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Próximo destino: Madrid

Viernes 9 de julio

Martin llegó muy puntual. Salimos a ver las ruinas de una iglesia en la que se supone que predicó St. Patrick. Al lado de estas ruinas hay una iglesia un poco más nueva y un cementerio. Lo que me impresionó de la iglesia vieja es el ancho de las paredes, que no eran de menos de 40 cm. Después fuimos a un lugar que se llama St. Bridget School y que se dedica a enseñar a las mujeres todas las labores del hogar: cocina, tejido, bordado. Creo que es como una escuela de manualidades, en realidad, pero no recuerdo si es de enseñanza oficial u optativa. Los varones aprenden carpintería y herrería. Interesante. También hay establos y un gran parque.
Todo el paisaje de Irlanda es muy verde, y esto tiene una explicación: todos los días llueve un poco, no importa si es verano. Hay sol, y de pronto aparece una nubecita con un chaparrón a cuestas. Después de ese paseo, Martin nos llevó a la casa de Kay y John. Ellos viven en medio del campo. Uno pensaría que en países tan pequeños, y tan desarrollados, no quedan rincones de paz. De hecho, el patio de casa, por ejemplo, era una de las cosas que más me dediqué a disfrutar, temerosa de no encontrar lugares así acá en Europa. O lugares como el parque de 9 de Julio, que es tan lindo. Y sin embargo, tanto Kay y John como Martin viven en casas muy tranquilas, en medio del campo verde y de los árboles llenos de hojas. En medio de la llanura. Cuando llegamos, Martin tocó el timbre y poco después, Kay y John abrieron la puerta. John es pariente lejano nuestro, y el parentesco es el siguiente: el abuelo paterno de John y el abuelo paterno de mi abuela Elena (la mamá de mi mamá) eran hermanos. Nos recibieron con mucha calidez y nos convidaron con un té con sandwiches de jamón y queso y fruit cake casera. La verdad es que los tres eran amorosos. Algo muy especial fue ver lo que en castellano llamaríamos "quincho": una construcción rústica, con techo de paja y piso de barro. Esa era la casa del abuelo de John, y aunque ahora está llena de trastos viejos de una familia de esta época, bien se podían apreciar las cosas que estarían desde el siglo XIX o principios del XX: todo un mecanismo en el hogar a leña para poder cocinar, que incluye una pava inmensa y pesadísima y otros cacharros. A mí me conmovió todo eso. Hay un par de fotos que sacó Nati, que muestran el lugar. Charlamos y quedamos en que volveríamos para cenar. Cenamos mucho más temprano que el día anterior: a las siete y media de la tarde, mientras todavía era de día. Comimos pollo, arvejas y papa, o algo así, y de postre apple crumble tibio con crema batida. Y después de cenar, por supuesto, otro té. Todos estábamos encantados de conocernos.

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