luego, uno ve las de Cibeles o Neptuno en Madrid y se da cuenta de que también el de las fuentes puede ser un mundo para descubrir.
De la Fontana di Trevi, e intentando huir (¡ilusos!) de la multitud, fuimos al Panteón, no sin antes tomarnos un rico helado artesanal. Si uno se sentía chiquito y sencillo ante la fuente, qué decir ante una mole de cemento que lejos de parecer eso, es la representación misma de la armonía, de la solemnidad. Construido hace miles de años, se hizo como lugar sagrado para el descanso eterno de unos cuerpos ilustres. Cuando uno lo mira por fuera, no puede dejar de pensar cómo esa pequeña cúpula circular que se ve asomar apenas, puede ser, por dentro, tan perfecta como dicen. Le dimos un par de vueltas, admirando el exterior, las columnas, el foso, las puertas de bronce, y luego nos fuimos rumbo al tradicional concierto del 1 de mayo. A Nati se lo había recomendado María, una italiana del trabajo, y el señor del B&B también nos lo aconsejó, y nos indicó la estación de metro que mejor nos dejaba, ya que la de la propia plaza estaría cerrada. Unas cuadras antes de llegar a la plaza, nos inundó el espíritu del concierto: muchos jóvenes tomando alcohol y fumando, las calles llenas de basura, mucho ruido... Ese era el espíritu del 1 de mayo. Nos acercamos, cada vez más desilusionados. Cruzamos la muralla que había, tras la cual se veía una pantalla gigante, y en cuanto vimos y escuchamos mejor al que cantaba, decidimos dar la media vuelta. Teníamos que estar en la parada del 906 antes de las 21.00, cuando pasaba el último autobús hacia el hotel. Y queríamos cenar.
Veníamos decidiendo en el micro si nos bañaríamos antes o después de ir a comer, qué pediría cada uno y cuánto gastaríamos... cuando llegamos y vimos que estaba cerrado. Eran las 21.30 y no había ni rastro de nadie. Ni un alma. Nati nos dijo que ella había preguntado si abrían todos los días y le habían dicho que sí. Pero estaba claro que el 1 de mayo en Italia no es un día como los demás. Así que intentamos salir a buscar el otro lugar para comer que estaba señalado en el mapa que nos habían dado en el B&B. Para estar seguros de no perdernos, les preguntamos a unos hombres que encontramos en el camino, y nos dijeron que seguramente estaría cerrado por festivo. Así que dimos media vuelta. Probaríamos suerte con la comida a domicilio. Al final sí que tuvimos suerte: llenamos el estómago con una pizza medio berreta y un poco de gaseosa. Si no comenté nada sobre el almuerzo, fue porque no hubo... O sea que en el día sólo habíamos comido el licuado a las 4 de la mañana, unas galletitas, agua y el helado. Necesitábamos cargar energías. Nos comimos todo. Era temprano cuando terminamos de cenar: nos bañamos y nos fuimos a dormir, esperando que el día siguiente fuera mejor.