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Próximo destino: Madrid

Jueves 8 de julio

De golpe, esa mañana, se nos hizo tarde. Nos habíamos despertado a eso de las 10 y cuando salimos, eran cerca de las 12. Creíamos que el aeropuerto no quedaría mucho más lejos que media hora de viaje en taxi. Y de hecho, eso fue lo que nos dijo el señor de la mesa de entradas del hotel. Que quedaba a 40 minutos en taxi. Estábamos apuradas y cuando mami encontró un coche, resulta que la señora no hablaba inglés y no tenía idea de qué aeropuerto le hablábamos. Así que salió este señor del hotel, le explicó y salimos. Viajamos y viajamos y viajamos y el marcador del precio subía y subía, y no llegábamos. Rezábamos, yo tenía "los tres dedos", pero no hubo milagro ni lágrimas que nos hicieran llegar a tiempo. Y es que el aeropuerto de Beauvois (París), no quedaba en París sino en Beauvois, que estaba a unos 40 km. de París. Llegamos justo unos minutos antes de que el avión saliera, pero por más que rogamos y lloramos, no nos dejaron subir. Y perdimos el avión. Estábamos tristes, furiosas, mal, enojadas... todo lo que se puede estar cuando pasa algo así, algo que uno pensó que nunca experimentaría en carne propia. Y no sabíamos qué hacer. Podíamos cambiar el pasaje pero costaba, en concepto de impuestos, 60 euros cada una, que era más o menos lo que había costado el pasaje inicial. Nati insistía en que "las vacaciones se "terminaron", que volvía a Inglaterra, y yo no me resignaba a eso. Además, cuando nos enfriamos un poco, descubrimos que desde ese aeropuerto no se podía ir a Inglaterra, y Nati decía que ella se volvía al centro de París y algo hacía. Pero lo cierto era que no teníamos dónde quedarnos en París, ni cómo volver. Yo estaba muy triste y sentía que ya que estábamos en un aeropuerto, teníamos que esperar alguna señal. La primera que había percibido como tal fue una imagen en un televisor que promocionaba los lugares a los cuales iba la línea aérea en la que íbamos a viajar a Irlanda, y que era precisamente, unos paisajes de Irlanda. Y fue la primera imagen que vi en ese televisor cuando me senté, después de saber que habíamos perdido el avión. Y nos fuimos quedando, hasta que de pronto, una señora que estaba acostada en unos bancos, leyendo, nos dijo que hablaba inglés y nos preguntó si nos podía ayudar. Esta señora tenía una apariencia muy especial: tez muy blanca, muchas pecas claras, el pelo naranja y enrulado, los ojos azules, delgada y llevaba mucha paz consigo. Se le notaba en todo: en la voz, en la postura, en la mirada. Parecía un ángel. Cuando nos preguntó si nos podía ayudar, con Nati y mamá pensamos, y de alguna forma se lo hicimos saber a esta señora, que no creíamos que pudiera ayudarnos de ningún modo, porque el avión ya lo habíamos perdido. Pero ella insistió, muy dulcemente, en que le contáramos lo que nos pasaba, y así fue. Una vez que supo todo, se ofreció en principio para llamar a la casa de Martin para que de alguna forma le hicieran saber a él que nosotras no llegábamos en el avión previsto. Pero nosotras no teníamos el teléfono de Martin. Pequeño detalle. Y sólo sabíamos su apellido. Y por esas cosas que sólo Dios sabe cómo las hizo una, y cómo se da cuenta uno, mamá se puso a buscar en su bolso algo relacionado con la familia de Irlanda, y dio la gran casualidad que traía las fotos de los antepasados en el sobre de una carta que Martin había enviado a mamá y que por supuesto, tenía la dirección completa de Martin. Entonces, Adele hizo algo muy especial: llamó a su esposo y le pidió que buscara el número de Martin en la guía. Y con ese teléfono en mano, Adele llamó a la casa de Martín. Resulta que ahí nos enteramos de que él no tiene móvil, pero su mamá iba a llamar al aeropuerto para darle el mensaje. Adele se ofreció, incluso, para acercarnos a algún punto de encuentro en la mitad del camino, por si Martin no podía llegar al aeropuerto. Para cuando nos decidimos a volar, fuimos a la ventanilla de la aerolínea y pedimos tres pasajes, y no, no había. No teníamos lugar. Así que quedamos en lista de espera. Después, charlando, llegó el dilema de qué hacer si sólo una de nosotras tenía lugar para volar. Pero todo se fue dando: teníamos tres lugares en un mismo avión. Nos pusimos muy contentas, y Nati fue a sacar dinero de un cajero. Con el efectivo en mano, se dispuso a pagar los pasajes. No, no aceptaban ni efectivo ni tarjeta de débito, sólo tarjeta de crédito, que Nati no tenía. Y Adele le ofreció a Nati su tarjeta, por supuesto, a cambio del efectivo. Fue un gesto tan cálido que nos conmovió. Cuando nos subimos al avión, nos dijeron que teníamos una demora de unos 40 minutos por las condiciones climáticas de París, y al fin volamos a Dublin. Cuando llegamos a la sala de espera del aeropuerto, donde Martin debía estar si es que había decidido quedarse, nos ubicamos en un "Meeting Point". Yo miraba hacia todos lados, a todas las personas, porque estaba convencida de que si él estaba ahí, yo lo reconocería. Ya sabíamos que no tenía móvil, así que era una persona especial. No podía ser el flaco de traje y portafolios que estaba como buscando a alguien. Entonces, yo le dije a Nati: "Para mí, es ese de ahí". Y ella me contestó: "¡Pero ese tiene como 50 años!" Y yo me quedé mirándolo, y nuestras miradas se encontraron. Yo necesitaba ir al baño, y como todavía contábamos con la posibilidad cierta de que él hubiera decidido irse, yo fui. Cuando volví, Nati estaba hablando por teléfono con Martin, que ante la duda, había decidido llamar. Y cuando se fue acercando, nos dimos cuenta de que era ese que yo había dicho, y que ciertamente aparentaba más que los 33 años que tiene. Después, charlando, nos dimos cuenta de que a él también le había pasado algo muy curioso: cuando se dio cuenta de que no estábamos en el vuelo que debíamos estar, se dio cuenta que se había olvidado la agenda en su casa y que no tenía el número de Nati, de modo que llamó a su casa para pedirle a la madre el teléfono de Nati. Y fue entonces cuando la madre le dio el mensaje de que estábamos en otro avión, porque el aeropuerto ya no disponía del servicio de mensajería. Y claro, si él no se hubiera olvidado la agenda, no hubiera habido forma de comunicarnos en Dublin. Esas cosas del destino...
Cuando llegamos al auto, que era más modesto de lo que yo suponía, nos encontramos con que el volanta está al revés que en todos los otros lugares, como en Inglaterra. Y camino a Ardagh, en el auto, notamos que todos los carteles de las rutas están en inglés y en irlandés. Después conoceríamos la razón: fue gracias a ese idioma que los irlandeses presos por los ingleses lograron organizar la liberación de Irlanda sin que los ingleses se enteraran. Por eso es que hoy se enseña en todas las escuelas y se utiliza como lengua oficial en todos los comunicados del gobierno. Al llegar a Ardagh, nos dimos cuenta que a pesar de que habíamos perdido el avión, los planes no eran que nos quedáramos en la casa de Martin o Kay y John sino en un B&B. ¿Y bueno, qué podíamos decir? Además, supuestamente era por las dos primeras noches, pensamos que tal vez para conocernos, y nos pareció bien. Así que llegamos al B&B, nos arreglamos un poco y al rato Matin nos pasó a buscar para ir a cenar. Fuimos a un restaurante italiano y ¡por fin! comí lasagna, algo caliente. Quedamos en que a la mañana siguiente nos pasaría a buscar a eso de las 11, para salir a pasear un poco y también para ir a la casa de Kay y John. La señora del B&B nos preguntó si queríamos English Breakfast o Continental Breakfast. Mami y yo elegimos el English: panceta, salchichas, huevo frito y café o té. Pero Nati eligió el continental (yogurt, frutas, cereales, jugo y pan con mermelada), de manera tal que a la mañana siguiente teníamos todo esto a nuestra disposición. Y le hicimos honor."

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