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Próximo destino: Madrid

Descubriendo Madrid

Pablo Milanés

Yo había oído que Pablo tenía cáncer. Que estaba en las últimas, que hace como cinco años era uno de los últimos recitales que iba a dar. Así que cuando escuché que cantaría en Madrid, me dije “Es mi última oportunidad, así que tengo que ir”. Se lo dije a Javi: “yo voy”. Él dijo que tal vez me acompañaba.
Al tiempo, recibimos una invitación a una boda. Casamiento, bah... era justo el 16 de septiembre, y teníamos que dar la respuesta hasta dos días antes. Fiesta en Granada, que no conocemos, fiesta a todo trapo, a toda tradición, supongo también. A mí me picaba la curiosidad, pero al final, cuando ya tuve que decidir, no dudé: Pablo.
Hacía poco que había terminado la temporada de pileta, pero todavía hacía calor. Bastante. Yo estaba leyendo El Ocho, muy enganchada. Interesante, entretenida. No podía parar, para ser sincera. Así que el viernes 15, a la tarde, me dije (me digo muchas cosas, como es evidente): entre leer en casa, o en el parque de enfrente, me voy a Lago y veo si puedo comprar las entradas para Pablo. Y volví al escenario de mis tardecitas de natación, de sol y relax, pero en lugar de tomar para la pisci, rumbeé hacia la taquilla de la Fiesta del PC. Ahí averigüé que tenía que comprar las entradas al día siguiente. Y de ahí, un poco contra esa naturaleza tan atada a las costumbres, a las rutinas, me fui a leer a la orilla del Lago. Y leí un rato, disfrutando del sonido del agua del chorro que está en medio de la inmensidad del agua. Esa inmensidad que rompe con la rutina gris, citadina, que está tan cerca, a una estación de metro, a dos minutos. Luego de un rato volví, ya con el ansia de que al día siguiente vería a un poeta genial.
El recital estaba anunciado a las 23.00. Habiendo visto la gente que había ido al de Silvio, pensamos que convocaría también a mucha gente, así que salimos de casa a las 22.15. Apuramos el paso, agradecimos lo pronto que pasó el autobús que nos llevó a la estación de metro, y cuando llegamos a Casa de Campo... no había un cúmulo de gente. Todos estaban dispersos, parecía como si no fuera a pasar nada, como si la fiesta se hubiera terminado hacía media hora y recién se estaban yendo. Por un momento, temí que se hubiera terminado todo antes de tiempo. Pero luego vi que estaba todo bien, todo mejor, que no había tanta gente y que la mayoría estaba haciendo botellón lejos del campo desde donde se vería a mi genial Pablo.
Al poco rato de que llegamos, dijo su discurso un señor del PC. Entre otras cosas comentaba la ineficacia de la emigración como solución para problemas que tendrían que resolverse sobre la base de una equidad mundial. Comprensible, pero... difícil tal como están las cosas. Lo cierto es que todos aplaudimos envalentonados, y enseguida sonó la marcha del PC, que ya ni recuerdo qué decía, pero cantamos con los brazos en alto y sonriendo por ser parte de ese grupo que la cantaba apasionado. Cuando terminó, todos aplaudimos y soltaron globos rojos al cielo, y tiritas rojas, violetas y amarillas (los colores de la República) para abajo. Fue un ratito de emoción y hasta nostalgia, porque entre citas de Gramsci, parecía una ilusión a destiempo, o utópica para estos tiempos tan capitalistas.
Cuando terminó el discurso y la suelta de globos y papelitos, todos se dispersaron más si era posible, y con Javi vimos que era posible acercarse más al escenario, a costa, claro, de quedarse parado un buen rato sin ver más que los montadores de los equipos musicales de toda la banda de Pablo.
Yo ya no estaba tan segura de cómo era: las imágenes que recordaba eran aquellas de su mata de rulos, pero era posible que en 15 años (el tiempo aproximado que tiene “Yo me quedo”) hubiera cambiado, así que no esperaba nada concreto. Sólo un negro con una voz divina y una dulzura increíble. Así que por ahí dije “ese es Pablo, mirálo” y alguien me miró pensando “Esta mina que viene a ver un recital gasta la guita al pedo, no sabe ni cómo es el que canta”, pero yo pensé que a esa altura nada me importaba, ya llegaría el momento de verlo cantar y me daría cuenta. Efectivamente, no era ése. Era otro, que de pronto llegó mirando al piso, como quien no quiere la cosa, como quien tiene vergüenza con tanta gente adelante. La que tenía gente adelante era yo: estaba segunda, haciéndome lugar para mi cabeza entre las de dos mujeres que seguramente eran parteras u obstetras o ginecólogas, porque hablaban de bebés como quien habla de que fue a comprar el pan. Javi estaba atrás mío, ajeno a tanto frenesí, si esa es la palabra que define mi estado de ánimo de entonces.
Había que ver la banda de música que lo acompañaba. Percusionistas que tocaban de todo, un pianista genial, un violinista que hacía magia, y un saxofonista que sería la envidia de cualquier fan del jazz, entre guitarras, bajos y otras cositas. Ocupaban todo el escenario.
Empezó cantando canciones que yo desconocía, y que ya no recuerdo. Hasta que fue mechando con De qué callada manera, Yo pisaré las calles nuevamente, La vida no vale nada (canciones que creo que sólo otro par de locos y yo cantamos), Años, que Javi cantó conmigo, abrazándome.
Entre canción medio desconocida y éxitos totales, invitó a cantar a su hija, a otro cubano que vive acá (y que cuando anunció “Un cubano que...” uno gritó “Silvio!!!”), y él descansaba. Creo que eso corroboraba mi idea de que no está muy bien, pero no fue en desmedro del recital.
Cantó Yolanda y fue emocionante, bellísimo. Todos cantábamos, y yo y otros pocos con las manos en altas, algunos con encendedores, pero no eran los encendedores, era la magia de la letra y la melodía. La dulzura de la canción, el encanto de verlo a Pablo cantar Yolanda como cuando uno canta en casa tan tranquilo.
Hacia el final hubo un subidón de éxitos: después de Yolanda, cantó El breve espacio en que no está. Entonces se fue, y Javi decía que ya haría el teatro de volver. Y así fue, luego de que le rogáramos que volviera, volvió, y mientras se acomodaba y todo el público estaba en silencio (algo realmente increíble, casi místico), yo, desde la primera fila gritaba “Yo no te pido” a más no poder, con la voz que me quedaba, y se escuchaba clarísimo mi grito. Pero cantó Para vivir. Todos cantamos a viva voz, y cuando terminamos, yo seguía insistiendo con Yo no te pido, y la gente se hizo eco: hasta un pibe me preguntó cómo era, y le dije “Yo no te pido / que me bajes / una estrella azul” y el pibe empezó a gritar también. Entonces sonaron los primeros acordes de Yo no te pido, y fue emocionante. Yo ya estaba en primera fila, con Javi detrás, porque se había ido mucha gente. Yo sabía que sería la última canción que cantaría, y lo sentí como una bendición, que nos la cantaba a Javi y a mí. Porque quizás nadie lo recuerde sin que se lo diga yo, pero en nuestro casamiento, cuando sonó esa canción, nadie bailaba y nosotros, solos en medio de la nada nos pusimos a bailarla abrazados, y fue hermoso. Y así se fue. Me quedé con ganas de pedirle un autógrafo, de decirle lo mucho que me gusta su música.

Ideas

Tengo varias, para escribir:
- El festival "Danzas del Mundo"
- El mundo debajo del agua
- Los atentados
- Las empanadas en el tuper de helado de dulce de leche
- "No había nada para comer"
- Las fotos
- Los amigos
- Mucho de Madrid

Ahora falta que en estos días de "vacaciones" (que no son tales porque no son pagas) pueda regalarme el tiempo para escribirlo. Por cierto, no sé si lo leyeron pero creo que el artículo que publicó Ñ sobre los blogs está muy bueno. Y me inspiró para (hasta ahora) intentar ponerme las pilas con el mío, que tengo medio abandonado. Así que ¡¡gracias, Adri!!

24 de abril de 2005

Ayer a la mañana, mientras Javi y yo tomábamos mates en la cama, yo le sugerí que hiciéramos la lista de las compras. Tenía ganas de hacerla, salir y olvidarme de esa obligación que necesariamente, para poder compartir, la planificamos para los sábados o, excepcionalmente, los domingos. Pero Javi sugirió que, como hacía quince días habíamos hecho una lista bastante general de las cosas infaltables, que antes de salir la mirábamos, hacíamos la lista pequeña y ya está, sin más problemas. Así que se levantó, puso un cd de Queen y nos distrajimos.
La mañana se pasó entre más mates, un poco de limpieza, música, tele y charla. Como vi que era un lindo día, a eso de las 3 y media de la tarde le anuncié a Javi que más tarde, luego de hacer las compras, yo saldría en bici a buscar una peli, la vería y luego volvería a llevarla en bici (si no se hacía demasiado tarde). Así que él dijo: Bueno, vamos" y salimos de compras, con las dos mochilas, la bolsa reciclable, el dinero, los pases para el autobús y las llaves.
Cuando estábamos por llegar a la parada en la que teníamos que bajarnos, yo comencé a contarle a Javi de una pareja que había visto otro día en ese mismo autobús. Eran un hombre y una mujer menudos, pequeñitos, tanto que pensé que probablemente fueran adolescentes. Estaba yo describiendo a estos dos seres especialmente feos (a uno le faltaban dientes y la otra los tenía chuecos, iban medio sucios, él era narigón, ella usaba anteojos muy gruesos), cuando llegamos a la primera senda peatonal con semáforo que teníamos que cruzar para llegar al supermercado. Nosotros siempre cruzamos en verde, y ayer no fue la excepción. Pero algo interrumpió mi historia: de pronto, me vi volando por los aires, empujada por un coche que frenó justo a tiempo para no arrollarnos. Lo cierto es que yo entré en un shock nervioso en el que se me mezclaron la furia porque el señor cruzó en rojo, con la sorpresa -entonces no me dolía nada- y comencé a temblar de una forma descontrolada, a llorar y a insultarlo a los gritos, mientras le decía a Javi y a toda la gente que se juntó a ver el morbo que le tomaran la patente. El conductor me preguntaba si estaba bien, mientras yo lloraba y temblaba segura de que él quería un "sí" para irse a la mierda, incluso me respondió "boluda" a mi "boludo" y ahí Javi se le tiró encima diciéndole que no la insultara a su esposa. En ese momento lo vi a él, enfurecido y capaz de pegarle al tipo -que también estaba levantando las manos- y me desesperé más, seguía temblando, llorando y gritando, mucho por la situación pero también porque me veía temblar tanto que tenía miedo de tener convulsiones. Entre toda esa locura pensé que debíamos pedirle el DNI al conductor, que Javi no tenía un boli para anotar la patente, pensé muchas cosas pero sólo conseguí que alguien anotara la matrícula. Para entonces, cuando vi el papelito con el número y las letras, una señora me estaba llevando más lejos de todo, me abrazaba y consolaba, y yo escuchaba a otras señoras y a Javi y me di cuenta de que el auto no estaba más. Un señor insistía en que me moviera de tal y cual forma, que no temblara más, una señora me decía que le dijera a Javi "Cariño, te quiero", yo sonreí pero sabía que pretender que todo estaba bien era un imposible, porque era incontrolable. Quería ir a un hospital pero cambié un poco de idea cuando el señor me controló el pulso y me dijo que estaba bien, ya que esa era mi preocupación principal: los nervios y el corazón, por el susto. Él me dijo que estaba bien, que había sido el golpe, y que hacer la denuncia era un lío porque no iba a pasar nada, que nos fuéramos de compras (le dijimos que íbamos al súper) y nos olvidáramos de todo. Pero a mí me costaba, seguía lagrimeando y temblando a pesar de que me daba cuenta de que era una bendición estar viva después de tal golpe. Al fin, luego de que las señoras nos dieron los besos de despedida, fuimos con Javi al parque Almodóvar, nos sentamos, y yo procuré tranquilizarme, sin presión. Cuando me sentí más tranquila, le dije a Javi que fuéramos al súper y entre alguna lágrima furtiva, hicimos las compras casi como cualquier otro día. Cargamos de latas las mochilas y dos bolsas y volvimos en cole a casa, como siempre. Cuando llegamos, ya estábamos bastante más calmados y teníamos los cuerpos más fríos, así que al rato nos empezó a doler todo. Aunque eran dolores lógicos del golpe, decidimos ir al hospital. Ahí nos hicieron unas placas (a Javi de la rodilla y a mí de la rodilla y la cintura) y nos dijeron que estábamos bien pero que teníamos contusiones por el golpe. Leímos todos los papeles que nos dieron y nos enteramos de que, sin los datos del coche, nosotros nos teníamos que hacer cargo de los gastos de Urgencias. En ese momento pensamos que teníamos la matrícula, y como había sido demasiado para un día, nos volvimos a casa, estrenamos el horno con una pizza y celebramos que estamos vivos. A las 4 de la mañana, yo me desperté, nerviosa, mal, triste, estuve una hora dando vueltas en la cama, con toda la espalda dolorida, y luego volví a dormirme. Fue una fea noche. Esta mañana me desperté con dolores en todo el cuerpo, que aumentaban a cada rato. Javi se siente mejor, fue a jugar al fútbol, y metió 3 goles, pero yo opté por ir en cole a buscar una peli y mirarla tiradita en el sillón. Cuando Javi volvió del partido, entre todos mis dolores (que no sabemos cómo progresarán) y la bronca que nos dio que el tipo se fuera, decidimos ir a hacer la denuncia. Nos la tomaron, como corresponde, para luego decirnos que seguramente no pasaría nada.

4 de mayo
La semana pasada fui al hospital para llevar los papeles. Allí me indicaron que la matrícula no es suficiente y los trámites que tengo que hacer para que no nos pasen la factura. Hoy fui a este lugar de los seguros, me dieron el nombre de la compañía, y cual fue mi sorpresa esta tarde cuando me llamó una señora de la Asociación de Accidentados de Madrid, para darme datos de un abogado que atiende gratis casos como este. Me huele a algo raro, pero tal vez llame para ver de qué se trata.

El metro

En estos últimos días me he pasado más tiempo en el metro que en el departamento despierta. Y es que he hecho doble turno en el trabajo y en total, viajé 5 horas por día, para moverme sólo dentro de la ciudad. Aproveché el tiempo leyendo, pero todavía me falta organizarme para poder escribir en el metro, porque si no, no me queda tiempo. Mañana y hasta el viernes volveré a viajar todo ese tiempo, luego veré cómo me cae eso.
Así que estoy en una vida bastante monótona. Por suerte el viaje en autobús es lindo y veo las sierras.
Pues, nada... dirían los madrileños. Nada, porque no tengo nada escrito y todo en la cabeza es una Rayuela nebulosa, donde juegan las palabras de Cortázar y mis ideas que no he puesto en palabras...

Paseíto por Madrid

Hay que ver cómo disfruté el primer fin de semana luego de haber trabajado de martes a viernes. Lo esperaba, y lo valoré mucho.
Este fin de semana descubrí un nuevo lugar. Es el Parque de las Tres Cruces y queda más allá de la estación Aluche. El acceso es a través del estacionamiento del metro. Uno sube unas escaleras y de pronto se encuentra con un lugar muy desolado, todo amarillo de tan poca agua que cae. Y uno piensa, entonces: ¿Este es el parque al que vine? Pero entre explorar ese gran campo que se abre, y volver a la ciudad, bien vale adentrarse un poco más en ese paisaje desértico. En verdad, no es tan desértico: hay algunos árboles desperdigados por ahí, una bicisenda, un sanatorio a lo lejos, a la izquierda y cables de alta tensión sobre el camino. Sin embargo es un desierto porque allí uno siente que todo hierve, que poco falta para que todo estalle en llamas, de la sequía que se ve alrededor. Poco a poco, a lo lejos, empieza a distinguirse algo de verde. Y de pronto, todo lo que era desierto estalla en un gran bosque. No hay césped porque aquí, para que haya césped hay que regar todos los días la tierra, y eso no ocurre en los grandes parques. Hay muchísimos árboles, tantos que el sol no puede pasar. Debajo de los árboles hay varios bancos y mesas; y sobre la tierra, cantidad de ramitas, de esas marrones que cae de un árbol cuyo nombre no recuerdo, y que lo cubren todo. De pronto, se termina el bosque, la oscuridad, hay unas callejuelas y se ve más lejos un jardín, con césped verde y flores, y más allá, detrás de algo que parece un anfiteatro, un chorro de agua que se eleva por los aires. Luego, ya se ve otro paisaje: un lago, que tiene el chorro en el medio, y a su alrededor, un lindo claro con árboles y césped. Y más allá, otro bosquecillo con una mesa, dos bancos y muchos árboles. Y ahí –entre la fuente, el jardín y el bosque- encuentra uno la paz total: allí no llega el ruido de los autos, hay poca gente y todo es apacible. Sobre la derecha hay una callecita de tierra (con pocos árboles y muchos bancos largos de madera) cuyo recorrido lleva hacia una plaza de juegos para niños, una cancha de básquet y una de fútbol. Un hermoso lugar. Lo mejor que tiene es que ahí, como en las plazas de Buenos Aires, la gente va a tomar sol en traje de baño, y eso era justo lo que me estaba faltando.
El sábado fui ahí sola, para pasar un momento agradable y leer “Los siete locos” de Roberto Arlt y tratar de escribir una parte de este tour por Madrid. No llevaba traje de baño ni lona, sólo una bolsita con lo indispensable (móvil, llaves, plano, papel, lápiz, lapicera y el libro). Lo mejor fue cuando, cansada de la sombra, descubrí los bancos que están al lado de la callecita de tierra, me acosté ahí y me devoré el libro. Fue un momento hermoso porque estaba tranquila, al sol, leyendo y disfrutando de un merecido fin de semana.
El domingo fuimos allí con Javi, yo con mi traje de baño, mis papeles y mi libro y él con una monografía de la escuela de caminos de la UPM que ya tiene la marca argentina: una mancha de mate. Pero claro, estas cosas son siempre así: el último día del fin de semana, que me decido a tomar sol, está bastante nublado y cuando estábamos muy cómodos con Javi, tomando mates, leyendo y disfrutando del silencio y la paz, empieza a llover. Organizamos todo para irnos y cuando lo tenemos todo listo, deja de llover y decidimos volver a instalarnos. A los pocos minutos de que nos volvimos a instalar, vuelve a llover… y ahí nos vamos, ya definitivamente. Una pena, pero todo esto no quita que el lugar sea muy bonito.

Es cierto que no estoy contando mucho de Madrid, pero paciencia... estoy pensando un buen relato de los lugares que he visto, y me lleva un poco de tiempo procesarlo. Pero ya saldrá, y espero que sea lindo. El plan es bueno.

Miércoles 18 de agosto

Hemos pasado un fin de semana hermoso y hoy fue un día muy especial. El fin de semana empezó el viernes a la noche, cuando nos fuimos a la Plaza de Vistillas a verlo (y sobre todo escucharlo) a Jorge Drexler, al aire libre y gratis. La verdad es que estuvo muy bueno, pero yo quería que cantara esa que dice “Me haces bien” y no la cantó. Ufa. Pero debo decir que muchas otras canciones me encantaron. Además... a caballo regalado, no se le miran los dientes, ¿cierto? Tuvimos que caminar bastante para llegar desde la estación de metro “Latina” hasta el lugar donde cantó Drexler, y hay que ver la vida que tienen esas callejuelas de noche. Cada veinte metros hay un bar sobre la calle, como si fuera un puesto de choripán, que vende bebidas y tiene un estilo de música a todo volumen. Y así, uno camina un poco y tiene una opción, camina otro poco y tiene algo bien diferente. Muy lindo, pero cuando uno madrugó y sale cansado, no hay pilas para tanto.
Al otro día nos levantamos tarde (a eso de las 11), fuimos a hacer las compras, Javi se fue a jugar al fútbol con Ariel y Edgardo y yo me fui a lo de Mónica y Federico. Ellos son dos olavarrienses que vinieron para acá hace ya dos años, y tienen una nena hermosa de casi un año que se llama Victoria. Tomamos unos mates, me puse un poco al día con Moni y Federico y después llegó Javi, justo cuando nos estábamos preguntando si iría. Entre charla y charla se nos hizo bastante tarde otra vez, y al día siguiente volvimos a levantarnos cerca del mediodía.
El domingo fuimos al Parque del Retiro, que yo no conocía, a tomar unos mates y a charlar. Salimos Javi y yo solos, y la verdad es que lo pasamos muy bien. El parque es muy lindo, y en medio de la ciudad, es un oasis. Tiene un lago, mucho verde, un museo, un palacio de cristal, varias canillas con agua potable y –algo que vi por primera vez ahí- baños públicos. Es que en general, acá en Madrid, si uno está en la calle y tiene que ir al baño, tiene que hacer como en Buenos Aires: pedir en algún bar. Ni siquiera en las estaciones de metro hay baños públicos. Y en el Parque del Retiro, hay varios y en muy buenas condiciones de limpieza. Cuando salimos del parque tomamos la calle de Alcalá rumbo a la Puerta, y mirándola, llamamos a nuestras casas. De ahí seguimos caminando hasta Sol, y después volvimos. Un hermoso día.
El lunes fuimos a la estación de metro Lago. Ahí nos bajamos y precisamente, nos fuimos al lago. Caminamos por toda la orilla del lago y después encontramos un lindo lugar donde tomar mates. Era una pequeña colina, desde la cual se veía todo: el Palacio, el Parque del Moro, la Catedral de la Almudena, la estación Príncipe Pío, y muchas cosas más, que no sé qué eran pero que era muy lindo verlas.
Y el martes sucedió algo inesperado. Yo estaba esperando que me llamaran de la ETT para decirme a qué hora tenía una entrevista en una empresa automotriz. De golpe me llamaron para decirme que querían obviar el paso de la entrevista y que comenzara a trabajar ese mismo día, previa firma del contrato que comenzaba a correr desde las ocho de la mañana de ese día (y eran ya las nueve y media). Contenta, y muy sorprendida, me arreglé un poco y me fui a la ETT. Ahí firmé el contrato (con el que estoy muy de acuerdo) y fui a la empresa, y ni bien entré mi compañera me explicó lo básico y comencé a trabajar. Mis tareas son atender el teléfono, organizar la correspondencia y ver el correo electrónico. Todo muy simple, pero puede ser en inglés o en castellano. Y el sueldo, realmente es muy bueno.

Sobre Sabina

Lo que quería comentarles acerca de estas canciones, es que antes, para mí, tenían muchas cosas insignificantes, y que ahora han cobrado sentido aquí en Madrid. Una por una.
"A tu puesto del Rastro a comprarte/ carricoches de miga de pan" Con la frente marchita. El Rastro es un mercado de antiguedades y artesanías que funciona cerca de la estación de metro "Sol" sólo los domingos por la mañana. Todavía no he ido.
"Se escapó de Ciempozuelos" "Al pasar por la Cibeles/quiso sacarla a bailar" "Un anillo de pedida le compró en El Corte Inglés" A la sombra de un león. Ciempozuelos es una localidad cercana a Madrid. La Cibeles está en el centro y El Corte Inglés son las famosas tiendas.
"El Dioni" Con un par. El Dioni es un ladrón, ahora recuperado, que de tanto en tanto aparece en los programas de chimentos.
"Aún flipa rememorando aquella mañana" Con un par. Flipar es cuando algo está muy bueno, dicen "Está que flipa" o "flipó".
"Me echó del casino del Torrelodone" 19 días y 500 noches. Es un casino de una zona de Madrid.
"Extraño como un pato en el Manzanares" Así estoy yo sin tí. El Manzanares es un río que hay en Madrid.
"Yo me bajo en Atocha". Ahora tan tristemente conocida, no? Es una estación de trenes de larga distancia y metro de Madrid.
"Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal,... Legazpi... La Latina" Yo me bajo en Atocha. Son estaciones de metro de distintas líneas de Madrid.
"en Linares Baeza" Medias negras, en vivo. Creo que es una estación de cercanías...
"Como un tren de cercanías" Medias negras, en vivo. Los trenes de cercanías son los que van de Madrid capital a las pequeñas ciudades de los alrededores, como puede ser Alcalá de Henares.

Estoy de vuelta en Madrid, después de todo el viaje. Es loco cómo cambian ciertas cosas: llegué a esta ciudad a la mañana, bien temprano (6:45) y cuando entré en la estación de metro, pensé: “Home sweet home”. Estaba agotada después del largo viaje en coach desde Londres, pero contenta de volver. Cuando estaba bajando por una escalera normal (no mecánica) para tomar el metro de la línea 6, me pasó algo muy típico en mí, pero aquí y en ese momento, muy simbólico. Estaba muy dormida, cargaba la mochila, las dos valijas y una bolsita con lo que quedaba de la comida, y me caí. Por suerte –considerando la longitud de la escalera y todo el peso que yo traía- caí de cola, sentada, pero el dolor en el “huesito dulce” era insoportable. Me quedé sola y llorando (en realidad, articulando algún sonido de dolor, que luego llegó a ser llanto) hasta que llegó una señora, y luego dos personas de la guardia del metro, que me ayudaron y me preguntaron cómo estaba y si me había roto algo, pero cómo saberlo. Yo podía caminar, con dolor, pero me movía, así que así llegué al departamento. Digo que fue simbólico porque desde mañana voy a empezar a buscar trabajo en serio, y en el momento en que caí pensé “caí de todo lo del viaje, volví a la realidad”. Cuando llegué al departamento, todos los chicos dormían. Traté de no hacer ruido y después no pude con mi genio y lo saludé a Javi. Fue una linda bienvenida. Ahora estoy agotada, siento encima de mí las dos noches que pasé en el micro, y el golpe de esta mañana; así que no sé si saldré esta noche con los chicos, a ver el partido Argentina-Brasil en la zona de Sol.
Finalmente, no fueron a ver el partido porque lo pasaban en la tele. Salimos con Javi a pasear al parque Aluche y a hablar un poco de las vacaciones que me tomé y del dinero. No fue una charla muy linda, pero creo que los dos la necesitábamos, para estar mejor con el otro y consigo mismo. Lloré, nos mostramos un poco los dientes pero creo que hoy estamos mejor. Digo, que ese momento de franqueza nos hizo bien.
El lunes, los dos madrugamos y yo compré el diario que trae muchas ofertas de empleo. Pasé un buen rato de la mañana organizando mis llamadas y conseguí dos entrevistas para esa tarde y una para la siguiente mañana. En la primera entrevista me fue muy bien, no por mí sino porque es una empresa que necesita teleoperadoras, y supongo que cualquiera les viene bien. Lo cierto es que eso no era todo, sino que me propusieron ser vendedora en la calle, lo que supone altas comisiones pero una cierta productividad. Me pareció que no perdía nada con probar y esa misma tarde salí con uno de los encargados a hacer una recorrida. El pibe era argentino y mientras andábamos en el auto me comentó algo más de la empresa, todo a los gritos, con un calor terrible y todo el viento y el ruido de la calle. Lo cierto es que cuando terminó el día, estaba deshidratada y me dolía mucho la garganta. Empecé a preocuparme porque era el típico dolor de la angina, y yo todavía sin trabajar y sin seguridad social. Y todavía me dolía mucho el golpe del domingo. Decidí que al día siguiente (martes) tomaría aspirinas para ver si el dolor de garganta no era angina. Por otra parte, sería un día tranquilo porque mami pasaba por Madrid en su vuelta a Argentina y yo me quería dedicar a ella, así que me había organizado todo para estar desocupada en el tiempo que ella estuviera acá. Pude hacer eso, y me dolía menos la cola, pero la garganta empeoraba.
Estar con mamá fue todo un tema. Primero porque, por Natalia, tuvimos que hacer todo un cambio y organización de las valijas y bolsos. Eso llevó mucho tiempo (no tanto: una media hora, pero fue un “must”) y cuando estuvo hecho, había dos valijas pesadísimas, dos bolsos pesadísimos, mucha ropa de abrigo en la mano y mi valija y mi mochila, ambas medio vacías. Yo quería salir del aeropuerto: era un día hermoso, lleno de sol y había organizado el equipo de mates como para pasar una linda tarde. Pero mami tenía miedo de salir y perderse el avión. Yo creo que era así. Y además, digamos a favor suyo que el equipaje era bastante pesado. Pero yo había visto unos lockers y no quería pasar el tiempo con ella encerrada en el aeropuerto. Cuando por fin parecía que se había decidido a salir, nos dispusimos a guardar las valijas en un locker. Y la más pesada, la más grande, no entraba. Entonces ella dijo: si no nos van a dar el servicio que queremos, no dejamos los bolsos. Pero no nos podíamos mover con todo. Costó mucho convencerla, pero cuando vimos que a una o dos estaciones de metro teníamos un lindo parque, y que en ambas estaciones había ascensores, aceptó salir un rato. Dejamos en el locker todo menos la valija grande y mi mochila, que tenía el equipo de mates, y nos fuimos al Campo de las Naciones. La verdad es que no era algo fantástico, pero tenía una fuente, unas flores, unos bancos y una canilla para cargar agua fresca. Tomamos unos mates, un poco de sol, y a eso de las siete y media emprendimos el regreso. Mami había cedido en estar en el aeropuerto un poco más tarde y yo, en no ir tan lejos. Pero cómo costó... La acompañé hasta la ventanilla de la aerolínea y una vez que se presentó y dejó el equipaje que iba a la bodega, se pudo quedar conmigo hasta una hora y veinte minutos antes de que saliera el avión. En la despedida, lloramos un poco las dos (yo más que ella) y le hice prometerme que no esperaría a que yo estuviera deprimida para visitarme de nuevo. Ella trató de consolarme con un kit kat, y si bien sirvió en el momento, cuando me fui lloré un poco más. Y después fui al baño y me tomé el metro al departamento.
Al día siguiente (miércoles 28) tenía 5 entrevistas de trabajo: a las 9.30, 10.30, 12, 13.30 y 16.30. Me manejé bastante bien con los tiempos, pero me sentía afiebrada y la garganta me dolía muchísimo. En ninguna de las entrevistas me fue muy bien: tres eran para ser promotor, en otra buscaban gente con mucho espíritu de líder para departamentos de marketing y en la otra, una recepcionista, pero yo todavía no tenía mi Número de Identificación del Extranjero (NIE). Cuando terminé con la última entrevista, me fui al hospital Gregorio Marañón. No sabía si me atenderían, pero asocié la estación de metro del mismo nombre con el hospital y fui hacia allí. Resulta que ese hospital estaba en otra estación... así que hice otro viaje en metro y llegué. Ya sentía que tenía una fiebre que volaba, y es que no había tomado aspirinas para ver qué tenía. Me costó un poco encontrar el sector de urgencias, y cuando lo encontré, me pidieron la Tarjeta Sanitaria, que no tenía. Le expliqué que no tenía nada más que el pasaporte, y que era una urgencia, y la señora de la recepción me dijo que me atenderían y que una asistente social me explicaría cómo sacar el Número de la Seguridad Social y la Tarjeta Sanitaria. Primero, me atendió una enfermera que me tomó la presión y me hizo un par de preguntas, y después pasé a una sala de espera, a que me atendiera un médico. Me atendió un médico que me controló toda: la temperatura, el ritmo cardíaco, la garganta por fuera y dentro, los tobillos y el estómago. Lo cierto es que me dijo que parecía ser una infección y que debían hacerme un análisis de sangre para “saber qué hacer”. La verdad es que dicho así, me asusté mucho, ya pensaba que tenía que quedarme internada, o que los medicamentos serían carísimos, y no me explicaba de dónde habría tomado una infección. Así que me hicieron un análisis de sangre, y esperé. Mientras esperaba me imaginaba todo lo peor, y me largué a llorar desconsolada. Y fue muy simpático el gesto de un chico, que me ofreció un pañuelo descartable rosa. Yo justo le estaba por decir mi nombre, porque iba a ir al baño a sonarme la nariz y no quería perderme ningún turno ni ningún resultado, pero él justo se me adelantó. Me ofreció todo el paquete, pero sólo acepté uno. Esperé hasta las 9 de la noche, hasta que una médica me dijo que había habido un problema y que no habían podido analizar mi sangre, así que me recetó unos analgésicos por si la infección era viral y no bacteriana, me dio dos pastillas para que tuviera y me mandó a casa sin una respuesta concreta pero con una historia clínica larguísima. Esa noche dormí bien, pero a la mañana siguiente me dolía la garganta y a pesar de que me tomé el medicamento, no se me pasó en todo el día. Así que a la tarde fui al centro médico del barrio, para que me atendieran, y me encontré otra vez con la cuestión de la tarjeta sanitaria. Me atendieron, pero me dieron todos los formularios para que hiciera el trámite. El médico que me atendió y sin análisis me recetó antibióticos. Yo estaba preocupada por el precio que tendrían, y yo todavía sin seguridad social, así que le pregunté si podría darme algún analgésico para pasar esa noche, y él me dijo que eran muy baratos y me explicó que si iba a la farmacia y guardaba el ticket, cuando tuviera la tarjeta me devolverían el dinero. Así que tenía que comprarlos. Yo no sabía qué era barato, así que fui a la farmacia con cuarenta euros, acostumbrada a los precios en Argentina. Grande fue mi sorpresa cuando la farmacéutica me dijo que salía 3,45. Y de eso, todavía me iban a descontar si llevaba la receta de la seguridad social. Al volver de la farmacia me tomé la fiebre y tenía 39.5º!! Con razón me sentía tan mal. Cuando al otro día fui a hacer los trámites para la tarjeta y volví a la farmacia, me devolvieron más de dos euros, o sea que el medicamento, finalmente me costó sólo 1.37!!!

Volvamos al tema de los paseos. El sábado, a la tardecita, salimos con Javi a pasear. Fue la primera vez que salíamos a compartir un gran paseo.
Tomamos el metro hasta Plaza de España, y en cuanto subimos las escaleras y salimos otra vez a la calle, me maravillé. Estábamos en una esquina de la Plaza. A mi derecha se alzaba, majestuoso, el edificio "España" y a mi izquierda, la propia Plaza, con su fuente y más atrás, el gran monumento. Miraba hacia arriba sin poder evitarlo. El edificio es muy bonito, y se nota que lo mantienen en buen estado. Debe tener sus buenos años, pero no se nota que esté descuidado. Imaginen la escena: salía yo de la oscuridad del metro, y de pronto me encontré con todo el brillo del sol y mucho calor, parada bastante cerca del grandioso edificio, y obligada a ir hacia la plaza para apreciarlo mejor. Mientras caminaba hacia el centro de la plaza, comencé a oír el agua correr: había una hermosa fuente. Y más allá, verde, sombra y un monumento muy alto. Luego de la primera sorpresa, y de todas las exclamaciones posibles, nos vimos obligados a reparar en que a pesar de que ya fuera cerca de las 6 de la tarde, el sol quemaba fuerte. Así, mientras buscábamos la sombra y una canilla para llenar la botella de agua (detalle: en ciertos lugares, de tanto en tanto hay canillas de agua potable, para que uno pueda refrescarse o beber), me encontré con la otra cara del monumento. Ahí estaban Cervantes, en lo alto, y más abajo, Don Quijote a caballo y Sancho Panza, en su burro. Y si mal no escuché a una guía de turismo que andaba por ahí, arriba de todos ellos estaban las musas inspiradoras. Muy hermoso. Además de tanta belleza, de pronto vimos a la policía, tratando de poner orden entre dos personas (creo que una era mujer, pero no podría asegurarlo) que se estaban peleando a las trompadas. Si no me equivoco, la mujer estaba borracha y el hombre tenía sangre en la nariz.
Aunque ya saben cuánto me gusta el sol, seguíamos buscando la sombra. Y así cruzamos una avenida y encontramos un sendero que a ambos lados tenía flores y césped. Pronto llegamos a los Jardines de Sabatini, que tiene fuentes, plantas y bancos. Es muy bonito, y como todos los espacios verdes de esta ciudad, un oasis entre tanto cemento y tanto calor. Nos sentamos un momento, a disfrutar de tanta simple belleza, y pronto seguimos caminando. Estos Jardines forman parte de los alrededores del Palacio Real, de modo que a los pocos pasos estábamos de frente a la residencia de la monarquía. Me
pareció muy gris, pero igualmente imponente. Javi me explicó que ese color se debe a que todo es mármol. Más me gustaron los jardines más próximos al Palacio, llenos de bancos, magnolias, fuentes y ligustros que forman especies de laberintos. Olí una flor de magnolia y me embriagué. Subimos por unas escaleras, para tener otra perspectiva y seguir el paseo. Me encantó el perfil del Palacio, me gustó mucho. Y los jardines que lo rodean no tienen tanto verde pero de todas maneras están muy cuidados y son muy bonitos. Todo es bello, sin duda cada cosa de una forma distinta, pero priman la belleza y la armonía. Luego, la fachada principal del Palacio, y frente a ésta, la Catedral de Almudena. Es increíble que existan construcciones tan hermosas. Pienso en el dinero que han costado, las vidas que sin duda se han llevado y en las mentes maravillosas que las concibieron, y no puedo evitar ese torbellino en mi pecho. En situaciones como ésta se me mezclan de una forma sorprendente las ideas, los pensamientos más elaborados y las sensaciones concretas, experimentadas en el cuerpo. Me estremezco, se me pone la piel de gallina, se me hace un nudo en el pecho o se me humedecen los ojos.
Tanta belleza, tanta historia, tanta vida, tanta majestuosidad hacen milagros en las personas sensibles. De ahí fuimos a la Plaza Mayor, juntos, y luego tomamos el metro hasta Ventas, cerca de donde hay una plaza de toros, pero en realidad íbamos a visitar a Patricio y Fernanda. Con ellos pasamos un muy lindo rato: tomamos mates y conversamos. Era bien tarde cuando decidimos irnos, y ya estábamos en la calle cuando vimos unos colchones tirados al lado de un conteiner. Sorprendente. Esos colchones eran de buenísima calidad y estaban como nuevos, y estaban ahí para que los recogiera el
basurero. Así que uno se podía llevar eso sin ningún problema, y nosotros, ni cortos ni perezosos, tratamos de llevarnos el mejor colchón. No pudimos, porque el mejor era con resortes y por eso resultaba imposible doblarlo para llevarlo en el metro. Pero igualmente nos llevamos uno, de mediana calidad, pero gratis.

Lunes 28 de junio

El lunes madrugué, me desperté a eso de las 6 y media para ir a buscarla a mamá a Barajas, ya que llegaba esa mañana desde Argentina. Cuando llegué a la puerta por donde ella debía salir, y vi tantos argentinos y a ella no, empecé a preocuparme, pero le pregunté a una azafata y me dijo que la gente del vuelo de mami todavía estaba llegando. Así que me tranquilicé y al poco tiempo, la vi llegar. Llevaba una pinta... estaba cansada, pero además venía vestida de invierno con 4 pulloveres y un pantalón a cuadros, toda ropa mía, para traerla. Buen gesto, pero claro, llegaba acá a pleno verano, y más allá de que ella tenía calor, quedaba bastante desubicada. Como cuando llegué yo, supongo. Tal como había hecho Javi conmigo la semana anterior, la traje en metro. Llegamos bien, y para entonces, ya Javi y Ariel se habían ido. Mami se bañó, desayunamos y salimos a hacer unos trámites por el barrio: fuimos al supermercado y a cambiar dinero. Luego vinimos al departamento, almorzamos y salimos a pasear.
Hicimos el paseo que Javi y yo habíamos hecho el sábado (Plaza España, Jardines de Sabatini, Palacio), pero lo terminamos en la Plaza Mayor y en El Corte Inglés. A mí me daba un poco de rabia porque mami, en lugar de decir que todo era lindo, decía sorprenderse de lo parecido que era todo a Buenos Aires. Yo no digo que no, de hecho me parece que hay bastante verdad en lo que me decía Rosa María y ahora repetía mamá, pero no por eso, esto deja de ser bonito. Y de alguna manera, era como que mami no se asombraba, y yo pensaba: ¿para qué la habré traído a pasear? Pero cuando se lo dije, reconoció que le gustaba mucho... Después de pasear por la ciudad, nos encerramos, junto con Javi, en el Museo Reina Sofía. Ahí están las obras de Miró y Picasso. Me impresionó todo, porque incluso las obras más "simples" (Miró) sorprenden porque son obras de arte. Pero el Guernica... es tan imponente... y tan expresivo... uno se queda extasiado. Lo mira, pincelada por pincelada, y cada rastro de pintura es un mundo de expresiones, de horror. Y es genial. Tengo que volver a verlo.

Martes 29 de junio

A la mañana, ni bien me desperté, y como mami todavía dormía, fui a la estación América a cambiar los pasajes a Barcelona, que había comprado el día anterior. Había elegido un horario muy temprano, y resulta que no podíamos llegar en metro. Pude cambiarlos sin problemas, por suerte. Le dejé una notita a mami, por si se despertaba... pero no hubo problema... hasta las 13:30 (y porque yo entré a su habitación) no se despertó. Cuando se despertó, ya recuperada del viaje, almorzamos, y después yo salí a hacer compras. Salimos más tarde que el día anterior, y fuimos al Museo del Prado, a ver la Cibeles, la Puerta de Alcalá y a la Plaza Colón, donde nos encontramos con Javi, que no andaba de muy buen talante. Volvimos más temprano, cenamos y nos organizamos para viajar a la otra mañana.

Domingo 27 de junio

El domingo, Javi tenía planes de ir a jugar al fútbol. Y yo no iba a prohibirle eso que sé que le gusta mucho y le hace bien. Así que organizamos lo siguiente: yo me enganché en el auto del chico que los pasó a buscar a Ariel y a Javi por la estación de metro de Campamento, para conocer la escuela donde trabaja Javi y también para conocer a algunos de sus compañeros. El camino, ciertamente no me pareció muy interesante, es una autopista como cualquier otra. Claro que no tenía baches... pero a esos pequeños detalles uno se acostumbra muy rápido. Tal como dijeron los chicos, paradójicamente como siempre, el edificio de la escuela de caminos no se destacaba por ser bonito ni distinto. Simplemente, una caja de zapatos
gris. También lo vi por dentro y vi que está muy bien pero no es algo descomunal. Claro que acá, lo distinto pasa por el hecho de que todo lo que se necesite para estudiar se tiene, y creo que eso pasa desapercibido a una mirada como la mía, que no ve la diferencia entre una computadora y otra. Lo que noté a primera vista es que no falta nada y todo lo que hay está en buen estado. El grupo de compañeros de Javi, a simple vista (no intercambié demasiadas palabras con ninguno) me pareció lindo. Y creo que las primeras impresiones, en general, valen. De ahí, y gracias a las indicaciones del chico que nos había pasado a buscar en auto (Javier García), llegué a la estación de metro "Ciudad Universitaria", desde donde -supuestamente- me iba al Museo del Prado. Digo supuestamente porque tenía la clara idea de que sólo iría al Museo. Pero ya en el metro, empecé a leer las advertencias sobre el paso de la Antorcha Olímpica por Madrid y empecé a considerar la posibilidad de ver de qué se trataba. Cuando salí del metro (no recuerdo de qué estación), en las calles había una multitud. Gente de todas las edades, los colores... Y un sol calcinante, y eso que todavía no era el mediodía. Casi sin pensarlo, empecé a seguir a la gente. Iban hacia la Puerta de Alcalá, que yo todavía no había visto. Avanzábamos hacia allí, pero del lado de atrás, o sea que todo lo que pasaba, ocurría del otro lado. Pero por el arco de la puerta, vi a los príncipes (que al insistente llamado "Letizzzzia, Letizzzzia" -es que me da mucha gracia la forma en que los españoles pronuncian cada letra- y "Felipe, Felipe", se dieron vuelta y nos saludaron) y observé cuando se prendió la llama olímpica. Digo, vi todo pero desde el lado equivocado. Y supongo que era más difícil llegar a ver todo de frente, y no estuvo nada mal estar ahí. Después, también opté por seguir a la gente. Es que según se rumoreaba, habría un buen espectáculo de música. Y claro que lo hubo. Primero, cantó un grupo que no sé cómo se llama pero que lo hizo muy bien.
La música era del tipo "Los Chunguitos", como para que tengamos una idea. Además, había un grupo de baile español, y había que ver cómo zapateaban esas mujeres y los muchachos. Y uno de los que tocaban la guitarra, gritaba como desconsolado, y había que estar ahí para ver qué hermoso era ese conjunto. Para ese entonces, ya no dábamos más del calor, eran cerca de las dos de la tarde y habíamos estado todo el mediodía bajo el sol ardiente. Había un grupo de gente del gobierno, o del ayuntamiento... o de no sé dónde... que daban bolsitas de agua potable, para que nos refrescáramos, pero nada era suficiente. Pedíamos a gritos agua cuando llegó Paco de Lucía a cantar y tocar la guitarra, y si bien era hermoso escucharlo, por lo menos yo lo viví como música y espectáculo de fondo, porque la necesidad de refrescarme había pasado a un primerísimo primer plano. Pero recordar la imagen de Paco de Lucía y los suyos ahí, tan cerca, y tocando tan lindo, es algo grandioso. Para cuando llegó un grupo por el que todas las adolescentes gritaban despavoridas, me fui. No estaba para eso, ni ahora, ni por esos ni a esa hora... Así que me fui por "un cacho de cultura", rumbo al Museo del Prado. Ahí quería ver lo más importante, darme una panzada de pinturas imponentes. Y eso fue muy fácil. "Las Meninas" fue uno de los primeros cuadros que vi, y me pareció hermoso, pero ese -claro- no fue el único: vi los de Rubens, El Greco, Rafael... En algún momento del paseo, recibí una llamada de Javier y como no llegué a contestarla, le mandé un mensaje a Ariel diciéndole que ya iba. Tal vez me hubiera quedado más tiempo, pero la verdad es que estaba saturada de tanta belleza y tantas emociones (el espectáculo con motivo de la Antorcha Olímpica me encantó y las pinturas me conmovieron mucho) y sentí que era hora de tomarme un respiro. Además, el Museo es gratis todos los domingos, y sabía que podría volver cuantas veces quisiera. Por cierto, otra cosa que sentí en el Museo fue que lo mejor no es ir a ver cada pintura y leer el cuadrito indicativo, sino estudiar antes de qué trata cada pintor, sus técnicas, su singularidad, e ir y observar, contemplar. Sólo eso. Y me sentía un poco ignorante. Vaya, vaya...

Salí el jueves (24) a la mañana rumbo a Atocha Renfe, la gran estación donde ocurrió el ahora así llamado 11-M, el gran atentado del 11 de marzo pasado.
Hice las averiguaciones, que no me sirvieron de mucho, y en poco rato ya estaba libre. Di una vuelta por la estación, miré el gran parque verde que tiene (que por cierto es bonito) y me fui. Después, me fui a pasear. No sabía qué había por ahí, pero estaba segura de que encontraría algo lindo. Y buscando la salida, me encontré con un cartel que indicaba "Ministerio de Agricultura-Paseo del Prado". Nada de eso me entusiasmó mucho, en principio, y es que no sabía qué era nada de eso. Cuando salí de la estación y vi la calle, quedé impresionada. Percibí una diagramación planificada de todo el espacio, de cada árbol, y me maravillé. No era algo elaborado, sólo estaba cuidado y organizado. Había muchas flores de colores (geranios o malvones rosas) en los grandes canteros, árboles sin flores, césped bien verde y, en cada farola, dos macetas con flores fucsia en lo alto. En cuanto crucé la primera senda peatonal, me encontré con el Ministerio de Agricultura.
Imponente. Cuadrado, con grandes columnas y dos estatuas gigantes, hermoso. Yo miraba hacia arriba, hacia el cielo, tan grande era el edificio. Seguí caminando, mientras me daba cuenta de que poco iré descubriendo otras cosas así, que acá son cotidianas, y que no dejaré de embelesarme. Estaba admirando todo a mi alrededor cuando reparé en la belleza del Paseo del
Prado: bancos, más verde, más flores y, a un lado, el Jardín Botánico. Vi luego un claro, gente sentada, grandes carteles, y lo descubrí: el Museo del Prado. La fachada, por donde entré a preguntar días y horas de visitas, no me pareció muy grandiosa, pero a medida que caminaba rumbo a la Cibeles, noté que lo más bello estaba sobre el mismo Paseo y sí era majestuoso. Sabía que pronto llegaría a la Cibeles y empecé a cantar "A la sombra de un león". Cantando la encontré. Vi también un cartel que indicaba "Oficina de Turismo", pero quedaba frente a la mano que yo estaba y hacia atrás, así que
luego de apreciar la estatua me dije que pronto encontraría otra, y tomé la Calle de Alcalá en dirección contraria a la Puerta (sin saberlo entonces). Mi objetivo era entonces encontrar una oficina de turismo (ya casi sin razón, si es que alguna vez había habido alguna). Pasé así por la Puerta del Sol, también sin notarlo especialmente, aunque debo decir que iba viendo preciosos lugares, edificios, rincones, ambientes. Todo me gustaba. Y así, sin la intención expresa, llegué a la Plaza Mayor y entonces sentí que renacía. Sentí esa insoportable y majestuosa belleza, y todo lo demás pasó a un segundo plano. Necesité un alto en el camino y me senté en una farola. Miré todo con atención, me alegré de estar ahí y encontré la oficina de turismo. Y quedé sorprendida de encontrar ahí un folleto de Teatro por la Identidad, ese concurso que organizó Abuelas de Plaza de Mayo y en que papá ganó un premio. Además conseguí una buena guía de las atracciones de Madrid. No satisfecha con eso, fui a El Corte Inglés y completé mi tour por Madrid.
Agotada y feliz, volví, me calcé zapatillas y vine al Parque Aluche a tomar unos mates. Un hermoso día.
El viernes anduve por el barrio y me gustó mucho. Hice compras en los dos súper, fui al centro cultural y me tomé todo con más calma. Seguí averiguando por el móvil, y volví al parque a escribir y a tomar mates. En la mañana del 26, nos dedicamos a decidir si en verdad precisábamos un móvil o si tenerlo era un lujo, y luego de convenir que era necesario
tener al menos uno, adquirimos un móvil pequeño y liviano, de color plateado. Realmente, tener un móvil es útil, pero me sorprende cómo uno se vuelve esclavo de eso que supuestamente le hace la vida más fácil: hay que ver si tiene batería, si está prendido, si ante una llamada sonará en forma normal o silenciosa, si hay mensajes nuevos, etc. El domingo pasado, ante la imposibilidad de comunicarme con Javi, me pregunté realmente para qué lo teníamos, ya que era precisamente en casos como esos que sentíamos necesitarlo. Un poco, creo que se trata de la falta de costumbre, porque -por ejemplo- el domingo no atendí la llamada de Javi porque no me di cuenta de que el celular que sonaba era el mío, y cuando atiné a atender, pronto dejó de sonar. Y ayer me pasó que estaba en una Catedral, y al entrar no había apagado el móvil. Entonces, cuando lo puse en modo "llamada silenciosa", no estuve todo el tiempo atenta al móvil y en dos ocasiones no lo atendí. Pero insisto en que se vuelve algo de lo que uno está totalmente pendiente. Y eso me incomoda.

23 de junio de 2004

Esta mañana salí (está buenísimo escuchar los Les Luthiers, pero hacen difícil esto de pensar en escribir, así que escucharé "La marcha de la conquista" y listo) sola a hacer los trámites de residencia, a saber: tarjeta de residencia comunitaria en la Administración General del Estado, y empadronamiento en la Junta Municipal de Latina. Realmente, todo fue muy simple: en la primera oficina, presenté los papeles (fotocopia del pasaporte, 3 fotos y un formulario lleno), me tomaron la huella del dedo índice derecho y listo, por correo me mandan la tarjeta de residencia y el número de extranjero. En la otra oficina también me fue bien: hice el trámite, me dieron un mapa buenísimo y me indicaron dónde averiguar por empleo.
Detalles: 1) el metro funciona diez puntos: en cuanto uno hace un viaje, puede llegar a todos lados haciendo las combinaciones (si es que no sale de la estación, claro). Hasta puede equivocarse, sin tener que pagar de más. 2) En las calles, el peatón tiene prioridad. Hay de todos los estilos: la mejor, la más impresionante para nosotros es que en determinadas zonas, uno pone un pie en la calle y todos los autos frenan ante la línea blanca. En los semáforos hay que esperar a que el hombrecito esté verde, y cuando esto ocurre, los autos que doblan frenan. Por último está la modalidad de
pedir el semáforo verde para peatones, que se usa en las calles que tienen más circulación de autos que de peatones. 3) La gente (en especial las mujeres) fuma mucho y no siempre respeta la prohibición de fumar. 4) Los parques y plazas son muy hermosos. Las flores y las plantas están ubicados de una forma muy especial y armónica. Me resulta extraño ver magnolias (esos árboles con flores blancas grandes, que parecen jazmines del cabo, creo que son magnolias) y rosas en tanta cantidad como acá. Todo estaría muy limpio, si no fuera por tantas colillas de cigarrillos. 5) Los días son larguísimos.
Cuando nos despertamos, el sol ya está en lo alto del cielo y a las diez de la "noche" todavía brilla. Sí, el sol brilla todavía. Y el cielo es muy bonito, no parece el cielo de una gran ciudad: se ve celeste y claro. 6) El barrio me gusta. Son puros edificios pero a unos pocos metros está el "Parque de Aluche", y en medio de las altas construcciones, todo el día se escuchan pájaros cantando. Hay gente de todas las edades y colores y perros, bicicletas, autos, monopatines. 7) Noté que los hombres me prestan atención. Ayer en el parque, me pareció que me miraban, y hoy me dijeron dos o tres piropos. Esto me sorprendió porque tenía la idea de que acá no era así. 8) Creo que efectivamente, todo es accesible. Sigue siendo una idea, pero sostenida por más datos: un celular con tarjeta sale alrededor de 50 euros, un teléfono fijo sale 15 (el aparato), ya veremos cuánto cuesta la línea e Internet. Por el momento, creo que pronto tendré un "móvil" (acá no son "celulares"). 9) Hay cine gratis, en la Junta de Latina. 10) Es fantástica la cantidad de gente que va a los bares cuando el sol deja de picar fuerte. Tal vez hoy vayamos de mates por ahí. 11) Acá, la basura se discrimina en: plásticos, papeles y lo que queda. Interesante, pero ya que discriminan, discriminemos más, ¿no? Tienen un buen logo que es "Separareciclar". 12) Comencé a disfrutar de los baños...
La verdad, es que lo poco que vi de esta ciudad me encanta. Es cierto que hay muchos lugares en que Madrid parece un pequeño lugar, pero eso no quita que sea muy linda y que además, de tanto en tanto, aparezca la gran metrópolis.
Tengo los pies cansadísimos... es que con tanto sol, cuesta mucho ir a dormir en pleno día. Mañana tengo que averiguar por los trenes internacionales y el empleo.

Ayer fue un gran día

Alerta: estoy escribiendo en "crudo", es sólo para que sepan algo. No es elaborado ni demasiado pensado.
Salí para hacer un par de averiguaciones, y llegué a Atocha. Es una gran estación, pero no me pareció muy especial. Tiene un lindo detalle de plantas y agua vaporizada, que da una idea de verde en pleno centro de todo.
De ahí salí por el Paseo del Prado, pasé por el Ministerio de Agricultura, el Jardín Botánico y el Museo del Prado hasta la Cibeles y me emocioné mucho pensando en la canción que canta Ana Belén con Sabina, sobre el preso que sale y busca su amor.
De ahí caminé por la Calle de Alcalá hasta la Puerta del Sol, paré en El Corte Inglés y seguí hasta la Plaza Mayor... y me sentí maravillada por todo lo que había visto en tan pocas horas. El verde de las calles es bello, y los jardines con tantas flores son muy especiales. Incluso hay flores en lo alto de las lámparas de las calles, puestas en macetas. Quedé fascinada. Sentí en el pecho esa sensación que me había inundado en Londres. Ya veré cómo la pongo en palabras. Cuesta.
Ya me recuperé de la pérdida de horas, y de a poco voy alternando entre las maravillas de la ciudad, y del mundo viejo-nuevo y las cotidianeidades: hacer las compras, pensar qué comemos, darse cuenta de qué es barato...
Lo lindo es que termino mi día con un baño de sales o espuma ;)
Bueno, ayer me quedé sin monitor y espero hoy tener otro, pero mientras tanto será cuestión de volver al lápiz y papel y de a poco ir mandando mis aventuras.

¡¡¡¡¡Llegué!!!!

Hace dos días que llegué pero recién hoy llegué a una máquina con internet. Estoy muy bien, salvo el cansancio, por las horas perdidas y porque no paré demasiado. Así es que ya tengo todos los papeles en marcha.
Los días son larguísimos y hermosos, calurosos pero con un aire espectacular. Me he dedicado a ordenar y a escribir mucho, así que ya publicaré todas mis impresiones. Pero será mañana u otro día.
Por ahora sepan que, en esencia, estoy bien. Y en MADRID!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!