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Próximo destino: Madrid

Estoy de vuelta en Madrid, después de todo el viaje. Es loco cómo cambian ciertas cosas: llegué a esta ciudad a la mañana, bien temprano (6:45) y cuando entré en la estación de metro, pensé: “Home sweet home”. Estaba agotada después del largo viaje en coach desde Londres, pero contenta de volver. Cuando estaba bajando por una escalera normal (no mecánica) para tomar el metro de la línea 6, me pasó algo muy típico en mí, pero aquí y en ese momento, muy simbólico. Estaba muy dormida, cargaba la mochila, las dos valijas y una bolsita con lo que quedaba de la comida, y me caí. Por suerte –considerando la longitud de la escalera y todo el peso que yo traía- caí de cola, sentada, pero el dolor en el “huesito dulce” era insoportable. Me quedé sola y llorando (en realidad, articulando algún sonido de dolor, que luego llegó a ser llanto) hasta que llegó una señora, y luego dos personas de la guardia del metro, que me ayudaron y me preguntaron cómo estaba y si me había roto algo, pero cómo saberlo. Yo podía caminar, con dolor, pero me movía, así que así llegué al departamento. Digo que fue simbólico porque desde mañana voy a empezar a buscar trabajo en serio, y en el momento en que caí pensé “caí de todo lo del viaje, volví a la realidad”. Cuando llegué al departamento, todos los chicos dormían. Traté de no hacer ruido y después no pude con mi genio y lo saludé a Javi. Fue una linda bienvenida. Ahora estoy agotada, siento encima de mí las dos noches que pasé en el micro, y el golpe de esta mañana; así que no sé si saldré esta noche con los chicos, a ver el partido Argentina-Brasil en la zona de Sol.
Finalmente, no fueron a ver el partido porque lo pasaban en la tele. Salimos con Javi a pasear al parque Aluche y a hablar un poco de las vacaciones que me tomé y del dinero. No fue una charla muy linda, pero creo que los dos la necesitábamos, para estar mejor con el otro y consigo mismo. Lloré, nos mostramos un poco los dientes pero creo que hoy estamos mejor. Digo, que ese momento de franqueza nos hizo bien.
El lunes, los dos madrugamos y yo compré el diario que trae muchas ofertas de empleo. Pasé un buen rato de la mañana organizando mis llamadas y conseguí dos entrevistas para esa tarde y una para la siguiente mañana. En la primera entrevista me fue muy bien, no por mí sino porque es una empresa que necesita teleoperadoras, y supongo que cualquiera les viene bien. Lo cierto es que eso no era todo, sino que me propusieron ser vendedora en la calle, lo que supone altas comisiones pero una cierta productividad. Me pareció que no perdía nada con probar y esa misma tarde salí con uno de los encargados a hacer una recorrida. El pibe era argentino y mientras andábamos en el auto me comentó algo más de la empresa, todo a los gritos, con un calor terrible y todo el viento y el ruido de la calle. Lo cierto es que cuando terminó el día, estaba deshidratada y me dolía mucho la garganta. Empecé a preocuparme porque era el típico dolor de la angina, y yo todavía sin trabajar y sin seguridad social. Y todavía me dolía mucho el golpe del domingo. Decidí que al día siguiente (martes) tomaría aspirinas para ver si el dolor de garganta no era angina. Por otra parte, sería un día tranquilo porque mami pasaba por Madrid en su vuelta a Argentina y yo me quería dedicar a ella, así que me había organizado todo para estar desocupada en el tiempo que ella estuviera acá. Pude hacer eso, y me dolía menos la cola, pero la garganta empeoraba.
Estar con mamá fue todo un tema. Primero porque, por Natalia, tuvimos que hacer todo un cambio y organización de las valijas y bolsos. Eso llevó mucho tiempo (no tanto: una media hora, pero fue un “must”) y cuando estuvo hecho, había dos valijas pesadísimas, dos bolsos pesadísimos, mucha ropa de abrigo en la mano y mi valija y mi mochila, ambas medio vacías. Yo quería salir del aeropuerto: era un día hermoso, lleno de sol y había organizado el equipo de mates como para pasar una linda tarde. Pero mami tenía miedo de salir y perderse el avión. Yo creo que era así. Y además, digamos a favor suyo que el equipaje era bastante pesado. Pero yo había visto unos lockers y no quería pasar el tiempo con ella encerrada en el aeropuerto. Cuando por fin parecía que se había decidido a salir, nos dispusimos a guardar las valijas en un locker. Y la más pesada, la más grande, no entraba. Entonces ella dijo: si no nos van a dar el servicio que queremos, no dejamos los bolsos. Pero no nos podíamos mover con todo. Costó mucho convencerla, pero cuando vimos que a una o dos estaciones de metro teníamos un lindo parque, y que en ambas estaciones había ascensores, aceptó salir un rato. Dejamos en el locker todo menos la valija grande y mi mochila, que tenía el equipo de mates, y nos fuimos al Campo de las Naciones. La verdad es que no era algo fantástico, pero tenía una fuente, unas flores, unos bancos y una canilla para cargar agua fresca. Tomamos unos mates, un poco de sol, y a eso de las siete y media emprendimos el regreso. Mami había cedido en estar en el aeropuerto un poco más tarde y yo, en no ir tan lejos. Pero cómo costó... La acompañé hasta la ventanilla de la aerolínea y una vez que se presentó y dejó el equipaje que iba a la bodega, se pudo quedar conmigo hasta una hora y veinte minutos antes de que saliera el avión. En la despedida, lloramos un poco las dos (yo más que ella) y le hice prometerme que no esperaría a que yo estuviera deprimida para visitarme de nuevo. Ella trató de consolarme con un kit kat, y si bien sirvió en el momento, cuando me fui lloré un poco más. Y después fui al baño y me tomé el metro al departamento.
Al día siguiente (miércoles 28) tenía 5 entrevistas de trabajo: a las 9.30, 10.30, 12, 13.30 y 16.30. Me manejé bastante bien con los tiempos, pero me sentía afiebrada y la garganta me dolía muchísimo. En ninguna de las entrevistas me fue muy bien: tres eran para ser promotor, en otra buscaban gente con mucho espíritu de líder para departamentos de marketing y en la otra, una recepcionista, pero yo todavía no tenía mi Número de Identificación del Extranjero (NIE). Cuando terminé con la última entrevista, me fui al hospital Gregorio Marañón. No sabía si me atenderían, pero asocié la estación de metro del mismo nombre con el hospital y fui hacia allí. Resulta que ese hospital estaba en otra estación... así que hice otro viaje en metro y llegué. Ya sentía que tenía una fiebre que volaba, y es que no había tomado aspirinas para ver qué tenía. Me costó un poco encontrar el sector de urgencias, y cuando lo encontré, me pidieron la Tarjeta Sanitaria, que no tenía. Le expliqué que no tenía nada más que el pasaporte, y que era una urgencia, y la señora de la recepción me dijo que me atenderían y que una asistente social me explicaría cómo sacar el Número de la Seguridad Social y la Tarjeta Sanitaria. Primero, me atendió una enfermera que me tomó la presión y me hizo un par de preguntas, y después pasé a una sala de espera, a que me atendiera un médico. Me atendió un médico que me controló toda: la temperatura, el ritmo cardíaco, la garganta por fuera y dentro, los tobillos y el estómago. Lo cierto es que me dijo que parecía ser una infección y que debían hacerme un análisis de sangre para “saber qué hacer”. La verdad es que dicho así, me asusté mucho, ya pensaba que tenía que quedarme internada, o que los medicamentos serían carísimos, y no me explicaba de dónde habría tomado una infección. Así que me hicieron un análisis de sangre, y esperé. Mientras esperaba me imaginaba todo lo peor, y me largué a llorar desconsolada. Y fue muy simpático el gesto de un chico, que me ofreció un pañuelo descartable rosa. Yo justo le estaba por decir mi nombre, porque iba a ir al baño a sonarme la nariz y no quería perderme ningún turno ni ningún resultado, pero él justo se me adelantó. Me ofreció todo el paquete, pero sólo acepté uno. Esperé hasta las 9 de la noche, hasta que una médica me dijo que había habido un problema y que no habían podido analizar mi sangre, así que me recetó unos analgésicos por si la infección era viral y no bacteriana, me dio dos pastillas para que tuviera y me mandó a casa sin una respuesta concreta pero con una historia clínica larguísima. Esa noche dormí bien, pero a la mañana siguiente me dolía la garganta y a pesar de que me tomé el medicamento, no se me pasó en todo el día. Así que a la tarde fui al centro médico del barrio, para que me atendieran, y me encontré otra vez con la cuestión de la tarjeta sanitaria. Me atendieron, pero me dieron todos los formularios para que hiciera el trámite. El médico que me atendió y sin análisis me recetó antibióticos. Yo estaba preocupada por el precio que tendrían, y yo todavía sin seguridad social, así que le pregunté si podría darme algún analgésico para pasar esa noche, y él me dijo que eran muy baratos y me explicó que si iba a la farmacia y guardaba el ticket, cuando tuviera la tarjeta me devolverían el dinero. Así que tenía que comprarlos. Yo no sabía qué era barato, así que fui a la farmacia con cuarenta euros, acostumbrada a los precios en Argentina. Grande fue mi sorpresa cuando la farmacéutica me dijo que salía 3,45. Y de eso, todavía me iban a descontar si llevaba la receta de la seguridad social. Al volver de la farmacia me tomé la fiebre y tenía 39.5º!! Con razón me sentía tan mal. Cuando al otro día fui a hacer los trámites para la tarjeta y volví a la farmacia, me devolvieron más de dos euros, o sea que el medicamento, finalmente me costó sólo 1.37!!!

1 comentario

matias bustelo -

Muy linda tu enfermedad y además divertida. Pero, ¿y Madrid?

Matías.