El viaje a Grecia (preparativos y primer día en Atenas)
Con un poco de timidez, en septiembre de 2004 le escribí una carta manuscrita a Tasos. Le conté un poco de cómo vinimos Javi y yo acá, que soy amiga de Gla y no mucho más. En esos (y también en estos) días de tanto correo electrónico y páginas web, mi buzón postal estaba habitualmente vacío o con cuentas a pagar. Grande fue mi sorpresa cuando un día, me encuentro un sobre a mi nombre con unas estampillas raras y un remitente en otro idioma. Entonces caí: tenía que ser “el amigo de Gladys”, que respondía a mi carta. Me había contestado de puño y letra, y en un muy buen castellano. Me contaba que estaba encantado de que una amiga de Gladys le escribiera, y que hacía poco que él y su familia se habían mudado de Atenas al norte del país, a una ciudad sobre el Egeo que se llama Kavala. No me acuerdo qué más me contaba, pero no me voy a fijar: era una carta de presentación y de bienvenida a conocernos.
Desde la segunda carta, yo ya opté por la computadora, que me resulta más fácil y me cansa menos las manos. Él, sin embargo, seguía mandándome cartas manuscritas, en un gesto que siempre sentí muy cálido.
Desde su segunda o tercera carta, comenzó a invitarnos a su casa. Lo primero fueron las Fiestas de 2004, luego Semana Santa del 2005, el verano y las fiestas del mismo año, luego febrero de este año (temporada baja de vuelos), Semana Santa de este año, el Mundial de fútbol (decía, para comentarlo con Javi)... Siempre le dijimos que no, principalmente porque veíamos los precios de vuelos y estaban por las nubes, y además porque no podíamos tomarnos días de vacaciones en los trabajos. Pero este año, más o menos en mayo, en el trabajo me dijeron que tenía que tomarme al menos algunos días de vacaciones de este contrato antes de que se terminara. Entonces, con tiempo, comencé a mirar precios. Habituada a vuelos carísimos, cuando vi unos a un precio muy razonable, le pregunté a Javi e hice la reserva. Le pregunté a Tasos y él me dijo “Cómpralos”. Vale, pensé yo... Y luego de solicitar en el banco un gasto con tarjeta de crédito superior al permitido, los compré. Me ilusioné mucho, porque iríamos 8 días a Grecia, guiados por un griego que habla castellano.
Justo venía papá y le encargué un mate bien argentino para Tasos y su familia, símbolo si los hay de la tradición y también de la amistad en Argentina. Para su mamá, le pedí algún detalle, ya que nos quedaríamos dos días en su casa de Atenas.
Mientras pasaban los días, Tasos y yo nos dimos cuenta de que era posible que Javi precisara visa de turista o alguna invitación formal para ir a Grecia. Escribí a la embajada de Grecia aquí y llamé a la que está en Argentina y en ninguna me hicieron mucho caso: como Javi está acá, de la de Argentina me remitían a la de acá, pero como es argentino, de acá me mandaban a la de Argentina. Finalmente, cansada de dar vueltas y no resolver nada, me di cuenta de visitar las páginas oficiales de Grecia. Así como la de Cancillería Argentina informaba qué países necesitaban permisos especiales para entrar por diferentes razones, pensé que el Ministerio de RREE de Grecia debía hacer lo mismo. Visité la página en inglés del Mrio. y efectivamente, informaba que para ir de turista, un argentino no necesita papeles especiales.
Los últimos días me devané los sesos pensando en regalitos para todos: si caía en los típicos y a veces inútiles souvenires o si elegía cosas más útiles e igualmente lindas. Opté por la segunda opción, y a la mamá de Tasos y a Vaso les llevé unos jabones aromáticos artesanales; a los nenes, crayones, lápices y témperas; y a él, por pedido expreso suyo, un diccionario en castellano de sinónimos.
El jueves a la noche, Tasos nos llamó, y me dijo que en el aeropuerto lo reconoceríamos por la foto. Yo le recordé que sólo nos había mandado fotos de sus nenes, así que me dijo que se pondría una remera con los colores de Venezuela, que seguramente nadie llevaría una remera así en Grecia. Yo pensé que en el peor de los casos, él sí nos podría reconocer a nosotros porque tenía una foto reciente.
El viernes terminamos con todo bastante tarde, y agotados. El sábado nos levantamos temprano, porque salíamos de la Terminal 4 y yo ya había visto con papá que se podía tardar bastante en llegar. Al final, llegamos tan temprano a la T4 que tuvimos tiempo para tomarnos un café (que yo acompañé con los últimos alfajores de chocolate que me quedaban de la visita de papá) y para que Javi enviara sus prácticos por mail a sus compañeros. Como siempre, no pudo faltar una visita a los comercios tax free, para perfumarme con las mejores marcas y ponerme crema con ricas fragancias y componentes naturales.
Hicimos el check-in y optamos por estar al lado de la salida de emergencia, creyendo que tendríamos más lugar y estaríamos al lado de la ventanilla, pero nos equivocamos. Nuestros asientos estaban del lado del pasillo y estábamos entre medio de dos ventanillas. Cuando nos parecía que veríamos algo, estirábamos el cuello y veíamos todo lo que podíamos, que igualmente era poco. Para almorzar, Javi había preparado unos sándwiches de jamón crudo y huevo, pero nos sirvieron un plato caliente y caímos en la tentación. Pensamos que luego podríamos comer nuestros sándwiches, que seguramente estaban buenísimos, y durante el vuelo no los atacamos. El viaje se hizo un poco largo, aburrido. Yo me sentía un poco tonta por no llevar ninguna guía de turismo de Grecia, ningún diccionario, ni una lista de palabras básicas en griego. Tampoco me había llevado un libro, sólo tenía la revista del avión y mi cuaderno de notas. Creo que dormimos un poco, estábamos muy cansados y nos esperaba un día agitado.
Cuando por fin llegamos, fuimos a recoger el equipaje y ahí nos dimos cuenta de que no entendíamos nada de lo que decía la gente en griego. Yo me hice de un plano de la ciudad, en inglés y griego, recogimos la valija y salimos. Miré un poco y enseguida lo reconocí a Tasos. Su remera decía Venezuela y tenía una mano en el bolsillo. Lo acompañaba otro señor, más corpulento. Nos presentamos, nos dimos los dos besos de costumbre y luego nos dijo que Yorgos era su hermano, que iría a buscar el coche y nosotros lo esperaríamos a la salida. Yorgos no hablaba castellano, así que yo le hice algunas preguntas de etiqueta en inglés y el resto de las cosas, las traducía Tasos.
Luego de unos 20 minutos de viaje, llegamos a la casa de la mamá de Tasos y Yorgos. Tuve la sensación de que en vez de llegar a una casa de Atenas, llegaba a un barrio de pueblo. Esa y todas las que la rodeaban eran casas de dos plantas: un piso era propiedad de una persona y el otro, de otra. Ambos dueños compartían el patio delantero, que era de paso obligatorio para todos los habitantes del inmueble. Tasos nos precedió al entrar, y su mamá salió a recibirnos con una amplia sonrisa de bienvenida. Nos instalaron en un dormitorio con cama matrimonial, con vista al patio de adelante. No tuvimos necesidad de recorrer la casa para saber que nos estaban dando un lugar privilegiado. Nos ofrecieron “frapé” –café frío batido- y aceptamos. En cuanto nos sentamos a la mesa con la mamá de Tasos y Yorgos y ellos dos para tomar el frapé, nos dimos cuenta de que era imprescindible saber algunas palabras básicas: “hola”, “chau”, “por favor”, “gracias”... Así que Javi sacó su cuadernito y su boli y empezó a anotar. Como buen ingeniero, siguió cierta lógica: comenzó por el abecedario y la pronunciación de las letras y luego llegó a las palabras. En seguida nos percatamos de que para una lectura rápida tendríamos algunos problemas: lo que en castellano es H, en griego es i; la n también es i; la p es r; la v es n. Luego, por supuesto, las diferentes pronunciaciones y la cuestión básica de que es otro idioma. Además de las letras, hay que saber los “diptongos” porque de la combinación de dos letras que por separado tienen dos sonidos diferentes, surge uno solo. Ahora no me los acuerdo, pero es como si la a y la e –ae-, en lugar de sonar ae sonara i.
Luego de tomar el frapé y de aprender algo de griego básico, el tío de Tasos (que vive en la casa que está arriba de la casa de la mamá de Tasos) nos llevó en coche hasta la estación de metro más cercana. De ahí fuimos a “Syntagma”, donde está el Parlamento. En esa estación, así como en otras que luego veríamos, tienen unas vitrinas que exponen los restos arqueológicos que encontraron en ese lugar cuando excavaron para hacer el sistema de metro. Como ya sabíamos algunas letras, intentamos leer, y cuando estábamos subiendo, nos sorprendimos al ver que para indicar la salida, la palabra era “éxodos”, que como ya sabemos, en castellano indica cierta salida... Cuando nos dimos cuenta de eso, empezamos a pensar en todas las palabras que vienen del griego y que usamos con tanta asiduidad; y ese fue un ejercicio que seguimos haciendo durante toda nuestra estadía en Grecia.
El Parlamento estaba bien. Me llamó la atención por grande y distinto pero no tanto por bello. Su fachada, salvo las columnas, es demasiado lisa, y eso me chocó un poco. Los dos guardias de la puerta llevaban uniforme en tonos claros y un arma, y durante todo el tiempo que los estuvimos mirando permanecieron totalmente inmóviles e impasibles. Toda la gente se sacaba fotos a su lado, como en Inglaterra, y ellos ni se inmutaban. Nosotros fuimos originales: ni nos sacamos fotos con los guardias ni nos quedamos a ver cómo era el cambio. A Tasos, el cambio de guardia no le resultaba especialmente atractivo y Javi y yo estábamos ávidos de conocer maravillas. Hacía mucho calor y aunque 15 minutos no era demasiado tiempo para esperar a que los guardias cambiaran de turno, la plaza de enfrente no era especialmente atractiva y preferimos seguir caminando. Cruzamos el Jardín Nacional, pasamos por el Centro de Exhibiciones y Congresos Zapion (donde se hizo el acto en el que Grecia se sumó a la Comunidad Europea, por ejemplo), y llegamos al Estadio Panathinaikon. Ese es el estadio olímpico en el que se hicieron los primeros juegos de la modernidad, en el siglo XIX. Verlo fue hermoso: es uno de los símbolos de la cultura griega, y aunque no es una obra arquitectónica de la Antigüedad, es tan representativo que es como si lo fuera. Es de mármol blanquecino, y altísimo. Sólo lo miramos y sacamos unas fotos, pero con esa emoción que da ver algo único. Ya sé que todo es único, que ese estadio es tan valioso como cualquier otro edificio de la misma época en otro lugar. La diferencia es que cuando vi ese estadio olímpico en Atenas supe que era parte de un conjunto de maravillas que deseaba conocer desde que en primer año de la secundaria, en Historia, conocí la cultura griega. Despacito, con menos prisa que cuando dejamos el Parlamento, caminamos de nuevo a través del parque, esta vez hacia el Templo de Zeus y la Puerta de Adriano. De lo que era el templo, quedan ahora unas piedras en la tierra, como formando un suelo, y unas cuantas columnas altísimas. ¿Qué modelo? La verdad es que no lo sé. Lo cierto es que uno llega a esa parte del parque, y de pronto se encuentra con esas ruinas, que tienen más de mil años de antigüedad, no puede menos que quedarse boquiabierto. Ya estaba anocheciendo, había luna nueva y se veían las primeras estrellas entre las columnas. Era bellísimo. Nos quedamos un rato mirando, disfrutando del momento, sacando fotos, y luego seguimos caminando. Nos acercamos a la vereda más cercana y cruzamos la avenida por cualquier lado. ¿Por qué no esperamos al semáforo, o fuimos a una esquina con cruce peatonal? Porque así andaba Tasos, tan tranquilo y travieso. Creo que en todo el tiempo que estuvimos con él en la calle, si cruzó un semáforo en verde alguna vez, fue por error. Luego de cruzar, nos metimos por una callecita muy estrecha pero llena de negocios abiertos que vendían souvenires, de todo tamaño y precio. Por sacarse el gusto, Javi le pidió a Tasos que preguntara cuánto salía una armadura. ¿Quieren saber? Entre 700 y 7000 euros. Y la más grande sólo medía medio metro... Así fue que Javi se sacó la idea de venirse con algo de ese estilo en la mochila de vuelta. Mientras pasábamos por las callecitas, parecíamos “atrapados en azul”, de tantas artesanías que había del color de la bandera. Tasos nos advirtió que no compráramos ahí, porque era muy caro. Así que curioseamos pero nada más. Caminando, caminando, llegamos... al Partenón. Ya era noche cerrada, con una tímida luna nueva y muchas estrellas... y era maravilloso. No pudimos sacar fotos porque todas salían mal, hubiéramos necesitado un trípode o flash adicional y no teníamos. Igual, ya no me arrepiento de quedarme sin algunas fotos, primero porque para eso están las postales y los libros de arte o arquitectura y además, porque esos recuerdos... no hay quien los quite. Caminábamos por la calle que rodea al Partenón mientras charlábamos con Tasos sobre cómo lo bombardearon, nos contaba del músico que él admira tanto por su ideología y que vive “en esa casa blanca” que estaba por ahí, dimos la vuelta, escuchamos un señor tocando ¿QUÉ INSTRUMENTO?, seguimos caminando mientras veíamos el Partenón desde distintos ángulos (aunque Tasos nos indicó cuál era el más adecuado, aquel desde el que lo veríamos más grande), hasta que llegamos de nuevo al lugar desde donde habíamos salido: el templo de Zeus. Volvimos a la casa de la mamá de Tasos, pedimos suvlakis para cenar, y nos fuimos a dormir. Qué día más glorioso.
4 comentarios
Angie -
Jose -
Jose -
Angie -