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Próximo destino: Madrid

Lunes 5 de julio

A la mañana, salimos con tiempo rumbo al metro, para llegar así al aeropuerto. La falta de escaleras mecánicas, otra vez, nos jugó una mala pasada, sobre todo porque ahora eran dos las que estaban cargadas de peso. Y yo, que me había organizado para estar más liviana, tenía que compartir el peso de ellas. Renegamos, pero llegamos al aeropuerto en sólo 20 minutos y con tiempo de sobra para hacer todos los trámites para volar. Ese fue nuestro primer vuelo juntas, y fue muy lindo compartirlo. Al llegar al aeropuerto de Orly, en París, nos encontramos con la primera dificultad: el idioma. No es que nosotras pretendiéramos que hablaran castellano, pero al menos inglés. Y no, muy poca gente habla inglés en París. A los ponchazos, entendimos que nos convenía más tomar un taxi que un colectivo. Así que en taxi nos fuimos al hotel. Al llegar, quedamos impresionadas porque parecía ser un hotel muy lindo. Nati se presentó, explicó que había hecho una reserva a través de Expedia y nos indicaron nuestra habitación. Estaba en un 7º piso, tenía TV, y nos esperaban tres toallas chicas y tres grandes, tres jabones de tocador, tres gel de ducha, tres tacitas, tres sobres de café instantáneo, tres saquitos de té de menta y té común, tres potecitos de leche y una pava eléctrica. Después del hostal de Barcelona, nos sentíamos en el paraíso. Tomamos unos mates y nos salimos.
Íbamos a la Torre Eiffel. Tal como en Madrid, un tramo de una línea de metro estaba cortado. Tomamos un bus pero cuando nos bajamos, nadie hablaba inglés y no sabíamos qué combinación tomar para ir. Finalmente, cuando estábamos encaminadas, habíamos retrocedido todo el camino hecho desde el hotel, salvo una estación. Estábamos chinchudas, pero ¿qué podíamos hacer? Cuando llegamos a la estación correspondiente a la Torre eran cerca de las 8 de la noche. Nos bajamos, caminamos un poco, vimos el Sena, y más allá, la gigantesca torre. La emoción que sentimos fue enorme. Yo ya sabía que era grande, pero verla... fue maravilloso. Uno se siente tan minúsculo, tan pequeñín... Y ese enrejado es una obra de arte. Es como una telaraña. De día es gris, o mejor dicho, color plomo. No recuerdo por qué fue que decidimos no subir, lo cierto es que nos contentamos con mirarla y después decidimos ir en busca de algún supermercado, para tener algo de cenar. Fue imposible encontrar un supermercado, incluso un almacén de barrio, un kiosco, abierto. Dimos mil vueltas, preguntamos a varias personas y todas nos mandaban a algún restaurante. Así que nos contentamos con las sobras que teníamos (que eran pocas...) y nos fuimos a dormir, esperando que el día siguiente fuese mejor.

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