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Próximo destino: Madrid

1 de mayo en Roma

Sacamos los billetes para Roma mucho antes de viajar, no sé si en diciembre, ni bien supimos el calendario laboral de este año o a la vuelta de Argentina. La cuestión es que como siempre, sacamos los pasajes y nos relajamos, como si con eso bastara. Así que tiempo después, ya urgidos por la proximidad de la fecha, nos centramos en el hospedaje. Cuando vimos las opciones, una de las más convenientes parecía un B&B un poco alejado pero al que se llegaba con un autobús que se tomaba en una estación de metro tampoco tan alejada.

Luego se sumó Nati, que también tenía el “huevo” de Roma, y por suerte consiguió una pieza en el mismo B&B. Todo organizado.

Más cerca de la fecha, comenzamos a preocuparnos por llegar al aeropuerto, ya que el vuelo salía tan temprano que no nos daba tiempo a llegar con el metro. El miércoles, yo perdí buena parte de la tarde analizando cómo llegar a la estación de Barajas desde donde nos dejaba el búho, viendo si había parada de taxis en esa plaza y probando cuándo tardaba el metro a la T4. Ya estábamos listos para irnos a dormir cuando Javi, buceando en la web de la EMT encontró el 204, cuyo primer servicio es a las 5.20 y nos venía perfecto.

Nos despertamos en función de la hora a la que supuestamente pasaría el búho por la esquina de casa, así que cuando vimos que faltaban más de 20 minutos, decidimos irnos a Puerta del Ángel, por donde pasaba uno un poco antes. Cuál fue nuestra sorpresa cuando lo perdimos por un par de cuadras... Enojados por nuestra impaciencia, y como ya habíamos perdido 20 minutos, decidimos tomar un taxi hasta Cibeles. Con un poco de atasco por Sol, llegamos bien para tomarnos el búho ahí, pero resulta que con los preparativos para festejar el 2 de mayo, habían movido las paradas hasta la Plaza de Neptuno. Corrimos hasta ahí, y llegamos a tiempo para tomarnos el N4 tal como lo teníamos previsto. Una vez en la parada de Av. de América, ya esperando el 204, nos dimos cuenta de que el taxi no hubiera costado mucho más hasta ahí, que podríamos haber esperado el N16 y que también podríamos tomado el siguiente N4. Pero bueno, era nuestra primera vez y bastante bien íbamos.

Llegamos al aeropuerto muy bien, un ratito antes de las 6. Pasamos por seguridad y enseguida nos instalamos en la zona de la derecha de la T4, seguros de que saldríamos de ahí. Extrañados de que no apareciera nuestro vuelo, nos fijamos en las pantallas y resulta que salía de la otra punta. En ese momento es cuando los carteles que anuncian que se tarda 10 minutos en llegar de una punta a la otra te pueden sacar los nervios. No paramos de correr, yo muy nerviosa porque el billete electrónico decía que el acceso se cerraba 15 minutos antes y estábamos al límite. Llegamos bien, muy bien: el avión salió con un retraso de una hora, durante la cual todos aventuramos distintas teorías. Al final salimos a una hora razonable, aunque preocupados porque llegaríamos con retraso.

Al llegar a Roma, fuimos a la oficina de turismo para comprar todas las tarjetas de transporte y turismo y así estar listos para todo. Luego de eso, fuimos a tomar el tren. Como sabíamos que teníamos que comprar el pasaje antes de subir, nos dedicamos a ello. Había otro punto de información al turista y allí fuimos. Luego de unas vueltas, nos dimos cuenta de que en realidad usaban ese nombre para atraer turistas desprevenidos y cobrarles 20 euros cada uno por un servicio puerta a puerta, frente a los 5.5 del tren normal. Así que fuimos a comprar el billete a la ventanilla de la empresa de trenes, y de ahí al andén a esperar el tren, que salía 20 minutos más tarde. A esto, ya eran las 11.10...

Más o menos a las 12 nos bajamos en la estación Ostiense, donde supuestamente combinábamos con el otro tren regional para llegar a Villa Aurelia. Lo que se le olvidó decirle a la del tren fue que tendríamos una hora de espera. Para evitar perder tanto tiempo, decidimos tomar el metro, y ahí fuimos. Llegamos a Villa Aurelia antes de que saliera el tren desde Ostiense, buen balance. Pero no había forma de encontrar el 906. Todas las opciones que probábamos fallaban. Probamos todas las calles obvias, preguntamos al diariero, dimos vueltas, subimos, bajamos... Hasta que le preguntamos al kiosquero de la estación y luego de un intento fallido y de preguntarle de nuevo, dimos con la parada. Esperamos un ratito, y llegó el 906. Por fin! Ya eran las 13.30... Y ahí terminaba el último trayecto hasta las 16.30. Estaba claro, estábamos camino de perder todo el día, tal como había vaticinado el pesimista mientras esperábamos el avión pero por otras razones, bastante más tontas. Y así nos sentíamos, tontos.

La única forma de llegar al hotel antes de las 17.00 era tomar un taxi. Pero desde ahí no se veía ninguno. Así que optamos por seguir el camino del autobús, lleno de recovecos, y ver si así teníamos suerte. Tuvimos que caminar mucho, bajo el sol, para llegar a una avenida por donde pasaban al menos dos autos seguidos que no estacionaban en la siguiente puerta de garaje. En una estación de servicio vimos un taxi libre, pero ya no trabajaba. Pronto vimos el siguiente taxi y nos subimos. Empezó a andar y andar y de pronto nos asustamos: tomó la autopista, cambió la tarifa y parecía que se alejaba de todos los lugares habitados. Su respuesta corta y afirmativa no hizo sino asustarme más, pero qué podíamos hacer... Al final tenía razón, era lejos y nos había llevado por buen camino. Llegamos con una gran sensación de alivio pero también con los nervios de no saber si Nati nos esperaba todavía. Nos atendió un hombre, muy amable, que nos dio las llaves, mapas, escaneó nuestros pasaportes... todo antes de confirmarnos si estaba o no Nati. Por fin nos vimos, la pobrecita estaba esperándonos. Qué alivio!

Nos dimos un fuerte abrazo, nos contamos las respectivas andanzas para poder llegar al B&B, y después, lo primero que pensamos fue: “vamos al centro”. Esperaríamos a las 16.30, cuando se reanudara el servicio de autobuses, para no gastarnos un dineral en taxi. El autobús pasaba cada hora. Salimos y nos sentamos en la parada más cercana, que además tenía sombra. Vimos la otra parada, pero pensamos que estaban tan cerca que podríamos parar el autobús que pasara para un lado u otro en cuanto lo viéramos. La cuestión es que luego de unos cuantos mates, en cuanto vimos venir al primero, nos dimos cuenta de que era el que teníamos que tomar, pero estábamos en la parada equivocada. Frustrados, muy frustrados, decidimos que aunque tuviéramos que esperar una hora más, si ya habíamos esperado una y no queríamos volver a gastar en taxi, esperaríamos. Y nos mudamos de parada...

Al final llegó el micro. Estábamos felices porque al fin nos habíamos encaminado al centro. A encontrarnos con la ciudad. A llenarnos de ella, en ella. Y teníamos un hambre... Tomamos el 906 hasta Villa Aurelia, y de ahí el metro hasta Spagna, para ir a la tan sonada Plaza de España. Cuando salimos del metro, llegamos a la realidad que nos encontraríamos todo el fin de semana: un hormiguero de gente de todos lados, todo el tiempo, en todos los lugares. Decir que había mucha gente en todos lados es poco. Estaba bien para la gente que decía al volver de Mar del Plata “¡¡Estaba hermoso, había de gente!!!”. Muy linda, pintoresca con sus escaleras, pero la iglesia de atrás, en obras. ¡Vaya suerte! De ahí, siguiendo a la muchedumbre, fuimos a la Fontana di Trevi. ¡Qué bonita! Imponente, bella, armónica... Y claro: llena de gente. Lograr una buena foto con nosotros ahí y sin caras extrañas por todos lados era una misión imposible, por lo que nos centramos más en ad/mirar la belleza de esas formas y en escuchar el ruido del agua. Hay cosas que cuesta transmitir con palabras. La sensación de ver una fuente con agua que es tan bella que da pena que el agua la esté erosionando es una de ellas. O que la fuente pueda enriquecerse tanto con el arte. O cómo se desdibujan los conceptos en la propia mente. Una fuente, según mi experiencia en 9 de Julio, era una pileta con mucha agua y un par de chorros. Como mucho, tal vez tuviera un par de angelitos en el medio y unos pececitos de color naranja dando vueltas. Pero luego, uno ve las de Cibeles o Neptuno en Madrid y se da cuenta de que también el de las fuentes puede ser un mundo para descubrir.

De la Fontana di Trevi, e intentando huir (¡ilusos!) de la multitud, fuimos al Panteón, no sin antes tomarnos un rico helado artesanal. Si uno se sentía chiquito y sencillo ante la fuente, qué decir ante una mole de cemento que lejos de parecer eso, es la representación misma de la armonía, de la solemnidad. Construido hace miles de años, se hizo como lugar sagrado para el descanso eterno de unos cuerpos ilustres. Cuando uno lo mira por fuera, no puede dejar de pensar cómo esa pequeña cúpula circular que se ve asomar apenas, puede ser, por dentro, tan perfecta como dicen. Le dimos un par de vueltas, admirando el exterior, las columnas, el foso, las puertas de bronce, y luego nos fuimos rumbo al tradicional concierto del 1 de mayo. A Nati se lo había recomendado María, una italiana del trabajo, y el señor del B&B también nos lo aconsejó, y nos indicó la estación de metro que mejor nos dejaba, ya que la de la propia plaza estaría cerrada. Unas cuadras antes de llegar a la plaza, nos inundó el espíritu del concierto: muchos jóvenes tomando alcohol y fumando, las calles llenas de basura, mucho ruido... Ese era el espíritu del 1 de mayo. Nos acercamos, cada vez más desilusionados. Cruzamos la muralla que había, tras la cual se veía una pantalla gigante, y en cuanto vimos y escuchamos mejor al que cantaba, decidimos dar la media vuelta. Teníamos que estar en la parada del 906 antes de las 21.00, cuando pasaba el último autobús hacia el hotel. Y queríamos cenar.

Veníamos decidiendo en el micro si nos bañaríamos antes o después de ir a comer, qué pediría cada uno y cuánto gastaríamos... cuando llegamos y vimos que estaba cerrado. Eran las 21.30 y no había ni rastro de nadie. Ni un alma. Nati nos dijo que ella había preguntado si abrían todos los días y le habían dicho que sí. Pero estaba claro que el 1 de mayo en Italia no es un día como los demás. Así que intentamos salir a buscar el otro lugar para comer que estaba señalado en el mapa que nos habían dado en el B&B. Para estar seguros de no perdernos, les preguntamos a unos hombres que encontramos en el camino, y nos dijeron que seguramente estaría cerrado por festivo. Así que dimos media vuelta. Probaríamos suerte con la comida a domicilio. Al final sí que tuvimos suerte: llenamos el estómago con una pizza medio berreta y un poco de gaseosa. Si no comenté nada sobre el almuerzo, fue porque no hubo... O sea que en el día sólo habíamos comido el licuado a las 4 de la mañana, unas galletitas, agua y el helado. Necesitábamos cargar energías. Nos comimos todo. Era temprano cuando terminamos de cenar: nos bañamos y nos fuimos a dormir, esperando que el día siguiente fuera mejor.

Para Juan Gelman, Premio Cervantes 2007

Querido, admirado Juan: Cuando el año pasado decidieron el Premio Cervantes, yo iba en un taxi, desde el trabajo al correo central en la Plaza de Cibeles. Los viajes en taxi siempre me resultan un poco incómodos porque nunca sé hasta dónde queda bien hablar o callarse. Pero estaba la radio encendida y cuando escuché que el premio era para vos, le dije al taxista “Qué bien, se lo merece”. Él me preguntó “¿Está bien dado, el premio, entonces?” Como si mi opinión fuera importante, o le pudiera aclarar algo. Y le dije que sí, que te lo merecés por tu coherencia, por cómo luchaste por encontrar a tu nieta y en ella, la sangre derramada de tu hijo. Y además, por darles a las palabras esa vida propia, esa fuerza que nos mueve a todos el corazón. Por ser el poeta que sos.

Y ayer te fui a ver. “Qué cholula”, me dijo mi marido. Por ahí sí, pero al final no te pedí un autógrafo ni una foto. Me hubiera gustado, pero no se trataba de eso. ¿De felicitarte, por ahí? Puede ser, porque luchaste, con la palabra, por lo que era justo. Porque lograste trascender más allá de los fantasmas de la dictadura. Porque fuiste más fuerte que ellos. Y porque con tus versos llegaste a nuestro corazón. Porque tu presencia conmueve.

Ya sé que esto suena a palabra trillada, a cosa ya dicha y vacía de sentido, pero es lo que siento. Tal vez estés cansado de escucharnos decirte lo mismo una y otra vez, una y otra vez. Por eso se lo dije a Mara. Que me alegró mucho que encontraras a tu nieta después de tanto tiempo, y que te admiro y respeto. No sé si ella te lo dirá, si para ella también son palabras escuchadas hasta el hartazgo. Al menos no me dio esa impresión. Me dijo que Macarena estaba haciéndose el brushing, por acá, que por eso no había ido a la mesa redonda. Y que se lo diría a ella también. Eso sí que no me lo esperaba, pero me alegraría, ya que la celebración del encuentro debía ser mutua, más allá de los traspiés que hayan pasado. Mara me preguntó “¿Quién es Julieta?”, esperando quizás que fuera alguien relevante, conocida, con una historia similar, o que pudiera llegarte de forma especial. Pero no, yo soy sólo una admiradora de tus palabras, tu compromiso y quería que lo supieras. Ojalá Mara te lo diga. Sé que ella debe ser especial. Que de ella, Macarena y vos escucharán que en la puerta de la Casta de América, mientras encendía un cigarrillo, una chica de mochila celeste, acento argentino y un poco de vergüenza se le acercó y le preguntó si ella era tu compañera, Mara. Y le dijo que ante vos se le había nublado un poco todo, por los nervios, viste. Pero que se alegró del encuentro entre los dos huérfanos de Marcelo -como vos más o menos dijiste- y que te admira profundamente. Se le olvidó decirle que te felicita también por el Cervantes, y por ahí fue desatinado decir que te sigue en el Página/12, pero es lo que habitualmente lee. Tus poemas quedaron en la biblioteca de mi papá, en la provincia de Buenos Aires. También hay ahí algún cd que vino con el diario. Y más admiradores. Y por ahí, quién te dice, alguien más que celebra que otra más te diga lo que tantos sentimos.

Las pequeñas cosas

Las pequeñas cosas

Cuando estabapor venir a España, María me contó que en casi todos lados las pelis se veían dobladas. Me imaginaba que sería más difícil encontrar yerba y dulce de leche. Ana me había dicho que había poca variedad de galletitas dulces. Pero nadie me dijo que no encontraría zapallitos de tronco. En seguida los reemplacé para casi todo por los zuchini, y renuncié a los zapallitos rellenos. Me olvidé del sabor y me hice a la idea de que el reemplazo era perfectamente válido. Hasta que en enero, cuando le pregunté a Bruno si quería algo especial de Argentina, me dijo en joda "semillas de zapallitos de tronco". Como adejmás de barato no ocupaba lugar, en La Huerta, el día antes de volver, compré unos cuantos gramos. Metí el sobrecito en la valija pero accesible, por si me decían algo en alguno de los aeropuertos, pero pasé como Pancho por su casa, sin problemas. Al llegar, repartí las semillas en dos sobrecitos. Uno lo llevé a la oficina y el otro, con unos caramelos de dulce de leche, se los subí a los vecinos de arriba, que tienen una "casa en el pueblo" (qué pueblo? el de toda la vida!!). Y cuál fue mi sorpresa cuando el otro domingo, mientras estaba en el Museo Reina Sofía viendo Los Cinéticos, Natalia le dejó a Javi una bolsita con 4 zapallitos y 2 zuchinis!!! Esa misma noche hice zapallitos rellenos con carne, y comerlos fue una fiesta.

Asecto

Mari, estoy pensando en vos desde hace un montón. Lo sabés, y sabrás que es porque te quiero muchísimo. Así que ahora, que tengo ganas, voy a pensar 8 cosas de mí, y seguiré este juego. No sé si con 8 blogs, pero ya veremos cómo lo hago seguir. Pero será como pronto mañana, que ahora me voy a la "pisci".

1. Cada jugador cuenta 8 cosas de sí mismo.
2. Además de las 8 cosas tiene que escribir en su blog las reglas.
3. Por último tiene que seleccionar a otras 8 personas y escribir sus nombres/blog.
4. Por supuesto, no hay que olvidar dejarles un comentario.
5. Pero no dice que sean ciertas.
6. Pero no dice que no se les pueda agregar cualquier tipo de giro.

El Negro

El martes pasado, o el miércoles, fui a la biblioteca buscando Romeo y Julieta, que confieso que todavía no he leído. Me asombró no encontrarlo, y aunque mi primera reacción fue sentir que había perdido el tiempo, opté por deleitarme la vista y la imaginación con algunos libros. Pero como iba a buscar un libro en concreto, opté por seguir mi búsqueda por otros sitios y me fui. Cuando me iba, me llamó la atención un poster de un diario deportivo. Lo miré y comprendí por qué estaba ahí: están organizando un concurso de "libro deportivo". Miré las bases, interesada (últimamente miro todas las bases de concursos de libros interesada, como si eso fuera a hacerme escribir...), y me fui pensando en eso. Por qué punta podría agarrar yo el deporte sin sentir una pasión especial y arrolladora por ninguno. Aquí podemos analizar si uno tiene/puede/quiere escribir acerca de eso que le apasiona o si alcanza con observar la vida y pensar un poco... Yo pensé en el fútbol, y lo primero que me vino a la cabeza es la nergía que mueve incluso en ciudades pequeñas, como 9 de Julio. Me acordé de la cancha del Club Libertad, que veía cada vez que me iba de viaje, y de lo lejana que me resultaba esa cancha, aunque yo era socia del club y supongo que podría haber ido a ver algún partido alguna vez. Me acordé de los chicos con los que nos juntamos mis amigas de la escuela algunos veranos en el club, ya que alguno de ellos jugaba al fútbol en el club. Y del Vasco, cómo no, tan apasionado por Boca y San Martín. Creo que sólo alguna vez lo vi discutiendo mucho mucho por razones peloteras, pero me lo puedo imaginar ahí, en el bar del club, discutiendo de jugadas, de partidos o torneos como si ahí se acabara el mundo. Esa canchita, tan chiquita, con esas gradas de madera, en el medio del campo es la vida de tanta gente... Y claro, en mi reguero de recuerdos futbolísticos, cómo iba a faltar el Negro Fontanarrosa. Pocas veces se me ha venido porque sí a la memoria. Pero cómo olvidarme del cuento del viejito, que logró emocionarme a base de pasión futbolística... Y pensé: si pudiera hacer algo con los clubes de 9 como hizo el Negro con su pasión rosarina, sería Gardel... Y me quedé helada cuando a los dos días leí que se fue. Eso es premonición, conexión, sensibilidad o casualidad?
Negro, yo también te voy a extrañar.

3 años

Parece increíble: hoy hace tres años (sí, 3 años!!!) que estoy acá. Pasaron muchísimas cosas, lindas y feas, conocí mucha gente, hice muchos trámites, estuve en varios trabajos, me hice muchos estudios... mucho de todo, y es que son 3 años! Y parece increíble.

Por fin!!

Ayer comenzó una nueva etapa luego de 9 años. Se acabó. Pude. Soy una afortunada: no sé bien cómo son las estadísticas, pero el sentido común dice que lo que me pasó es casi un milagro. Cuando el año pasado empecé el proceso que me trajo hasta aquí, no creía que hoy me sentiría tan feliz y emocionada. Estoy sana. Soy sana. Como siempre me sentí. Pero anoche fue distinto. Me pude olvidar de algo, luego de 9 años.

Jugamos?

A ver, pregunto pregunto...
Alguien sabe buenos juegos para una reunión? Se viene un acontecimiento que quisiera festejar de otra forma que no sea sólo comer y alabar la comida, sino riéndonos mucho, moviéndonos... Pensaba en juegos como las manzanas en el agua, o los caramelos en el harina, pero no se me ocurren muchos más para un espacio pequeño...

Acepto ideas!!

Preguntas

Por qué casi no escribo, con lo que me gusta?
Por qué nunca tengo tiempo para las cosas que me importan tanto? La solución es dormir menos? O estar todo el día alerta?
Por qué el tiempo en el transporte público lo uso sólo en pensar, en vagar por ideas que luego se quedan ahí?
Por qué no participo en concursos de relatos o fotos?
Por qué no saco más fotos?
Por qué no hice casi nada de lo que me propuse a fin de año?
Por qué no soy más sincera con la gente que quiero?

Alguien tiene alguna respuesta?

Momento de balance

Llegan estos días y no puedo evitar hacer un balance del año, de mi vida en el último tiempo. Y tengo cosas buenas y de las otras. Lo mejor: saber que estoy con la salud de 10, la oportunidad de trabajo que me dieron y estoy desarrollando, y los viajes. Lo feo es cómo me desconecté de todo, hasta de mí. No saqué todas las fotos que tengo todavía en mente, no escribí los viajes, ni suficientes mails, ni muchas de las sensaciones geniales que he tenido. No llamé a toda la gente que hubiera querido en cada momento, dejé plantada a mi familia en varias ocasiones, no retomé el contacto con los primos después de verlos, no les compré regalitos para Navidad ni felicité a Anita por su beba. En suma, todos los ratitos que se pierden en la gran ciudad, en el trajín que impone la dependencia del transporte público (por ejemplo) y que podría haber ganado para mí, no los aproveché. Tal vez por cansancio, por desgano, por dejarme llevar por los pensamientos, o por pensar en las compras o la comida o las webs o lo que sea, los perdí. Y claro, en el día a día no se nota, pero a lo largo de un año, pienso en todo lo que no hice, y es demasiado.
Ahora, de alguna forma, se me estira el año, ya que todo lo consideraré en función del viaje, pero igualmente tengo todavía tantas cosas imprescindibles por hacer, que dudo que me queden ganas para cualquier otra cosa. Bueno, es que también, este año que viene se suma el ejercicio y el cuidado personal a todo lo del día a día: gracias a una muy buena idea del Ayuntamiento de Madrid, hay un abono anual para las instalaciones deportivas por un precio sumamente accesible, y tal como hago con la piscina de verano, lo aprovecharé al máximo. Y seguro que cuando disponga de una hora menos para todo lo que suelo hacer, igualmente tendré tiempo para todo, por eso me da tanta impotencia ahora cuando miro para atrás y descubro que lo que falló es mi voluntad en ciertos puntos críticos.
Bueno, a ver si por fin, un año puedo lograr mínimos objetivos:
* Seguir con mi salud 10 puntos.
* Seguir en el trabajo que tanto disfruto.
* Homologar el título.
* Escribir más. En principio, las Fiestas, ponerme al día con la familia y los amigos y contar el viaje a Argentina.
* Hacer ejercicio frecuentemente.
* Aprender Photoshop.
* Acordarme de los cumpleaños con antelación y felicitar a la gente.
* Mandar tarjetas para Navidad.
* Y lo más personal: no comerme las uñas, tomar suficiente agua, cuidarme, no dejarme estar, vestirme bien...
Parece demasiado, ¿verdad? A ver si puedo lograrlo, aunque sea poco a poco. ¡Qué desafío!

Tarde de domingo en Atenas

Pero ahí no terminó el día... Apenas había pasado el mediodía y quedaba mucho por hacer en Atenas.

Cuando volvíamos caminando desde el metro hasta la casa de Bula, hicimos una breve parada en la casa de Pedro, un amigo de Tasos. Los conocimos a él y a sus padres. Ninguno de los tres hablaba en castellano ni inglés, pero con tanta calidez, la verdad es que nada de eso fue necesario. Tasos les contó quiénes éramos, y ellos, enseguida nos dieron la bienvenida con agua fresca, jugo y unos palitos helados tamaño copetín. Recargamos energías y seguimos caminando hacia la casa de Bula, que nos esperaba para almorzar una comida típica y muy trabajosa que nos había mostrado preparada la tarde anterior. Era Musaká: un pastel que lleva una base de berenjenas fritas, luego una capa de carne picada con salsa de tomates, y arriba, una gruesa capa de salsa blanca muy espesa, con queso. Estaba sabrosísima, deliciosa, y podría haber comido más si no hubiera sido porque con sólo una porción quedé repleta. Además de la musaká, nos sirvieron una ensalada que en esos días sería un clásico: tomates, pepino, queso feta, pimiento rojo, aceite de oliva, sal y orégano. Un día, a la vuelta, cuando la estaba comiendo en el trabajo, mi compañera Bárbara me dijo: "Es como comer gazpacho en ensalada". Exacto. Bueno, volviendo a ese domingo en Atenas: frente a la contundente musaká, y a cualquier otra comida sólida, la ensalada esa es uno de los mejores inventos para el verano: fresca, liviana y rica. De postre, comimos un dulce de uvas que había hecho Bula para que las uvas "no se le echaran a perder", como dicen todas las abuelas. Era de estas uvas blancas, muy ovaladas y sin semillas, y estaba tan rico que yo intenté robarles a Javi y Tasos el juguito que les sobraba en sus respectivos platos. Entonces, Bula fue a la cocina a buscar un frasco bastante grande que me regaló. Y es mi perdición: cada vez que pienso qué gustito dulce puedo darme, me como un par de uvitas. Después del postre, nos tomamos el ya clásico frapé, y después de un ratito de sobremesa, nos pusimos en marcha otra vez. Fuimos al Museo Arqueológico Nacional. Por fuera, está bien, pero no me impresionó mucho: unas columnas, varios árboles, un parque más allá y una avenida frente a la entrada principal. ¿El precio? Comparable al de cualquier otro museo de pago en Europa: 7 €. Y no, siendo domingo como era, no era ni más barato ni gratis, como suele ser en otros sitios. Pero es Grecia, y ahí uno paga lo que le pidan. Esto ya lo hablamos, creo...

El museo es maravilloso, tiene cosas muy bellas y fue hermoso verlas. Empezamos viendo todo, pero luego nos dimos cuenta de la cantidad de cosas que tenía y elegimos ver la antigüedad griega con especial atención. Vimos grandes esculturas en bronce, entre las cuales destacan especialmente las de Poseidón, un niño cabalgando, un hombre y una dama (cuatro en total que me impresionaron especialmente, por su tamaño y armonía). Había otras también muy bonitas, talladas en piedra, pero eran figuras a las cuales estamos más acostumbrados: hombres y mujeres desnudos, de cuerpos tallados con una precisión asombrosa, o ángeles, o animales. Además, miramos las vasijas de barro, que tenían dibujos en negro que representaban ciertas ceremonias, actos o rituales de la vida. También nos acercamos a la zona de los cascos y escudos, para que Javi pudiera ver en vivo y en directo el atuendo de los soldados de la antigüedad clásica. Al final, ya estábamos bromeando: todas las vasijas, preciosas, pero en pocas se veía a la gente haciendo el amor. Entonces, mientras Javi sacaba una foto de un esqueleto rodeado de pequeñas vasijas como muestra para sus amigos de adónde lleva la bebida, Tasos le preguntó a un guardia dónde estaban los cuencos que tenían escenas de sexo, y hacia allí fuimos. Fue divertido, aunque las vasijas no eran ni más lindas ni menos que las otras. Todo era bello, precioso, digno de ver. Lo que fue muy interesante es el avance de la escultura de piedra hacia lo que ahora llamamos la belleza clásica: las primeras figuras humanas eran menos proporcionadas, más gordas y para qué negarlo, menos bonitas. Y poco a poco, uno ve cómo va cambiando la forma de representar el cuerpo humano, y celebra que los griegos hayan sido tan geniales. La belleza del cuerpo de Poseidón es grandiosa. Como su expresividad, a pesar de que sus ojos son un par de agujeros. O la fuerza que impone esa dama de unos dos metros de alto, aunque su cabeza y cuerpo están cubiertos con una túnica que sólo deja ver unos pliegues que, piensa uno, van a volar con el menor soplo. Bello, bello. Todo bello. Sólo belleza.

Salimos en el momento justo: habíamos visto todo lo que queríamos ver, varias cosas más, y ya estábamos empezando a saturarnos. Pero como digo, nos fuimos justo antes de que llegara ese imperativo "Necesito salir", así que salimos encantados de la vida.

Caminamos un poco, rumbo a la estación de autobuses en la que la semana siguiente haríamos solos el trasbordo entre el autobús que nos llevaría desde Kavala a Atenas y el que nos llevaría al aeropuerto. Tasos quería que estuviéramos seguros de que reconoceríamos el lugar y todo, porque estaríamos solos. Después, íbamos a tomar el autobús que nos llevaría a la casa de Bula, pero el kiosco de billetes estaba cerrado, así que Tasos fue a comprarlos a la estación de metro, mientras nosotros dos esperábamos frente al autobús, que ya estaba por salir. Y Tasos no llegaba, y la gente subía al autobús... nosotros estábamos cortando clavos, pero no era grave: en el peor de los casos, perderíamos unos cuantos minutos, tal vez media hora, pero Tasos volvería e iríamos como fuera a la casa de su mamá. Llegó, por supuesto, y emprendimos el regreso. Cuando llegamos, tomamos un frappé con la hermana y la mamá de Tasos, y luego se sumaron a la reunión el hermano con su esposa y su niñita. Intentamos comunicarnos, sacamos unas fotos; vino la vecina de enfrente, muy simpática, nos dejó su teléfono y se fue. A los pocos minutos, volvió con algo en su mano cerrada, que puso en la mía diciéndome "for a memory". Era una cadenita de plata, con unos delfines. Preciosa. Además, nos dejó su teléfono, y luego se fue. En eso que estábamos tranquilos, disfrutando de la compañía del otro, Tasos se dio cuenta de que el reloj de pared de su mamá atrasaba 15 minutos, o lo que es igual, no estábamos retrasados pero teníamos el tiempo justo. Así que salimos disparando con la hermana de Tasos en el coche, rumbo a la estación de trenes. Allí nos encontramos con una amiga de Vaso, que hablaba perfecto castellano y que tenía una bolsa con zapatos para que le lleváramos a ella. Nos los llevamos, la saludamos, y nos fuimos a nuestro tren. Entramos, yo subi a mi camita, me cambie, Javi y Tasos se quedaron en las de abajo (hicieron una suma de pesos y prefirieron estar mas cerca del piso, jeje), apagamos las luces, y con el traqueteo del trenquetrenquetren nos quedamos dormidos.

La mañana del segundo día (Grecia)

Esa noche, caímos rendidos. Después de bañarnos, nos acostamos y ahí quedamos, fritos. Hacía mucho calor, había mucha humedad y el aire nos aplastaba. Así que caímos, agotados, y yo dormí como un tronco. Javi, que sufre un poco más el calor, me comentó a la mañana siguiente que no había descansado demasiado bien; pero igualmente, después de una semana de trabajo, de organizar todo para el viaje, del mismo vuelo y el día tan intenso en Atenas, una noche de dormir sin el límite del despertador parecía un regalo de los dioses del Olimpo.
Igualmente nos despertamos bastante temprano. Nos habíamos acostado a las 12, más o menos, y a eso de las 9 ya estábamos arriba. Desayunamos café griego –este que tiene mucha borra- con unas galletitas de manteca. Muy rico, distinto. En cuanto pudimos (nos costó un poco...), nos pusimos en marcha, rumbo al Partenón. Subiríamos y haríamos todo lo que nos dejaran. Había un sol increíble, y calentaba bastante. Por suerte, yo iba bien ataviada: short blanco, musculosa roja y zapatillas, con medias, para aguantar cualquier caminata. Javi también, iba con remera y short de algodón. Y Tasos, igual. Hasta la estación de metro, un poco distante de la casa de Bula, nos llevó el tío de Tasos. De ahí fuimos a la estación más cercana al Partenón, y entonces emprendimos la caminata. Llegamos al perímetro, pagamos la entrada (12 € para tres días, de los cuales nosotros disfrutaríamos sólo uno, con lo cual resultó un poco caro). De día, se imponía el blanco de la piedra contra el cielo azul. Lo primero que nos encontramos al subir, fue el Teatro de Dionisio. Éste está en la ladera de la sierra en cuya cima se levanta el Partenón. Aprovechando la pendiente que brinda la naturaleza, se organizó el graderío semicircular de piedra, que va subiendo conforme sube la sierra. Llega un punto en el cual –claro, no?- terminan las gradas. Ahí hay un estrecho camino, a cuyos lados están el Teatro y un muro recto que cubre la sierra. Más allá del muro, sobre la cima aplanada de ese accidente geográfico, está el Partenón, que se impone como el monumento más grandioso, pero entre otros no menos interesantes y llamativos. Los teatros que hay son preciosos, y dan testimonio de las grandes obras griegas, de sus autores y sus personajes ya míticos y psicológicos...
El Partenón, cómo negarlo, es impresionante. Creo que está hecho de mármol y el color es muy blanco y uniforme. Las piedras tienen partes muy lisas, pero a ninguna le falta una muesca, ya sea de algún imprudente que la golpeó, de algún ambicioso que le sacó un pedazo, o de las mismas condiciones climáticas que tras miles de años las fueron erosionando. El piso, de una piedra oscura, estaba brillante y suave, como testigo inmóvil y mudo de tantos que han pasado-pisado su cara visible. Entre todas las columnas que soportan el techo, había unos fragmentos, probablemente rescatados después de los ataques que lo dejaron como está hoy –bastante destruido. Estos fragmentos muestran la compleja técnica de construcción de las columnas: cada uno tiene un hueco arriba y una prominencia abajo, gracias a los cuales encajaban unos con otros perfectamente. Eso además de, como estudiamos en la escuela, ese gran truco de hacer las columnas más anchas abajo que arriba para favorecer la estabilidad, pero tan bien logrado que parecen rectas sin serlo. Y la verdad es que uno lo ve ahí, tan venido abajo como consecuencia de que lo usaran como un arsenal, pero tan imponente, testigo de miles de años de cultura, de vida, y no sé qué debería pensar, qué debería inspirar estar ahí. Lo que sí sé es qué sentí yo. Por un momento, me sentí transportada a la antigüedad, y me imaginé cómo debía ser eso cuando estaba en todo su esplendor. Cómo debía ser la vida, qué lugar tenía cada uno, qué sentirían las personas que veían esas grandezas ahí, a su alcance, como algo cotidiano. Pero por otra parte, sentí pena. Mucha pena. Uno da una vuelta por el Partenón y no es el único monumento que puede apreciarse. Hay también unas columnas más allá, está el teatro, y bastante más lejos hay una edificación a grandes rasgos similar, pero creo que inaccesible. Lo cierto es que cuando uno da la vuelta y se aleja de la preciosa y ya famosísima fachada, ve que todo está incompleto, que sólo hay un caballo en el relieve de la cúpula, que en muchas partes todo está “atado con alambre”, y da pena. Pena de que su uso como arsenal lo mandara a la destrucción, pena porque con lo cara que sale la entrada (y por ahí pasan miles y miles de personas), la mala gestión de los fondos impida una restauración de una buena vez, pena de que lo hayan saqueado. Porque aquella sensación, esa emoción que sentí cuando por primera vez vi en el Museo Británico los relieves del Partenón, y la que sentí en el Louvre al ver la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo, eran emociones que debían estar reservadas para Grecia. Para que en Grecia no tuviera que imaginar los tesoros del Louvre o del Museo Británico para darme cuenta de lo grande que es su legado cultural (que, de más está decir, con lo que queda en pie, alcanza y sobra para emocionarse hasta las lágrimas y la taquicardia).
Todas las fotos que nos tomamos con el Partenón de fondo, que a uno le gustaría colgar, ampliar, mostrar a todo el mundo, por tanto sol están inmostrables. En todas salimos como chinos con fiebre, con los ojos chiquititos, abiertos apenas para no chocarse.
Cansados de tanto sol, tanta luz y tanto calor, volvimos al metro.

Pablo Milanés

Yo había oído que Pablo tenía cáncer. Que estaba en las últimas, que hace como cinco años era uno de los últimos recitales que iba a dar. Así que cuando escuché que cantaría en Madrid, me dije “Es mi última oportunidad, así que tengo que ir”. Se lo dije a Javi: “yo voy”. Él dijo que tal vez me acompañaba.
Al tiempo, recibimos una invitación a una boda. Casamiento, bah... era justo el 16 de septiembre, y teníamos que dar la respuesta hasta dos días antes. Fiesta en Granada, que no conocemos, fiesta a todo trapo, a toda tradición, supongo también. A mí me picaba la curiosidad, pero al final, cuando ya tuve que decidir, no dudé: Pablo.
Hacía poco que había terminado la temporada de pileta, pero todavía hacía calor. Bastante. Yo estaba leyendo El Ocho, muy enganchada. Interesante, entretenida. No podía parar, para ser sincera. Así que el viernes 15, a la tarde, me dije (me digo muchas cosas, como es evidente): entre leer en casa, o en el parque de enfrente, me voy a Lago y veo si puedo comprar las entradas para Pablo. Y volví al escenario de mis tardecitas de natación, de sol y relax, pero en lugar de tomar para la pisci, rumbeé hacia la taquilla de la Fiesta del PC. Ahí averigüé que tenía que comprar las entradas al día siguiente. Y de ahí, un poco contra esa naturaleza tan atada a las costumbres, a las rutinas, me fui a leer a la orilla del Lago. Y leí un rato, disfrutando del sonido del agua del chorro que está en medio de la inmensidad del agua. Esa inmensidad que rompe con la rutina gris, citadina, que está tan cerca, a una estación de metro, a dos minutos. Luego de un rato volví, ya con el ansia de que al día siguiente vería a un poeta genial.
El recital estaba anunciado a las 23.00. Habiendo visto la gente que había ido al de Silvio, pensamos que convocaría también a mucha gente, así que salimos de casa a las 22.15. Apuramos el paso, agradecimos lo pronto que pasó el autobús que nos llevó a la estación de metro, y cuando llegamos a Casa de Campo... no había un cúmulo de gente. Todos estaban dispersos, parecía como si no fuera a pasar nada, como si la fiesta se hubiera terminado hacía media hora y recién se estaban yendo. Por un momento, temí que se hubiera terminado todo antes de tiempo. Pero luego vi que estaba todo bien, todo mejor, que no había tanta gente y que la mayoría estaba haciendo botellón lejos del campo desde donde se vería a mi genial Pablo.
Al poco rato de que llegamos, dijo su discurso un señor del PC. Entre otras cosas comentaba la ineficacia de la emigración como solución para problemas que tendrían que resolverse sobre la base de una equidad mundial. Comprensible, pero... difícil tal como están las cosas. Lo cierto es que todos aplaudimos envalentonados, y enseguida sonó la marcha del PC, que ya ni recuerdo qué decía, pero cantamos con los brazos en alto y sonriendo por ser parte de ese grupo que la cantaba apasionado. Cuando terminó, todos aplaudimos y soltaron globos rojos al cielo, y tiritas rojas, violetas y amarillas (los colores de la República) para abajo. Fue un ratito de emoción y hasta nostalgia, porque entre citas de Gramsci, parecía una ilusión a destiempo, o utópica para estos tiempos tan capitalistas.
Cuando terminó el discurso y la suelta de globos y papelitos, todos se dispersaron más si era posible, y con Javi vimos que era posible acercarse más al escenario, a costa, claro, de quedarse parado un buen rato sin ver más que los montadores de los equipos musicales de toda la banda de Pablo.
Yo ya no estaba tan segura de cómo era: las imágenes que recordaba eran aquellas de su mata de rulos, pero era posible que en 15 años (el tiempo aproximado que tiene “Yo me quedo”) hubiera cambiado, así que no esperaba nada concreto. Sólo un negro con una voz divina y una dulzura increíble. Así que por ahí dije “ese es Pablo, mirálo” y alguien me miró pensando “Esta mina que viene a ver un recital gasta la guita al pedo, no sabe ni cómo es el que canta”, pero yo pensé que a esa altura nada me importaba, ya llegaría el momento de verlo cantar y me daría cuenta. Efectivamente, no era ése. Era otro, que de pronto llegó mirando al piso, como quien no quiere la cosa, como quien tiene vergüenza con tanta gente adelante. La que tenía gente adelante era yo: estaba segunda, haciéndome lugar para mi cabeza entre las de dos mujeres que seguramente eran parteras u obstetras o ginecólogas, porque hablaban de bebés como quien habla de que fue a comprar el pan. Javi estaba atrás mío, ajeno a tanto frenesí, si esa es la palabra que define mi estado de ánimo de entonces.
Había que ver la banda de música que lo acompañaba. Percusionistas que tocaban de todo, un pianista genial, un violinista que hacía magia, y un saxofonista que sería la envidia de cualquier fan del jazz, entre guitarras, bajos y otras cositas. Ocupaban todo el escenario.
Empezó cantando canciones que yo desconocía, y que ya no recuerdo. Hasta que fue mechando con De qué callada manera, Yo pisaré las calles nuevamente, La vida no vale nada (canciones que creo que sólo otro par de locos y yo cantamos), Años, que Javi cantó conmigo, abrazándome.
Entre canción medio desconocida y éxitos totales, invitó a cantar a su hija, a otro cubano que vive acá (y que cuando anunció “Un cubano que...” uno gritó “Silvio!!!”), y él descansaba. Creo que eso corroboraba mi idea de que no está muy bien, pero no fue en desmedro del recital.
Cantó Yolanda y fue emocionante, bellísimo. Todos cantábamos, y yo y otros pocos con las manos en altas, algunos con encendedores, pero no eran los encendedores, era la magia de la letra y la melodía. La dulzura de la canción, el encanto de verlo a Pablo cantar Yolanda como cuando uno canta en casa tan tranquilo.
Hacia el final hubo un subidón de éxitos: después de Yolanda, cantó El breve espacio en que no está. Entonces se fue, y Javi decía que ya haría el teatro de volver. Y así fue, luego de que le rogáramos que volviera, volvió, y mientras se acomodaba y todo el público estaba en silencio (algo realmente increíble, casi místico), yo, desde la primera fila gritaba “Yo no te pido” a más no poder, con la voz que me quedaba, y se escuchaba clarísimo mi grito. Pero cantó Para vivir. Todos cantamos a viva voz, y cuando terminamos, yo seguía insistiendo con Yo no te pido, y la gente se hizo eco: hasta un pibe me preguntó cómo era, y le dije “Yo no te pido / que me bajes / una estrella azul” y el pibe empezó a gritar también. Entonces sonaron los primeros acordes de Yo no te pido, y fue emocionante. Yo ya estaba en primera fila, con Javi detrás, porque se había ido mucha gente. Yo sabía que sería la última canción que cantaría, y lo sentí como una bendición, que nos la cantaba a Javi y a mí. Porque quizás nadie lo recuerde sin que se lo diga yo, pero en nuestro casamiento, cuando sonó esa canción, nadie bailaba y nosotros, solos en medio de la nada nos pusimos a bailarla abrazados, y fue hermoso. Y así se fue. Me quedé con ganas de pedirle un autógrafo, de decirle lo mucho que me gusta su música.

El viaje a Grecia (preparativos y primer día en Atenas)

Con un poco de timidez, en septiembre de 2004 le escribí una carta manuscrita a Tasos. Le conté un poco de cómo vinimos Javi y yo acá, que soy amiga de Gla y no mucho más. En esos (y también en estos) días de tanto correo electrónico y páginas web, mi buzón postal estaba habitualmente vacío o con cuentas a pagar. Grande fue mi sorpresa cuando un día, me encuentro un sobre a mi nombre con unas estampillas raras y un remitente en otro idioma. Entonces caí: tenía que ser “el amigo de Gladys”, que respondía a mi carta. Me había contestado de puño y letra, y en un muy buen castellano. Me contaba que estaba encantado de que una amiga de Gladys le escribiera, y que hacía poco que él y su familia se habían mudado de Atenas al norte del país, a una ciudad sobre el Egeo que se llama Kavala. No me acuerdo qué más me contaba, pero no me voy a fijar: era una carta de presentación y de bienvenida a conocernos.

Desde la segunda carta, yo ya opté por la computadora, que me resulta más fácil y me cansa menos las manos. Él, sin embargo, seguía mandándome cartas manuscritas, en un gesto que siempre sentí muy cálido.

Desde su segunda o tercera carta, comenzó a invitarnos a su casa. Lo primero fueron las Fiestas de 2004, luego Semana Santa del 2005, el verano y las fiestas del mismo año, luego febrero de este año (temporada baja de vuelos), Semana Santa de este año, el Mundial de fútbol (decía, para comentarlo con Javi)... Siempre le dijimos que no, principalmente porque veíamos los precios de vuelos y estaban por las nubes, y además porque no podíamos tomarnos días de vacaciones en los trabajos. Pero este año, más o menos en mayo, en el trabajo me dijeron que tenía que tomarme al menos algunos días de vacaciones de este contrato antes de que se terminara. Entonces, con tiempo, comencé a mirar precios. Habituada a vuelos carísimos, cuando vi unos a un precio muy razonable, le pregunté a Javi e hice la reserva. Le pregunté a Tasos y él me dijo “Cómpralos”. Vale, pensé yo... Y luego de solicitar en el banco un gasto con tarjeta de crédito superior al permitido, los compré. Me ilusioné mucho, porque iríamos 8 días a Grecia, guiados por un griego que habla castellano.

Justo venía papá y le encargué un mate bien argentino para Tasos y su familia, símbolo si los hay de la tradición y también de la amistad en Argentina. Para su mamá, le pedí algún detalle, ya que nos quedaríamos dos días en su casa de Atenas.

Mientras pasaban los días, Tasos y yo nos dimos cuenta de que era posible que Javi precisara visa de turista o alguna invitación formal para ir a Grecia. Escribí a la embajada de Grecia aquí y llamé a la que está en Argentina y en ninguna me hicieron mucho caso: como Javi está acá, de la de Argentina me remitían a la de acá, pero como es argentino, de acá me mandaban a la de Argentina. Finalmente, cansada de dar vueltas y no resolver nada, me di cuenta de visitar las páginas oficiales de Grecia. Así como la de Cancillería Argentina informaba qué países necesitaban permisos especiales para entrar por diferentes razones, pensé que el Ministerio de RREE de Grecia debía hacer lo mismo. Visité la página en inglés del Mrio. y efectivamente, informaba que para ir de turista, un argentino no necesita papeles especiales.

Los últimos días me devané los sesos pensando en regalitos para todos: si caía en los típicos y a veces inútiles souvenires o si elegía cosas más útiles e igualmente lindas. Opté por la segunda opción, y a la mamá de Tasos y a Vaso les llevé unos jabones aromáticos artesanales; a los nenes, crayones, lápices y témperas; y a él, por pedido expreso suyo, un diccionario en castellano de sinónimos.

El jueves a la noche, Tasos nos llamó, y me dijo que en el aeropuerto lo reconoceríamos por la foto. Yo le recordé que sólo nos había mandado fotos de sus nenes, así que me dijo que se pondría una remera con los colores de Venezuela, que seguramente nadie llevaría una remera así en Grecia. Yo pensé que en el peor de los casos, él sí nos podría reconocer a nosotros porque tenía una foto reciente.

El viernes terminamos con todo bastante tarde, y agotados. El sábado nos levantamos temprano, porque salíamos de la Terminal 4 y yo ya había visto con papá que se podía tardar bastante en llegar. Al final, llegamos tan temprano a la T4 que tuvimos tiempo para tomarnos un café (que yo acompañé con los últimos alfajores de chocolate que me quedaban de la visita de papá) y para que Javi enviara sus prácticos por mail a sus compañeros. Como siempre, no pudo faltar una visita a los comercios tax free, para perfumarme con las mejores marcas y ponerme crema con ricas fragancias y componentes naturales.

Hicimos el check-in y optamos por estar al lado de la salida de emergencia, creyendo que tendríamos más lugar y estaríamos al lado de la ventanilla, pero nos equivocamos. Nuestros asientos estaban del lado del pasillo y estábamos entre medio de dos ventanillas. Cuando nos parecía que veríamos algo, estirábamos el cuello y veíamos todo lo que podíamos, que igualmente era poco. Para almorzar, Javi había preparado unos sándwiches de jamón crudo y huevo, pero nos sirvieron un plato caliente y caímos en la tentación. Pensamos que luego podríamos comer nuestros sándwiches, que seguramente estaban buenísimos, y durante el vuelo no los atacamos. El viaje se hizo un poco largo, aburrido. Yo me sentía un poco tonta por no llevar ninguna guía de turismo de Grecia, ningún diccionario, ni una lista de palabras básicas en griego. Tampoco me había llevado un libro, sólo tenía la revista del avión y mi cuaderno de notas. Creo que dormimos un poco, estábamos muy cansados y nos esperaba un día agitado.

Cuando por fin llegamos, fuimos a recoger el equipaje y ahí nos dimos cuenta de que no entendíamos nada de lo que decía la gente en griego. Yo me hice de un plano de la ciudad, en inglés y griego, recogimos la valija y salimos. Miré un poco y enseguida lo reconocí a Tasos. Su remera decía Venezuela y tenía una mano en el bolsillo. Lo acompañaba otro señor, más corpulento. Nos presentamos, nos dimos los dos besos de costumbre y luego nos dijo que Yorgos era su hermano, que iría a buscar el coche y nosotros lo esperaríamos a la salida. Yorgos no hablaba castellano, así que yo le hice algunas preguntas de etiqueta en inglés y el resto de las cosas, las traducía Tasos.

Luego de unos 20 minutos de viaje, llegamos a la casa de la mamá de Tasos y Yorgos. Tuve la sensación de que en vez de llegar a una casa de Atenas, llegaba a un barrio de pueblo. Esa y todas las que la rodeaban eran casas de dos plantas: un piso era propiedad de una persona y el otro, de otra. Ambos dueños compartían el patio delantero, que era de paso obligatorio para todos los habitantes del inmueble. Tasos nos precedió al entrar, y su mamá salió a recibirnos con una amplia sonrisa de bienvenida. Nos instalaron en un dormitorio con cama matrimonial, con vista al patio de adelante. No tuvimos necesidad de recorrer la casa para saber que nos estaban dando un lugar privilegiado. Nos ofrecieron “frapé” –café frío batido- y aceptamos. En cuanto nos sentamos a la mesa con la mamá de Tasos y Yorgos y ellos dos para tomar el frapé, nos dimos cuenta de que era imprescindible saber algunas palabras básicas: “hola”, “chau”, “por favor”, “gracias”... Así que Javi sacó su cuadernito y su boli y empezó a anotar. Como buen ingeniero, siguió cierta lógica: comenzó por el abecedario y la pronunciación de las letras y luego llegó a las palabras. En seguida nos percatamos de que para una lectura rápida tendríamos algunos problemas: lo que en castellano es H, en griego es i; la n también es i; la p es r; la v es n. Luego, por supuesto, las diferentes pronunciaciones y la cuestión básica de que es otro idioma. Además de las letras, hay que saber los “diptongos” porque de la combinación de dos letras que por separado tienen dos sonidos diferentes, surge uno solo. Ahora no me los acuerdo, pero es como si la a y la e –ae-, en lugar de sonar ae sonara i.

Luego de tomar el frapé y de aprender algo de griego básico, el tío de Tasos (que vive en la casa que está arriba de la casa de la mamá de Tasos) nos llevó en coche hasta la estación de metro más cercana. De ahí fuimos a “Syntagma”, donde está el Parlamento. En esa estación, así como en otras que luego veríamos, tienen unas vitrinas que exponen los restos arqueológicos que encontraron en ese lugar cuando excavaron para hacer el sistema de metro. Como ya sabíamos algunas letras, intentamos leer, y cuando estábamos subiendo, nos sorprendimos al ver que para indicar la salida, la palabra era “éxodos”, que como ya sabemos, en castellano indica cierta salida... Cuando nos dimos cuenta de eso, empezamos a pensar en todas las palabras que vienen del griego y que usamos con tanta asiduidad; y ese fue un ejercicio que seguimos haciendo durante toda nuestra estadía en Grecia.

El Parlamento estaba bien. Me llamó la atención por grande y distinto pero no tanto por bello. Su fachada, salvo las columnas, es demasiado lisa, y eso me chocó un poco. Los dos guardias de la puerta llevaban uniforme en tonos claros y un arma, y durante todo el tiempo que los estuvimos mirando permanecieron totalmente inmóviles e impasibles. Toda la gente se sacaba fotos a su lado, como en Inglaterra, y ellos ni se inmutaban. Nosotros fuimos originales: ni nos sacamos fotos con los guardias ni nos quedamos a ver cómo era el cambio. A Tasos, el cambio de guardia no le resultaba especialmente atractivo y Javi y yo estábamos ávidos de conocer maravillas. Hacía mucho calor y aunque 15 minutos no era demasiado tiempo para esperar a que los guardias cambiaran de turno, la plaza de enfrente no era especialmente atractiva y preferimos seguir caminando. Cruzamos el Jardín Nacional, pasamos por el Centro de Exhibiciones y Congresos Zapion (donde se hizo el acto en el que Grecia se sumó a la Comunidad Europea, por ejemplo), y llegamos al Estadio Panathinaikon. Ese es el estadio olímpico en el que se hicieron los primeros juegos de la modernidad, en el siglo XIX. Verlo fue hermoso: es uno de los símbolos de la cultura griega, y aunque no es una obra arquitectónica de la Antigüedad, es tan representativo que es como si lo fuera. Es de mármol blanquecino, y altísimo. Sólo lo miramos y sacamos unas fotos, pero con esa emoción que da ver algo único. Ya sé que todo es único, que ese estadio es tan valioso como cualquier otro edificio de la misma época en otro lugar. La diferencia es que cuando vi ese estadio olímpico en Atenas supe que era parte de un conjunto de maravillas que deseaba conocer desde que en primer año de la secundaria, en Historia, conocí la cultura griega. Despacito, con menos prisa que cuando dejamos el Parlamento, caminamos de nuevo a través del parque, esta vez hacia el Templo de Zeus y la Puerta de Adriano. De lo que era el templo, quedan ahora unas piedras en la tierra, como formando un suelo, y unas cuantas columnas altísimas. ¿Qué modelo? La verdad es que no lo sé. Lo cierto es que uno llega a esa parte del parque, y de pronto se encuentra con esas ruinas, que tienen más de mil años de antigüedad, no puede menos que quedarse boquiabierto. Ya estaba anocheciendo, había luna nueva y se veían las primeras estrellas entre las columnas. Era bellísimo. Nos quedamos un rato mirando, disfrutando del momento, sacando fotos, y luego seguimos caminando. Nos acercamos a la vereda más cercana y cruzamos la avenida por cualquier lado. ¿Por qué no esperamos al semáforo, o fuimos a una esquina con cruce peatonal? Porque así andaba Tasos, tan tranquilo y travieso. Creo que en todo el tiempo que estuvimos con él en la calle, si cruzó un semáforo en verde alguna vez, fue por error. Luego de cruzar, nos metimos por una callecita muy estrecha pero llena de negocios abiertos que vendían souvenires, de todo tamaño y precio. Por sacarse el gusto, Javi le pidió a Tasos que preguntara cuánto salía una armadura. ¿Quieren saber? Entre 700 y 7000 euros. Y la más grande sólo medía medio metro... Así fue que Javi se sacó la idea de venirse con algo de ese estilo en la mochila de vuelta. Mientras pasábamos por las callecitas, parecíamos “atrapados en azul”, de tantas artesanías que había del color de la bandera. Tasos nos advirtió que no compráramos ahí, porque era muy caro. Así que curioseamos pero nada más. Caminando, caminando, llegamos... al Partenón. Ya era noche cerrada, con una tímida luna nueva y muchas estrellas... y era maravilloso. No pudimos sacar fotos porque todas salían mal, hubiéramos necesitado un trípode o flash adicional y no teníamos. Igual, ya no me arrepiento de quedarme sin algunas fotos, primero porque para eso están las postales y los libros de arte o arquitectura y además, porque esos recuerdos... no hay quien los quite. Caminábamos por la calle que rodea al Partenón mientras charlábamos con Tasos sobre cómo lo bombardearon, nos contaba del músico que él admira tanto por su ideología y que vive “en esa casa blanca” que estaba por ahí, dimos la vuelta, escuchamos un señor tocando ¿QUÉ INSTRUMENTO?, seguimos caminando mientras veíamos el Partenón desde distintos ángulos (aunque Tasos nos indicó cuál era el más adecuado, aquel desde el que lo veríamos más grande), hasta que llegamos de nuevo al lugar desde donde habíamos salido: el templo de Zeus. Volvimos a la casa de la mamá de Tasos, pedimos suvlakis para cenar, y nos fuimos a dormir. Qué día más glorioso.

El tiempo se me escurre como arena...

El tiempo se me escurre como arena...

Por eso hace tanto que no escribo. Se me van los días casi sin que me de cuenta. Entre una lectura, un viaje, la pileta... se me fue el verano. Es cierto que lo disfruté al máximo, que aproveché los días hasta que se hacía de noche, pero por vivir, a veces me quedo sin tiempo para pensar y escribir sobre lo que vivo.

Estuvimos en Grecia, en Atenas y Kavala, y la verdad es que fue un viaje muy especial. Con un poco de dedicación, semana a semana va creciendo el cuento, que de a poco iré colgando aquí, con alguna foto.

Ahora estoy de vuelta en el trabajo, en la jornada completa (de 9 a 19, salvo el almuerzo), en el otoño, que vino de repente, y de vuelta también a un poco de recogimiento interior. A ver qué sale.

Probando, probando

Probando, probando

Tarde, ¿verdad? Pero bueno, todos los días aprendo algo... o al menos, lo intento.

Es precioso, no creen? Es el baño romano en Bath, una ciudad inglesa. Me encanta. Y me recuerda a mi primer viaje, cuando fuimos Nati y yo, con mi primo Marc y su esposa Liz. Hermosos recuerdos.

Estoy leyendo Ulises, de Joyce. Estoy enganchada, pero no termino nunca, y sólo tengo un mes para tenerlo en casa.

Estoy nadando todos los días, es verano y voy siempre a la pile. Ya no nado tanto como el año pasado, me pregunto a veces por qué, pero lo más importante es que me siento bien y eso es suficiente.

Pero lo que me tiene realmente apabullada es el desorden en el que vivo. Más allá del desorden que pueda tener de pronto en mi interior (los pequeños conflictos internos de cada día), tengo cada día más y más revistas y papeles y papelitos y todos desordenados, pero todos en casa por las dudas, porque "si algún día tengo ganas de leer, podría ver esta nota que está muy bien". Ni yo me creo esas bobadas. Cuando quiero leer tonterías, me saco de la biblio algún best seller, y cuando tengo ganas de leer cosas buenas, algo bueno, como Ulises ahora. Nunca recurro a las revistas de casa, que tengo desde hace dos años. ¿Y dónde está la punta del ovillo? ¿Resolveré mis problemas de desorden interior cuando consiga odenar mis papeles, por ejemplo? ¿O debo primero resolver mis problemas más existenciales para decidir luego tirar todo a la basura? ¿O es que no tengo ganas de ordenar nada de nada? ¿O se trata de enfrentarse a un conflicto y resolverlo positivamente, ya sea antes o después de ordenar una u otra cosa? Qué dilema...

 

Novedades

La novedad es que estoy muy sanita. Con certificado de la doc y todo. Con todas las letras. Y eso me hace feliz.

Otra cosa que me tiene muy contenta es el trabajo: estoy escribiendo para la página web y eso me encanta. Es todo un desafío. Por si quieren ver, les dejo la dirección: www.jmasoc.com Aquí, si entran en "Difusión", pueden ver las reseñas que he escrito de las exposiciones "Signos de la imagen", "La aventura española en Oriente" y "San Javier". Pronto estarán las otras y los comentarios sobre los proyectos en curso (en "Actualidad"). Si lo ven, luego me dicen qué les parece. Yo estoy chocha.

Mi cumple, mis planes, mi vida, mi dependencia

Me molesta haber pasado mi cumple trabajando mucho. También me molesta que la tonta de Sara no me haya saludado pero haya comido felizmente la torta que llevé, sin hacer ningún comentario. Me molestó que me saliera mal la comida de la noche y que me doliera tanto la cabeza. Hay cosas cotidianas que siento que no aguanto más, pero no puedo no aguantarlas.

Tengo un par de planes, pero no tengo tiempo. Ni para pensar, a veces, o para sacar de mi cabeza todo lo que pienso. Qué bronca, qué impotencia. Debería contar con un dispositivo que saque todas mis ideas de mi cabeza, y sea, por supuesto, sólo para mí. Qué buen invento sería. Estoy leyendo Ulises y me encanta eso del monólogo interior, decir cualquier cosa, pensar lo primero que se te viene a la cabeza.

Lo peor es que para parte de esos planes, dependo de la velocidad (de tortuga) de la administración de mi facultad, lo cual me impide hacer nada. Pelearme, amenazar, sí, pero cuándo, si me falta tiempo?

Qué problema.

Encima, salvo mi familia y un par de amigos, nadie se acordó de mi cumple. Me pregunto si será la cosecha de mi siembra, y si fuera así, no lo podría creer. Siempre siembro detalles y parece que no sirven de nada. Ahí viene la pregunta del millón: ¿tengo los detalles con la gente que quiero para que me devuelvan el gesto o de puro generosa? Y creo que siempre espero que me devuelvan algo, o me gustaría. Y nada.

Vuelvo a escribir

Ya sé que el año comenzó hace un montón de tiempo, pero siempre ocupada, como estoy últimamente, es la primera vez que escribo acá.

Escribo poco, y leía nada, hasta que por fin me decidí y saqué Ulises de la biblio, para probar de nuevo. Esta vez en castellano, a ver si era la barrera idiomática. Para practicar inglés me las veré con algo más sencillo. Así que leyendo la introducción, que parece buena, me siento renacer a mi intelectualidad. Veremos.

A ver si dura.

El próximo jueves es mi cumple, y no sé cómo agasajar a toda la gente que quisiera. También veremos.