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Próximo destino: Madrid

La mañana del segundo día (Grecia)

Esa noche, caímos rendidos. Después de bañarnos, nos acostamos y ahí quedamos, fritos. Hacía mucho calor, había mucha humedad y el aire nos aplastaba. Así que caímos, agotados, y yo dormí como un tronco. Javi, que sufre un poco más el calor, me comentó a la mañana siguiente que no había descansado demasiado bien; pero igualmente, después de una semana de trabajo, de organizar todo para el viaje, del mismo vuelo y el día tan intenso en Atenas, una noche de dormir sin el límite del despertador parecía un regalo de los dioses del Olimpo.
Igualmente nos despertamos bastante temprano. Nos habíamos acostado a las 12, más o menos, y a eso de las 9 ya estábamos arriba. Desayunamos café griego –este que tiene mucha borra- con unas galletitas de manteca. Muy rico, distinto. En cuanto pudimos (nos costó un poco...), nos pusimos en marcha, rumbo al Partenón. Subiríamos y haríamos todo lo que nos dejaran. Había un sol increíble, y calentaba bastante. Por suerte, yo iba bien ataviada: short blanco, musculosa roja y zapatillas, con medias, para aguantar cualquier caminata. Javi también, iba con remera y short de algodón. Y Tasos, igual. Hasta la estación de metro, un poco distante de la casa de Bula, nos llevó el tío de Tasos. De ahí fuimos a la estación más cercana al Partenón, y entonces emprendimos la caminata. Llegamos al perímetro, pagamos la entrada (12 € para tres días, de los cuales nosotros disfrutaríamos sólo uno, con lo cual resultó un poco caro). De día, se imponía el blanco de la piedra contra el cielo azul. Lo primero que nos encontramos al subir, fue el Teatro de Dionisio. Éste está en la ladera de la sierra en cuya cima se levanta el Partenón. Aprovechando la pendiente que brinda la naturaleza, se organizó el graderío semicircular de piedra, que va subiendo conforme sube la sierra. Llega un punto en el cual –claro, no?- terminan las gradas. Ahí hay un estrecho camino, a cuyos lados están el Teatro y un muro recto que cubre la sierra. Más allá del muro, sobre la cima aplanada de ese accidente geográfico, está el Partenón, que se impone como el monumento más grandioso, pero entre otros no menos interesantes y llamativos. Los teatros que hay son preciosos, y dan testimonio de las grandes obras griegas, de sus autores y sus personajes ya míticos y psicológicos...
El Partenón, cómo negarlo, es impresionante. Creo que está hecho de mármol y el color es muy blanco y uniforme. Las piedras tienen partes muy lisas, pero a ninguna le falta una muesca, ya sea de algún imprudente que la golpeó, de algún ambicioso que le sacó un pedazo, o de las mismas condiciones climáticas que tras miles de años las fueron erosionando. El piso, de una piedra oscura, estaba brillante y suave, como testigo inmóvil y mudo de tantos que han pasado-pisado su cara visible. Entre todas las columnas que soportan el techo, había unos fragmentos, probablemente rescatados después de los ataques que lo dejaron como está hoy –bastante destruido. Estos fragmentos muestran la compleja técnica de construcción de las columnas: cada uno tiene un hueco arriba y una prominencia abajo, gracias a los cuales encajaban unos con otros perfectamente. Eso además de, como estudiamos en la escuela, ese gran truco de hacer las columnas más anchas abajo que arriba para favorecer la estabilidad, pero tan bien logrado que parecen rectas sin serlo. Y la verdad es que uno lo ve ahí, tan venido abajo como consecuencia de que lo usaran como un arsenal, pero tan imponente, testigo de miles de años de cultura, de vida, y no sé qué debería pensar, qué debería inspirar estar ahí. Lo que sí sé es qué sentí yo. Por un momento, me sentí transportada a la antigüedad, y me imaginé cómo debía ser eso cuando estaba en todo su esplendor. Cómo debía ser la vida, qué lugar tenía cada uno, qué sentirían las personas que veían esas grandezas ahí, a su alcance, como algo cotidiano. Pero por otra parte, sentí pena. Mucha pena. Uno da una vuelta por el Partenón y no es el único monumento que puede apreciarse. Hay también unas columnas más allá, está el teatro, y bastante más lejos hay una edificación a grandes rasgos similar, pero creo que inaccesible. Lo cierto es que cuando uno da la vuelta y se aleja de la preciosa y ya famosísima fachada, ve que todo está incompleto, que sólo hay un caballo en el relieve de la cúpula, que en muchas partes todo está “atado con alambre”, y da pena. Pena de que su uso como arsenal lo mandara a la destrucción, pena porque con lo cara que sale la entrada (y por ahí pasan miles y miles de personas), la mala gestión de los fondos impida una restauración de una buena vez, pena de que lo hayan saqueado. Porque aquella sensación, esa emoción que sentí cuando por primera vez vi en el Museo Británico los relieves del Partenón, y la que sentí en el Louvre al ver la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo, eran emociones que debían estar reservadas para Grecia. Para que en Grecia no tuviera que imaginar los tesoros del Louvre o del Museo Británico para darme cuenta de lo grande que es su legado cultural (que, de más está decir, con lo que queda en pie, alcanza y sobra para emocionarse hasta las lágrimas y la taquicardia).
Todas las fotos que nos tomamos con el Partenón de fondo, que a uno le gustaría colgar, ampliar, mostrar a todo el mundo, por tanto sol están inmostrables. En todas salimos como chinos con fiebre, con los ojos chiquititos, abiertos apenas para no chocarse.
Cansados de tanto sol, tanta luz y tanto calor, volvimos al metro.

3 comentarios

Jose -

Que lastima que dejaste de escribir. Bueno, algun dia espero comprar tu libro sobre relatos de viajes!! Saludos y que te deseeo un 2007 lleno de nuevas aventuras.

Jose -

Lindo relato, se hizo desear. Me gusta cuando relatas al detalle que desayunaron, que se come, como se viaja, el precio, esos detalles cotidianos que se diferencian con lo que se vive aca, y tambien las distintas costumbres y habitos que hay en cada lugar, como cuando cuentan que en algunos paises pones un pie en la senda peatonal y todos los autos frenan, cosa que veo que no sucede en Madrid por lo que has relatado. Un beso

Angie -

Bien, bien, segundo día hermoso y agotador.