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Próximo destino: Madrid

Tarde de domingo en Atenas

Pero ahí no terminó el día... Apenas había pasado el mediodía y quedaba mucho por hacer en Atenas.

Cuando volvíamos caminando desde el metro hasta la casa de Bula, hicimos una breve parada en la casa de Pedro, un amigo de Tasos. Los conocimos a él y a sus padres. Ninguno de los tres hablaba en castellano ni inglés, pero con tanta calidez, la verdad es que nada de eso fue necesario. Tasos les contó quiénes éramos, y ellos, enseguida nos dieron la bienvenida con agua fresca, jugo y unos palitos helados tamaño copetín. Recargamos energías y seguimos caminando hacia la casa de Bula, que nos esperaba para almorzar una comida típica y muy trabajosa que nos había mostrado preparada la tarde anterior. Era Musaká: un pastel que lleva una base de berenjenas fritas, luego una capa de carne picada con salsa de tomates, y arriba, una gruesa capa de salsa blanca muy espesa, con queso. Estaba sabrosísima, deliciosa, y podría haber comido más si no hubiera sido porque con sólo una porción quedé repleta. Además de la musaká, nos sirvieron una ensalada que en esos días sería un clásico: tomates, pepino, queso feta, pimiento rojo, aceite de oliva, sal y orégano. Un día, a la vuelta, cuando la estaba comiendo en el trabajo, mi compañera Bárbara me dijo: "Es como comer gazpacho en ensalada". Exacto. Bueno, volviendo a ese domingo en Atenas: frente a la contundente musaká, y a cualquier otra comida sólida, la ensalada esa es uno de los mejores inventos para el verano: fresca, liviana y rica. De postre, comimos un dulce de uvas que había hecho Bula para que las uvas "no se le echaran a perder", como dicen todas las abuelas. Era de estas uvas blancas, muy ovaladas y sin semillas, y estaba tan rico que yo intenté robarles a Javi y Tasos el juguito que les sobraba en sus respectivos platos. Entonces, Bula fue a la cocina a buscar un frasco bastante grande que me regaló. Y es mi perdición: cada vez que pienso qué gustito dulce puedo darme, me como un par de uvitas. Después del postre, nos tomamos el ya clásico frapé, y después de un ratito de sobremesa, nos pusimos en marcha otra vez. Fuimos al Museo Arqueológico Nacional. Por fuera, está bien, pero no me impresionó mucho: unas columnas, varios árboles, un parque más allá y una avenida frente a la entrada principal. ¿El precio? Comparable al de cualquier otro museo de pago en Europa: 7 €. Y no, siendo domingo como era, no era ni más barato ni gratis, como suele ser en otros sitios. Pero es Grecia, y ahí uno paga lo que le pidan. Esto ya lo hablamos, creo...

El museo es maravilloso, tiene cosas muy bellas y fue hermoso verlas. Empezamos viendo todo, pero luego nos dimos cuenta de la cantidad de cosas que tenía y elegimos ver la antigüedad griega con especial atención. Vimos grandes esculturas en bronce, entre las cuales destacan especialmente las de Poseidón, un niño cabalgando, un hombre y una dama (cuatro en total que me impresionaron especialmente, por su tamaño y armonía). Había otras también muy bonitas, talladas en piedra, pero eran figuras a las cuales estamos más acostumbrados: hombres y mujeres desnudos, de cuerpos tallados con una precisión asombrosa, o ángeles, o animales. Además, miramos las vasijas de barro, que tenían dibujos en negro que representaban ciertas ceremonias, actos o rituales de la vida. También nos acercamos a la zona de los cascos y escudos, para que Javi pudiera ver en vivo y en directo el atuendo de los soldados de la antigüedad clásica. Al final, ya estábamos bromeando: todas las vasijas, preciosas, pero en pocas se veía a la gente haciendo el amor. Entonces, mientras Javi sacaba una foto de un esqueleto rodeado de pequeñas vasijas como muestra para sus amigos de adónde lleva la bebida, Tasos le preguntó a un guardia dónde estaban los cuencos que tenían escenas de sexo, y hacia allí fuimos. Fue divertido, aunque las vasijas no eran ni más lindas ni menos que las otras. Todo era bello, precioso, digno de ver. Lo que fue muy interesante es el avance de la escultura de piedra hacia lo que ahora llamamos la belleza clásica: las primeras figuras humanas eran menos proporcionadas, más gordas y para qué negarlo, menos bonitas. Y poco a poco, uno ve cómo va cambiando la forma de representar el cuerpo humano, y celebra que los griegos hayan sido tan geniales. La belleza del cuerpo de Poseidón es grandiosa. Como su expresividad, a pesar de que sus ojos son un par de agujeros. O la fuerza que impone esa dama de unos dos metros de alto, aunque su cabeza y cuerpo están cubiertos con una túnica que sólo deja ver unos pliegues que, piensa uno, van a volar con el menor soplo. Bello, bello. Todo bello. Sólo belleza.

Salimos en el momento justo: habíamos visto todo lo que queríamos ver, varias cosas más, y ya estábamos empezando a saturarnos. Pero como digo, nos fuimos justo antes de que llegara ese imperativo "Necesito salir", así que salimos encantados de la vida.

Caminamos un poco, rumbo a la estación de autobuses en la que la semana siguiente haríamos solos el trasbordo entre el autobús que nos llevaría desde Kavala a Atenas y el que nos llevaría al aeropuerto. Tasos quería que estuviéramos seguros de que reconoceríamos el lugar y todo, porque estaríamos solos. Después, íbamos a tomar el autobús que nos llevaría a la casa de Bula, pero el kiosco de billetes estaba cerrado, así que Tasos fue a comprarlos a la estación de metro, mientras nosotros dos esperábamos frente al autobús, que ya estaba por salir. Y Tasos no llegaba, y la gente subía al autobús... nosotros estábamos cortando clavos, pero no era grave: en el peor de los casos, perderíamos unos cuantos minutos, tal vez media hora, pero Tasos volvería e iríamos como fuera a la casa de su mamá. Llegó, por supuesto, y emprendimos el regreso. Cuando llegamos, tomamos un frappé con la hermana y la mamá de Tasos, y luego se sumaron a la reunión el hermano con su esposa y su niñita. Intentamos comunicarnos, sacamos unas fotos; vino la vecina de enfrente, muy simpática, nos dejó su teléfono y se fue. A los pocos minutos, volvió con algo en su mano cerrada, que puso en la mía diciéndome "for a memory". Era una cadenita de plata, con unos delfines. Preciosa. Además, nos dejó su teléfono, y luego se fue. En eso que estábamos tranquilos, disfrutando de la compañía del otro, Tasos se dio cuenta de que el reloj de pared de su mamá atrasaba 15 minutos, o lo que es igual, no estábamos retrasados pero teníamos el tiempo justo. Así que salimos disparando con la hermana de Tasos en el coche, rumbo a la estación de trenes. Allí nos encontramos con una amiga de Vaso, que hablaba perfecto castellano y que tenía una bolsa con zapatos para que le lleváramos a ella. Nos los llevamos, la saludamos, y nos fuimos a nuestro tren. Entramos, yo subi a mi camita, me cambie, Javi y Tasos se quedaron en las de abajo (hicieron una suma de pesos y prefirieron estar mas cerca del piso, jeje), apagamos las luces, y con el traqueteo del trenquetrenquetren nos quedamos dormidos.

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