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Próximo destino: Madrid

Los viajes

Jueves 15 de julio

Nos tomamos el día medio tranquilo. Yo hice un par de compras en el súper, comimos una comida medio elaborada y nos organizamos para ir al centro de Bracknell. Íbamos a ir dos de nosotras en bici y una caminando, pero siguiéndonos de cerca. Así que salimos Nati y yo en bici y mami caminando. Le dijimos que nos encontrábamos en la rotonda más cercana.
Como nosotras llegamos antes, dimos una vueltita. Y no volvimos a encontrarla. Dimos miles de vueltas, hasta que a mí me pareció verla entre unos árboles y le gritamos. Nos respondió y la encontramos. Se había olvidado de la palabra "rotonda", y cuando llegó a lo que le pareció que era el punto de encuentro no nos vio y en vez de quedarse, empezó a dar vueltas.
Seguimos juntas y llegamos al centro. Fuimos a la biblioteca, y a otros lugares sin importancia, sólo a dar una vuelta. Era un día de descanso, porque al otro día iríamos a Londres.

Viernes 16 de julio

Esa mañana, al llegar a la estación de trenes de Bracknell sobre la hora, nos dimos cuenta de que la Travel Card salía bastante más de lo que pensábamos, y para no comprar apuradas, perdimos el tren y tomamos la decisión con más tiempo. Y decidimos pasear en Londres caminando. Una decisión importante, dado que ni Nati ni mami están acostumbradas a caminar demasiado. Lo primero que hicimos fue ir al Buckingham Palace a ver el cambio de la guardia real. Yo vi el show desde un lugar distinto que la vez que fui sola, y si bien no vi todo lo que pasa adentro del predio del palacio, pero como era de prever, igual fue muy lindo verlo. Siempre uno se pierde algo, no puede estar en todos los lugares a la vez, y por suerte yo pude ver el espectáculo desde dos lugares distintos. Pero para elegir para una próxima vez, creo que prefiero ver lo que pasa dentro de las rejas. De ahí nos fuimos a almorzar a la plaza que está frente al Big Ben y a la Westminster Abbey, y yo me enojé porque tal como nos había pasado con Nati dos años atrás, nos costó cruzar la calle y una moto casi me pasa por encima. Así que estuve un buen rato con cara larga. Fue medio cómico porque entre mi bronca me dije "que lleguen a St. Paul´s si pueden, sin mi ayuda". Por supuesto que pudieron, entre el mapa y preguntando a la gente, que quedaba asombrada de que quisiéramos ir caminando. ¿Cómo les íbamos a explicar que el tube era muy caro? Andábamos de mala suerte: también estaban arreglando el frente y parte del interior de la catedral. De todas formas, la Capilla de los Susurros estaba disponible y por eso decidimos entrar. Dimos una vuelta por abajo, nos colamos en un paseo guiado por una señora que hablaba castellano e italiano y después subimos. Nos ubicamos para hablarnos, y si bien al principio nos costó un poco encontrarle la vuelta, después fue algo hermoso, estábamos a metros y metros de distancia una de la otra y hablando a un volumen normal, nos oíamos perfectamente gracias a la perfección de la cúpula. Después salimos a ver Londres desde arriba, y para cuando terminamos afuera, habían cerrado la Capilla de los Susurros y estaba por comenzar una misa, así que nos quedamos en silencio y quietitas, mirando qué pasaba. Y empezó a sonar un coro celestial, puro, bellísimo. Y nos sentamos, embelesadas, a escuchar. Nos quedamos un rato y luego nos fuimos, rumbo al Museo Británico. Ahí nos encontramos con que no todas las salas estaban abiertas, y yo me dispuse a que mami y Nati vieran aquellas que a mí más me habían impresionado: Egipto, Grecia y la Mesopotamia. Vimos lo que pudimos, pero por suerte casi todas las salas de Egipto estaban abiertas y las vimos. A mí me encantó volver a verlo, con más calma y sabiendo cuánto me iba a impresionar, ya sin la euforia del primer día. Y Nati debió reconocer que le gustó mucho que la llevara.
Caminando despacio, nos fuimos hacia Waterloo, para tomar el tren de vuelta. Estábamos agotadas de tanto caminar. Conseguimos agua para el mate (a esa altura era lo único que teníamos para comer o beber) y en el tren, nos organizamos para tomar mates. Todos los pasajeros nos miraban con cara de "qué droga será esta", y mami, que cebaba, tenía a su lado a un señor de color que la miraba de una forma imposible de no advertir. Con Nati, nos reíamos. Por suerte, el señor decidió sacarse la duda y le preguntó a mami qué era eso. Y charlaron. Al llegar a Bracknell, caímos en la cuenta de que sólo había una bicicleta y éramos tres, todas estábamos cansadas y el bus ya no corría. Fue muy cómico porque un chico se nos puso a hablar y finalmente ofreció acercarnos en taxi a la casa de Nati. Yo me fui en bici. Era la primera vez que hacía el camino y estaba sola. Iba bien hasta que llegó un momento en que no sabía hacia dónde ir, y pasé tres veces por el mismo lugar, y ahí habían dos chicos y una chica, y para cuando pasé por tercera vez, me dije que debía preguntarles, y me acordé de la referencia del KFC. Les pregunté, me dijeron, y también acotaron que estaba cerrado, pero logré decirles que no importaba. Estaba preocupada porque no sabía el teléfono de Nati, y ahí me di cuenta de que tenía el móvil. Así que me tranquilicé y si bien tardé un poco, no me perdí y llegué sana y salva.

Sábado 17 de julio

Nos habíamos levantado tarde y estábamos muy tranquilas desayunando cuando Marc llamó. Ya sabíamos que de su llamada dependía nuestra organización, y tuvimos que apurarnos. Por supuesto, yo salí disparada al centro a comprarle un regalito a Daniel, y Nati empezó a rezongar porque tenía que apurarse y no tenía tiempo para hacer sus cosas. Cuando yo llegué, Marc ya estaba en el living, charlando con mami. La distribución de la casa me permitió subir a cambiarme sin que él me viera antes de que yo estuviera lista, y así hice. Fue muy lindo volver a verlo, nos dimos un fuerte abrazo y al minuto saltó la primera dificultad: me preguntó por Javier, tan suave su pronunciación (Havie), que no le entendí.
Pero bueno, un poco de buena voluntad de los dos lados y nos entendimos. Cuando llegamos a su casa la vimos a Liz, que está igual que siempre, a sus padres, al nene, a Judith y a Valdis y a otra gente que no sé quién es. Después llegó el hermano de Liz y más tarde Anita con Michael y luego Simon.
De comer, había mucha variedad y casi todo me gustaba: papas fritas, barritas de zanahoria, salchichas doradas, tarteletas de distintos sabores, tronquitos de apio, pepino, tomates cherry, y demás delicias. Todo muy lindo pero también bastante armado como un espectáculo memorable: muchas cámaras que filmaban y tomaban fotos, en especial el momento en que brieron los regalos, ya que los padres se sentaron con Daniel (que no se daba cuenta de qué tenía que hacer, por supuesto), sonreían a las cámaras y abrían cada regalo, hacían que el nene jugara y agradecían a cada uno. Pero más allá de esos detalles, fue una buena ocasión para ver a toda la familia, que de otra forma no hubiera sido posible. Anita nos llevó de vuelta a la casa de Nati y quedó en que fuéramos el martes a la tardecita a comer algo a su casa.

Domingo 18 de julio

El domingo nos lo tomamos con calma. Cociné una salsa para unos tallarines frescos que habíamos comprado en el súper la tardecita anterior. Y a la tarde, nos fuimos a Virginia Water. Es un lindo lugar, con muchos chalets, muchos árboles y un parque con un lago. La gente normal va ahí a caminar, pero nosotras, que nos la pasábamos caminando, fuimos a tomar mates y a sentarnos a ver el lago y la gente que pasaba. Después dimos una vueltita y encontramos un arroyito y una cascada. Yo metí mis pies en el agua y encontré algunas monedas de 2 peniques. Y después volvimos a la estación. Fue muy simpático porque cerca de la estación alguien había tirado unas cosas de la casa y como cuando volvimos todavía estaban, las juntamos y las llevamos. Nos hicimos así de un acolchado, una fuente de cerámica y un tazón para la sopa. Y el acolchado nos vino de 10 a Nati y a mí, que dormíamos en el piso. Y cuando Nati me visite, me lo trae.

Domingo 4 de julio

Un poco cansada de no tener compañía en algún paseo cultural (actividad que implicaba "madrugar"), el domingo me fui sola al Museo Picasso, donde vi toda la obra del famoso pintor. La visita está organizada cronológicamente, y si bien no todo me pareció bello, sí me resultó admirable el camino de Picasso. Entre otras pinturas que no podría nombrar, las que más me impresionaron, tal vez porque tenía frescas Las Meninas de Velásquez, fueron todas las pinturas de Las Meninas por Picasso.
De cada una de las zonas del cuadro de Velásquez, Picasso hizo un cuadro, de acuerdo con su estilo. Claro que se hace necesario ver qué parte del cuadro original es el que recrea Picasso, pero una vez que uno tiene claro eso, hay que ver qué buena que es su idea. Claro, también, que si eso se nos hubiera ocurrido a cualquiera de nosotros (o de nuestros amigos que pintan bien), no sería lo mismo. Había que ser Picasso para poder hacer algo así y que la gente piense que es genial.
A la tarde fuimos a la playa nudista, con el sol de nuestro lado. Y la playa estaba llena de gente. Pero siempre se encuentra un hueco para tirarse a tomar sol, y el agua nunca tiene demasiados adeptos. Así que la pasamos muy bien. Pero teníamos que tener un recuerdo de esa experiencia, y no habíamos llevado la cámara de fotos. Así que volvimos a la noche a tomarnos una foto, mami y yo. Llegamos, y aunque estaba fresco, nos sacamos una foto juntas tal como habíamos estado durante el día: sin ninguna vestimenta que nos cubriera. Y nos despedimos del mar.

Lunes 5 de julio

A la mañana, salimos con tiempo rumbo al metro, para llegar así al aeropuerto. La falta de escaleras mecánicas, otra vez, nos jugó una mala pasada, sobre todo porque ahora eran dos las que estaban cargadas de peso. Y yo, que me había organizado para estar más liviana, tenía que compartir el peso de ellas. Renegamos, pero llegamos al aeropuerto en sólo 20 minutos y con tiempo de sobra para hacer todos los trámites para volar. Ese fue nuestro primer vuelo juntas, y fue muy lindo compartirlo. Al llegar al aeropuerto de Orly, en París, nos encontramos con la primera dificultad: el idioma. No es que nosotras pretendiéramos que hablaran castellano, pero al menos inglés. Y no, muy poca gente habla inglés en París. A los ponchazos, entendimos que nos convenía más tomar un taxi que un colectivo. Así que en taxi nos fuimos al hotel. Al llegar, quedamos impresionadas porque parecía ser un hotel muy lindo. Nati se presentó, explicó que había hecho una reserva a través de Expedia y nos indicaron nuestra habitación. Estaba en un 7º piso, tenía TV, y nos esperaban tres toallas chicas y tres grandes, tres jabones de tocador, tres gel de ducha, tres tacitas, tres sobres de café instantáneo, tres saquitos de té de menta y té común, tres potecitos de leche y una pava eléctrica. Después del hostal de Barcelona, nos sentíamos en el paraíso. Tomamos unos mates y nos salimos.
Íbamos a la Torre Eiffel. Tal como en Madrid, un tramo de una línea de metro estaba cortado. Tomamos un bus pero cuando nos bajamos, nadie hablaba inglés y no sabíamos qué combinación tomar para ir. Finalmente, cuando estábamos encaminadas, habíamos retrocedido todo el camino hecho desde el hotel, salvo una estación. Estábamos chinchudas, pero ¿qué podíamos hacer? Cuando llegamos a la estación correspondiente a la Torre eran cerca de las 8 de la noche. Nos bajamos, caminamos un poco, vimos el Sena, y más allá, la gigantesca torre. La emoción que sentimos fue enorme. Yo ya sabía que era grande, pero verla... fue maravilloso. Uno se siente tan minúsculo, tan pequeñín... Y ese enrejado es una obra de arte. Es como una telaraña. De día es gris, o mejor dicho, color plomo. No recuerdo por qué fue que decidimos no subir, lo cierto es que nos contentamos con mirarla y después decidimos ir en busca de algún supermercado, para tener algo de cenar. Fue imposible encontrar un supermercado, incluso un almacén de barrio, un kiosco, abierto. Dimos mil vueltas, preguntamos a varias personas y todas nos mandaban a algún restaurante. Así que nos contentamos con las sobras que teníamos (que eran pocas...) y nos fuimos a dormir, esperando que el día siguiente fuese mejor.

Miércoles 7 de julio

Yo insistía en salir más temprano por la mañana. Es que todos los lugares requieren de -al menos- dos horas para poder apreciarlos, y mami y Nati ya necesitaban un descanso cada dos o tres horas. Así que teníamos que estar organizadas. Debíamos tener agua fresca, comida para el almuerzo y algo para la merienda, al menos. Íbamos aprendiendo. ¿Cuándo no deja uno de aprender? A Versailles llegamos a eso de las 12 del mediodía. Elegimos una entrada de un precio medio, que incluía una visita guiada en castellano de una hora y media de duración. Solas, vimos las Grandes Habitaciones: Grandes Habitaciones del Rey, la Galería de los Espejos (que justo estaba siendo reparada y por lo tanto no se veía) y las Habitaciones de la Reina. En la visita guiada, vimos la Capilla, la Cámara del Rey, las Habitaciones Privadas y la Ópera. Lo cierto es que nos reíamos casi a carcajadas porque el guía en "castellano" hablaba de lo más retorcido. Como ejemplo, decía "grey" en lugar de "rey", y todos los que podíamos, nos reíamos mientras el señor no nos veía. Y ciertamente, esperábamos más de la visita guiada, que duró menos de lo que decía y no nos dijo demasiado. Igual, valgan algunos detalles para ilustrar la vida de estos monarcas: a la mañana y a la noche, el momento en que se cambiaban de ropa para dormir y para encarar el día, era un espectáculo al que la gente acudía. Algo parecido era la cena del rey, pero con un par de ingredientes (valga la acotación) más curiosos: al monarca le servían aproximadamente cuarenta platos. Estos platos se preparaban, por supuesto, en la cocina, que estaba a unos 200 metros del comedor. Así que imagínense que todo llegaría frío en el mejor de los casos, ni quiero saber en días de tormenta, lluvia o viento. Y la gente se instalaba a verlo al rey mientras comía. Y claro, como siempre sobraba comida, ¡¡esos platos se vendían a los espectadores!! De forma que toda la vida que hoy llamaríamos privada, entonces era muy pública (cosa que, de hecho, como sabemos hoy, no acercaba al monarca a la vida de su pueblo, a sus problemas. Era simplemente un espectáculo). Otra curiosidad es que para solventar distintas conquistas o guerras, los distintos reyes fueron vendiendo todas las cosas de valor (elementos de plata y oro) y así es que en el palacio no hay demasiado lujo. Lo que sí hay son muchísimas pinturas, porque a uno de los reyes le encantaban, y tenía -por supuesto- obras en cantidad suficiente como para renovar la decoración cada 6 meses.
Lo que no vimos fue algo parecido a un baño, o en su defecto, alguna bañera, escupidera, o algo para limpiarse. Cuando alguien le preguntó sobre el baño, el guía evadió la pregunta diciendo que no estaban disponibles para las visitas, o algo así. En verdad, no me quedó claro si habían o no, que era una de mis curiosidades desde la secundaria, cuando comencé a escuchar algo de la monarquía francesa y sus particulares costumbres. El día de la visita, el clima estaba variable: llovía, paraba, se nublaba, volvía a salir el sol, así que entre eso y que la visita duraba unas dos horas, decidimos no visitar los jardines del palacio.
Del Palacio, y después de hacer un break, nos fuimos al Museo del Louvre. Ahí, todo fue maravilloso. Además de otras cosas, vimos: La Gioconda (de Da Vinci), pinturas de Rubens, la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, El Esclavo Moribundo (de Miguel Ángel), Amor y Psique (de A. Canova), y demás bellezas. En el folleto, hay una leyenda que reza "Se ruega no tocar las obras". Es llamativa porque está en negrita pero con los bordes borroneados, y debajo, explica: "Las obras de arte son únicas y frágiles. Los siglos han pasado por ellas y debemos conservarlas para las generaciones futuras. Tocar una pintura, un objeto, una escultura, un mueble, aunque sea levemente, los estropea. Sobre todo cuando ese gesto se repite miles de veces. Ayúdenos a proteger nuestro patrimonio común." Es una forma interesante de llamar la atención sobre la importancia de no tocar nada. De ahí, salimos cerca de las diez de la noche, y porque cerraban. Nos tomamos un metro y fuimos a la Torre Eiffel. Llegamos a las diez y media, ya agotadas, y con planes de subir caminando hasta el segundo piso (lo máximo posible por escaleras). Por suerte cerraba a las 12 de la noche, así que teníamos tiempo. Ver París de noche, desde lo alto, fue algo espectacular, inolvidable. El Sena, el Arco del Triunfo, la Catedral de Notre Dame, los parques que rodean la torre, todo es hermoso visto desde arriba y de noche. Y un detalle: si bien la torre de día es de color gris (y supongo que ese es el color que lleva, en verdad), de noche las luces hacen que tome un color dorado muy diferente, y es hermoso. Parece dorada. Y debe ser sólo un juego de luces. Llegamos al hotel a la 1 de la mañana, y nos acostamos a las 2. Esa noche le preguntamos al señor que estaba en el mostrador del hotel por el aeropuerto del que salíamos y no tenía ni idea. Algo ya andaba mal, pero estábamos demasiado cansadas como para resolverlo entonces.

Martes 6 de julio

Fue mejor. Al lado del hotel había un supermercado, y a la mañana, ni bien me desperté, fui de compras. Desayunamos, y luego, como ya sabíamos que la línea verde no funcionaba, nos organizamos para evitarla.
El primer paseo del día fue ir a Notre- Dame. Tomamos el metro hasta ahí y llegamos muy bien. La Catedral está entre dos puentes del Sena. Es decir, tiene río a un lado y al otro. Tiene un gran parque alrededor y es bellísima. Hermosa. Es increíble ver con los propios ojos esas construcciones que uno vio tantas veces en las fotos. Es genial porque cuando no mira un libro, y ve que cada detalle está tan cuidado, en verdad ve las imágenes de una en una. Y cuando mira una obra de arte como esta Catedral, ve que es puro detalle, y todo hecho a la perfección. Y no puede menos que admirarse. Entramos, y también vimos cosas bellísimas. Sólo los arcos góticos, tantos, son una belleza. Ahí me acordé de las clases de Historia de las Manifestaciones Simbólicas, la única materia que tuve en la facultad cuyo nombre Javi se aprendió de memoria. Es hermosa (la catedral, claro).
De ahí, caminando, nos fuimos al Musé D´Orsay. Ahí vimos a los impresionistas. Es tanta la belleza que uno se embriaga. Vimos a Renoir, Van Gogh, Gauguin, Degas, Monet, y quedamos extasiadas. Al salir, necesitábamos una pausa. Tal vez unos mates, agua fresca, ir al baño. En pocos bares te dejaban ir al baño gratis. O tenías que consumir o pagar. Y era así: si no consumís, no pasás al baño. Me acordé del Tour del Descompuesto del Gato y el Zorro, ¿lo escucharon? Empezamos a caminar desde el Museo rumbo al Arco del Triunfo, nuestro siguiente destino, y yo dije: "Seguro que encontramos un supermercado en el camino". No. Por ahí están los negocios de ropa más caros que he visto (ejemplo: un pantalón de jeans por 230 euros, una pollera por cien, etc...). Encontramos un pequeño drugstore y ahí mami y Nati compraron unas bananas. Seguimos caminando, con la pancita llena, pero Nati estaba tan sedienta que iba a comprar una botella de agua en un kiosco, y dijo que no le importaba el precio. Mami y yo nos sentamos en unas sillitas que el kiosco tenía en la vereda, mientras la esperábamos a Nati. Al ratito, salió furiosa: "Están locos, están en pedo", y tenía razón: querían cobrar un litro y medio de agua mineral (que en el supermercado sale más o menos 40 céntimos) 3,80 euros. Las tres nos enfurecimos, y yo insistí en que pronto en algún lugar encontraríamos algún bebedero. Costó, pero lo encontramos, al lado de un lago, cerca de la Plaza de la Concordia (donde le cortaron la cabeza a María Antonieta, si no me equivoco). Por fin. Más serenas, nos fuimos hacia el Arco. De camino, procuramos averiguar dónde había un supermercado, y lo encontramos. Hicimos las compras y después nos fuimos al Arco del Triunfo. Es una construcción muy linda, armónica y llena de relieves (digo, no es un arco liso y listo). Todas las inscripciones y los sobre-relieves hacen alusión a distintas guerras, y ahí está la Tumba del Soldado Desconocido, que representa a todos los que cayeron en la Segunda Guerra Mundial. Al fin, fue un buen día. Digo "al fin" porque en general, París nos resultó bastante hostil: es bastante caro (incluso en el supermercado) que el resto de los lugares y además, es difícil comunicarse con la gente, que sabiendo que vive en una ciudad turística, espera que sea uno el que habla francés. Ellos, no hablan ni inglés. Para poder comunicarse, uno tiene que esperar que alguien que sabe "a little bit" de inglés tenga la buena predisposición de ayudarle. Claro que siempre hay alguien así, pero uno siempre se encuentra en la situación de "rogar" que te ayuden.

Jueves 8 de julio

De golpe, esa mañana, se nos hizo tarde. Nos habíamos despertado a eso de las 10 y cuando salimos, eran cerca de las 12. Creíamos que el aeropuerto no quedaría mucho más lejos que media hora de viaje en taxi. Y de hecho, eso fue lo que nos dijo el señor de la mesa de entradas del hotel. Que quedaba a 40 minutos en taxi. Estábamos apuradas y cuando mami encontró un coche, resulta que la señora no hablaba inglés y no tenía idea de qué aeropuerto le hablábamos. Así que salió este señor del hotel, le explicó y salimos. Viajamos y viajamos y viajamos y el marcador del precio subía y subía, y no llegábamos. Rezábamos, yo tenía "los tres dedos", pero no hubo milagro ni lágrimas que nos hicieran llegar a tiempo. Y es que el aeropuerto de Beauvois (París), no quedaba en París sino en Beauvois, que estaba a unos 40 km. de París. Llegamos justo unos minutos antes de que el avión saliera, pero por más que rogamos y lloramos, no nos dejaron subir. Y perdimos el avión. Estábamos tristes, furiosas, mal, enojadas... todo lo que se puede estar cuando pasa algo así, algo que uno pensó que nunca experimentaría en carne propia. Y no sabíamos qué hacer. Podíamos cambiar el pasaje pero costaba, en concepto de impuestos, 60 euros cada una, que era más o menos lo que había costado el pasaje inicial. Nati insistía en que "las vacaciones se "terminaron", que volvía a Inglaterra, y yo no me resignaba a eso. Además, cuando nos enfriamos un poco, descubrimos que desde ese aeropuerto no se podía ir a Inglaterra, y Nati decía que ella se volvía al centro de París y algo hacía. Pero lo cierto era que no teníamos dónde quedarnos en París, ni cómo volver. Yo estaba muy triste y sentía que ya que estábamos en un aeropuerto, teníamos que esperar alguna señal. La primera que había percibido como tal fue una imagen en un televisor que promocionaba los lugares a los cuales iba la línea aérea en la que íbamos a viajar a Irlanda, y que era precisamente, unos paisajes de Irlanda. Y fue la primera imagen que vi en ese televisor cuando me senté, después de saber que habíamos perdido el avión. Y nos fuimos quedando, hasta que de pronto, una señora que estaba acostada en unos bancos, leyendo, nos dijo que hablaba inglés y nos preguntó si nos podía ayudar. Esta señora tenía una apariencia muy especial: tez muy blanca, muchas pecas claras, el pelo naranja y enrulado, los ojos azules, delgada y llevaba mucha paz consigo. Se le notaba en todo: en la voz, en la postura, en la mirada. Parecía un ángel. Cuando nos preguntó si nos podía ayudar, con Nati y mamá pensamos, y de alguna forma se lo hicimos saber a esta señora, que no creíamos que pudiera ayudarnos de ningún modo, porque el avión ya lo habíamos perdido. Pero ella insistió, muy dulcemente, en que le contáramos lo que nos pasaba, y así fue. Una vez que supo todo, se ofreció en principio para llamar a la casa de Martin para que de alguna forma le hicieran saber a él que nosotras no llegábamos en el avión previsto. Pero nosotras no teníamos el teléfono de Martin. Pequeño detalle. Y sólo sabíamos su apellido. Y por esas cosas que sólo Dios sabe cómo las hizo una, y cómo se da cuenta uno, mamá se puso a buscar en su bolso algo relacionado con la familia de Irlanda, y dio la gran casualidad que traía las fotos de los antepasados en el sobre de una carta que Martin había enviado a mamá y que por supuesto, tenía la dirección completa de Martin. Entonces, Adele hizo algo muy especial: llamó a su esposo y le pidió que buscara el número de Martin en la guía. Y con ese teléfono en mano, Adele llamó a la casa de Martín. Resulta que ahí nos enteramos de que él no tiene móvil, pero su mamá iba a llamar al aeropuerto para darle el mensaje. Adele se ofreció, incluso, para acercarnos a algún punto de encuentro en la mitad del camino, por si Martin no podía llegar al aeropuerto. Para cuando nos decidimos a volar, fuimos a la ventanilla de la aerolínea y pedimos tres pasajes, y no, no había. No teníamos lugar. Así que quedamos en lista de espera. Después, charlando, llegó el dilema de qué hacer si sólo una de nosotras tenía lugar para volar. Pero todo se fue dando: teníamos tres lugares en un mismo avión. Nos pusimos muy contentas, y Nati fue a sacar dinero de un cajero. Con el efectivo en mano, se dispuso a pagar los pasajes. No, no aceptaban ni efectivo ni tarjeta de débito, sólo tarjeta de crédito, que Nati no tenía. Y Adele le ofreció a Nati su tarjeta, por supuesto, a cambio del efectivo. Fue un gesto tan cálido que nos conmovió. Cuando nos subimos al avión, nos dijeron que teníamos una demora de unos 40 minutos por las condiciones climáticas de París, y al fin volamos a Dublin. Cuando llegamos a la sala de espera del aeropuerto, donde Martin debía estar si es que había decidido quedarse, nos ubicamos en un "Meeting Point". Yo miraba hacia todos lados, a todas las personas, porque estaba convencida de que si él estaba ahí, yo lo reconocería. Ya sabíamos que no tenía móvil, así que era una persona especial. No podía ser el flaco de traje y portafolios que estaba como buscando a alguien. Entonces, yo le dije a Nati: "Para mí, es ese de ahí". Y ella me contestó: "¡Pero ese tiene como 50 años!" Y yo me quedé mirándolo, y nuestras miradas se encontraron. Yo necesitaba ir al baño, y como todavía contábamos con la posibilidad cierta de que él hubiera decidido irse, yo fui. Cuando volví, Nati estaba hablando por teléfono con Martin, que ante la duda, había decidido llamar. Y cuando se fue acercando, nos dimos cuenta de que era ese que yo había dicho, y que ciertamente aparentaba más que los 33 años que tiene. Después, charlando, nos dimos cuenta de que a él también le había pasado algo muy curioso: cuando se dio cuenta de que no estábamos en el vuelo que debíamos estar, se dio cuenta que se había olvidado la agenda en su casa y que no tenía el número de Nati, de modo que llamó a su casa para pedirle a la madre el teléfono de Nati. Y fue entonces cuando la madre le dio el mensaje de que estábamos en otro avión, porque el aeropuerto ya no disponía del servicio de mensajería. Y claro, si él no se hubiera olvidado la agenda, no hubiera habido forma de comunicarnos en Dublin. Esas cosas del destino...
Cuando llegamos al auto, que era más modesto de lo que yo suponía, nos encontramos con que el volanta está al revés que en todos los otros lugares, como en Inglaterra. Y camino a Ardagh, en el auto, notamos que todos los carteles de las rutas están en inglés y en irlandés. Después conoceríamos la razón: fue gracias a ese idioma que los irlandeses presos por los ingleses lograron organizar la liberación de Irlanda sin que los ingleses se enteraran. Por eso es que hoy se enseña en todas las escuelas y se utiliza como lengua oficial en todos los comunicados del gobierno. Al llegar a Ardagh, nos dimos cuenta que a pesar de que habíamos perdido el avión, los planes no eran que nos quedáramos en la casa de Martin o Kay y John sino en un B&B. ¿Y bueno, qué podíamos decir? Además, supuestamente era por las dos primeras noches, pensamos que tal vez para conocernos, y nos pareció bien. Así que llegamos al B&B, nos arreglamos un poco y al rato Matin nos pasó a buscar para ir a cenar. Fuimos a un restaurante italiano y ¡por fin! comí lasagna, algo caliente. Quedamos en que a la mañana siguiente nos pasaría a buscar a eso de las 11, para salir a pasear un poco y también para ir a la casa de Kay y John. La señora del B&B nos preguntó si queríamos English Breakfast o Continental Breakfast. Mami y yo elegimos el English: panceta, salchichas, huevo frito y café o té. Pero Nati eligió el continental (yogurt, frutas, cereales, jugo y pan con mermelada), de manera tal que a la mañana siguiente teníamos todo esto a nuestra disposición. Y le hicimos honor."

Viernes 9 de julio

Martin llegó muy puntual. Salimos a ver las ruinas de una iglesia en la que se supone que predicó St. Patrick. Al lado de estas ruinas hay una iglesia un poco más nueva y un cementerio. Lo que me impresionó de la iglesia vieja es el ancho de las paredes, que no eran de menos de 40 cm. Después fuimos a un lugar que se llama St. Bridget School y que se dedica a enseñar a las mujeres todas las labores del hogar: cocina, tejido, bordado. Creo que es como una escuela de manualidades, en realidad, pero no recuerdo si es de enseñanza oficial u optativa. Los varones aprenden carpintería y herrería. Interesante. También hay establos y un gran parque.
Todo el paisaje de Irlanda es muy verde, y esto tiene una explicación: todos los días llueve un poco, no importa si es verano. Hay sol, y de pronto aparece una nubecita con un chaparrón a cuestas. Después de ese paseo, Martin nos llevó a la casa de Kay y John. Ellos viven en medio del campo. Uno pensaría que en países tan pequeños, y tan desarrollados, no quedan rincones de paz. De hecho, el patio de casa, por ejemplo, era una de las cosas que más me dediqué a disfrutar, temerosa de no encontrar lugares así acá en Europa. O lugares como el parque de 9 de Julio, que es tan lindo. Y sin embargo, tanto Kay y John como Martin viven en casas muy tranquilas, en medio del campo verde y de los árboles llenos de hojas. En medio de la llanura. Cuando llegamos, Martin tocó el timbre y poco después, Kay y John abrieron la puerta. John es pariente lejano nuestro, y el parentesco es el siguiente: el abuelo paterno de John y el abuelo paterno de mi abuela Elena (la mamá de mi mamá) eran hermanos. Nos recibieron con mucha calidez y nos convidaron con un té con sandwiches de jamón y queso y fruit cake casera. La verdad es que los tres eran amorosos. Algo muy especial fue ver lo que en castellano llamaríamos "quincho": una construcción rústica, con techo de paja y piso de barro. Esa era la casa del abuelo de John, y aunque ahora está llena de trastos viejos de una familia de esta época, bien se podían apreciar las cosas que estarían desde el siglo XIX o principios del XX: todo un mecanismo en el hogar a leña para poder cocinar, que incluye una pava inmensa y pesadísima y otros cacharros. A mí me conmovió todo eso. Hay un par de fotos que sacó Nati, que muestran el lugar. Charlamos y quedamos en que volveríamos para cenar. Cenamos mucho más temprano que el día anterior: a las siete y media de la tarde, mientras todavía era de día. Comimos pollo, arvejas y papa, o algo así, y de postre apple crumble tibio con crema batida. Y después de cenar, por supuesto, otro té. Todos estábamos encantados de conocernos.

Sábado 3 de julio

Ya era demasiada playa y muy poca cultura, así que el sábado dijimos que al menos, teníamos que ver la Sagrada Familia. Así que desayunamos y hacia allí nos dirigimos, metro mediante. Salimos del metro y yo quedé extasiada. Una mole, llena de detalles y con varias cúpulas, se imponía sobre todos nosotros, y nos dejaba pequeñísimos. Verla es algo inexplicable. Parece muy bien lo que es: una ofrenda a Dios, una demostración de la fe. Y me imagino que su creador tendrá el cielo, porque la idea que tuvo y llevó a cabo hasta donde pudo, es algo magnífico. Lo más loco de todo es que todavía esté por la mitad, después de tantos años de que fue comenzada. Y que aún así sea tan bonita. No nos pareció que fuera necesario entrar, bastante belleza había afuera y la disfrutamos.
Más tarde, fuimos a la playa nudista, mami y yo dispuestas a hacer nudismo y Nati, con la idea de probar el topless. El clima no acompañaba pero nuestra voluntad era fuerte, y vestimos con el traje de Eva y así nos metimos al mar. La sensación de estar en el mar así es bellísima. Lo más simpático era que yo tenía en la piel la marca de la malla, y a nadie le importaba. Y yo me sentía cómoda como si siempre lo hubiera hecho. Pena que el sol no estuvo de nuestro lado. Sin embargo, la parte buena de eso era que no había mucha gente y tal vez por eso fue más fácil aclimatarse a estar en una playa nudista. A lo que también tuvimos que acostumbrarnos fue a que los hombres guapos se besaran y acariciaran entre ellos, a que un hombre desnudo se acercara lo más campante a pedirte "un mechero" (encendedor para todos), a que alguno mirara más que otro, a chocarse a alguien desnudo en el mar, a que llegara un joven en jeans y se fuera desvistiendo hasta quedar desnudo... y a que todo eso fuera normal.
A la noche, después de cenar, fuimos a tomar un helado a una heladería artesanal que vendía helado de dulce de leche, y fue muy bueno. Nada que ver con el de Mario, pero ¡vale, chaval! Estábamos en la calle cuando yo vi la luna llena sobre los barcos, y lamentamos no haberla visto salir. Así que dijimos que al día siguiente no nos la perderíamos.

Viernes 2 de julio

Hicimos lo mismo que el día anterior: playa por la tarde, temprano. Pero con Nati tuvimos que volver a una costumbre de nuestras vacaciones en las playas de Argentina: caminar en la arena.
Acá era un poco difícil porque la arena no era tan suave, había muchas piedras y además, poca playa. Sin embargo, no nos rendimos y salimos a caminar hacia el muelle. Y de golpe, yo le dije a Nati: "No mires, pero hay un tipo desnudo". Para qué le habré dicho eso, lo primero que hizo fue mirar. Fue el primero que vimos, pero no fue el único. Sin habernos dado cuenta, habíamos llegado a una playa nudista. A primer golpe de vista, parecía una playa nudista sólo para hombres, tal vez gays, pero pronto vimos una señora que también estaba desnuda y nos dimos cuenta de que era para todos. También
vimos gente con sus trajes de baño habituales, o mujeres que sólo hacían topless, y con Nati dijimos que era un buen lugar para ir al día siguiente. Le contamos a mamá y ella coincidió, así que para el día siguiente teníamos un programa más interesante. No es que no hubieran cosas interesantes para hacer en Barcelona, pero estábamos disfrutando, después de mucho tiempo, de la playa, y qué mejor que darnos los gustos pendientes de hacer topless y nudismo.
A la noche, volvimos a la playa para ver salir la luna llena, pero estuvo nublado y no nos dio el gusto. Mami dijo que era porque la Luna es como una mujer, a veces caprichosa, pero yo creo que era porque la tapaban las nubes...

Jueves 1 de julio

Como ya sabíamos el camino hacia la playa, y teníamos planeado disfrutarla hasta el máximo, hicimos el siguiente plan: organizar primero la comida, para que el supermercado no nos cerrara en la cara, luego almorzar y después ir a la playa (mate en mano, por supuesto), y no volver hasta la tardecita. Y así hicimos este día y todos los demás. El mar me sorprendió con unas pocas olas más. Con Nati nos reíamos, decíamos que "estaba picado". Los guardavidas estaban muy atentos y por autoparlantes anunciaban que uno debía tener cuidado, pero nosotras nos las habíamos visto con olas mucho más grandes, y bien. De todas formas, el mar no estaba tan picado como para que uno no pudiera optar entre nadar (lo que hizo Nati) y barrenar, que fue mi opción. Es que yo pienso que para nadar muy bien viene una pileta común, en cambio para barrenar unas olas, nada mejor que el mar. Si bien veo anuncios de piscinas con olas, no creo que sean tan buenas como las del mar, y en todo caso, siempre serán pagas y dulces. Y las olas son naturales, gratis y saladas. Gustos son gustos... Por mi parte, yo estaba más desinhibida en el tema topless. Ya lo hice como si fuera una costumbre de siempre. Es loco cómo se acostumbra uno a las cosas que le gustan.

21 de junio de 2004

Estoy en Madrid, y realmente parece mentira (suena simpática la frase, pero es así). Escucho a Silvio Rodríguez ("Hombre") mientras Javi mira un partido de la Eurocopa, Inglaterra contra Croacia, creo. En realidad, para mí es temprano, son las 4 y media de la tarde, pero es el anochecer de un día agitado y pensar que son las 9 y media de la noche no me cuesta nada.
A ver, repasemos este día que fue eterno. El sábado me había acostado tarde, porque por fin me encontré con Agus y charlamos lindo, y salimos a tomar un helado. Y después, insomne, me quedé leyendo una novela que mucho no me gustaba pero me tenía enganchada. Cuando me pareció que era "la mitad de la noche" (esa expresión tan gastada), sentí que llovía y me preocupé, porque pensé que tal vez no viajaríamos cómodos, y con papi no habíamos quedado en otra hora si llovía. Y más tarde, ya de mañana, me di cuenta, entre sueños, que no había guardado el pasaje en la mochila, y no recordaba dónde estaba.
Así que entonces me fui desperezando, forzada por la preocupación, que crecía cada vez más porque efectivamente, no lo encontraba. Hasta que repasé todas las acciones del día anterior que habían incluido el pasaje y enseguida me di cuenta de dónde estaba. Ya había parado de llover y todo se fue encaminando. Pero un instante antes de que papi tocara el timbre de casa, se largó a llover con todo y no paró hasta que llegamos a Bragado, más o menos. Así que cargamos todos los bolsos con una lluvia intensa, insistente. Viajamos muy bien y llegamos a Aeroparque a las 14, tal como estaba previsto.

22 de junio de 2004

Mate en mano y escuchando un mix de Silvio, Sabina y lentos en inglés, me dispongo a pensar por escrito, por un rato. La verdad es que me cuesta un poco detenerme en todas las cosas que (me) pasaron en estos dos días.
Me resulta difícil porque más allá de que sé que estoy en Madrid, escucho a los españoles hablar distinto, el subte se llama "metro", Javi dice "aquí" en lugar de "acá", de una manera extraña, todavía no me doy cuenta de que esto es Madrid. A ver si lo digo de otra forma... en cuanto llegué a Londres, quedé maravillada, sin respiración, sin palabras... Acá, en cambio, como le decía a Javi, tengo la impresión de estar en un pueblito cualquiera, simple, como podría ser Wokingham. Puede ser que esta sensación se deba a que nos movimos en subte, pero lo cierto es que todavía espero maravillas. Lo bueno es que todavía espere, que no me haya desilusionado.
Volvamos al viaje, y después sigo con estas primeras impresiones de Madrid, que aunque simples, son muchas.
Cuando llegamos a Aeroparque, enseguida la encontramos a María, que -pobre- hacía dos horas que estaba esperando. Me alegró mucho verla. En cuanto nos reunimos todos y caminamos unos metros, la vimos a la tía Lita, que andaba perdida. Luego, yo hice el chek-in mientras papá y Adri fueron a cambiarme el dinero. En la aerolínea, por supuesto, dos inconvenientes. No por mal servicio, sino por esas cosas estilo Ley de Murphy: en el portacosméticos,
que estaba bien abajo en la mochila, tapado de pequeñeces y muy bien acomodado, tenía un alicate que tuve que sacar y poner en la valija que iba a la bodega. Cuando pesé el equipaje, lo primero que puse fue un bolso que traerá mami, pero que papá me sugirió que probara, a ver si me dejaban traerlo sin cobrarme de más. Cuando agregué los dos bolsos míos, el señor que controlaba los pesos insistió en que "Me parece que no nos estamos entendiendo", cuando en verdad yo tenía bien claras mis ideas, sólo tenían que dejarme hacer. Claro que nos entendimos: después de saber cuánto pesaba ese bolso, pesé los que efectivamente iba a llevar; y aunque me pasé un kilo, no hubo problemas. Todo esto serían cosas simples si uno no sabe todas las cosas que tenía yo en las manos: las dos valijas, la mochila (que pesaba una tonelada), un pullover, los documentos, el dinero, la cámara de fotos y el tapado largo. Hasta que nos organizamos, todo era un lío. Cuando por fin estábamos cómodos faltaban 15 minutos para que yo embarcara y nos dimos cuenta de que el Mono no llegaba, y mami lo llamó. Estaba en su casa, esperando que lo llamáramos para salir... Se me terminó el termo de agua para el mate. Llorando (un poco por no verlos a ellos y otro tanto por irme, simplemente), tuve que embarcar. Ya había pasado el equipaje y estaba en la cola cuando Adri me llamó para decirme que saliera, que habían llegado.
Se había equivocado. Pedro, Andy, Tere e Iván llegaron cuando ya no podía salir más. Por suerte pude verlos, fue especial. Le dio un toque de calidez al trámite de hacer la cola de migración.
Por ahí es mejor que sea así, pero hay algo en los aeropuertos que no me gusta nada: en cuanto uno se despide, los trámites te invaden y no se puede llorar tranquila. Todos te piden cosas, te saludan fría pero muy cortésmente y uno debe contestar. Me causó mucha gracia mi gesto: cuando terminé con todo y hube saludado a todos los que me saludaron, bajé por la larga escalera mecánica y me dispuse a comenzar a llorar a moco tendido.
Tenía mucho atragantado, pero en cuanto iba a comenzar el "buá" había llegado al final de la escalera y otra vez gente saludando. Me sentí dentificada, ya en el colectivo, con un nene de unos diez años que se abrazaba a su mamá (el padre no pasaba ni la hora), moqueaba y tenía los ojos rojos de tanto llorar. Nos miramos y sonreímos, sin decir nada pero haciéndole saber que yo también lloraba.
En cuanto subí al avión (un impass para cantar "Y sin embargo te quiero" y "Y sin embargo") me serené un poco, porque sabía que era en vano estar triste entonces y perderme la emoción de levantar vuelo y (me pongo a llorar ahora, con Peter Cetera de fondo... cómo es el alma) ver Buenos Aires y el río desde las nubes. Me llamó la atención reconocer a un chico que ni sé cómo se llama, pero de algún lado me pareció conocido. En el momento en que despegamos, me vino algo al pecho que me emocionó porque es una sensación única. Es sentir que por un breve momento, todo el cuerpo se resume en el pecho, y al instante todo vuelve a la normalidad, pero uno está entre las nubes, ve todo desde arriba y de una manera diferente. En ese vuelo, me maravillaron las nubes. Algo simple como eso, me tuvo entretenida y sorprendida todo el tiempo. Nubes blancas, gordas y suaves; grises y livianas; blancas más etéreas... todas en torno a nosotros. Y el sol, arriba de todo. Y el cielo celeste, clarísimo. A Montevideo llegamos muy rápido.
Ahí no sabía qué hacer, pero seguí a la gente que había venido conmigo en el avión y nos quedamos por ahí. Yo fui al baño, hice un cambio de pulloveres, organicé los papelitos y me fui a sentar, saqué mi diario y me puse a escribir. Al ratito me di cuenta de dónde conocía al chico del avión: había estado en la agencia de viajes algún día que yo estaba. Fui atando cabos: en el viaje todos le hacían preguntas, le daban conversación, y me di cuenta de que tenía un animalito en una jaula. Y recordé que en la agencia comentaba que no podía dejar su mascota. Además, le pregunté. Y sí, había comprado su pasaje en la misma agencia que yo.
El vuelo a Madrid venía retrasado y una señora uruguaya me dio charla. Luego otra se sentó del otro lado mío, estaba rodeada por estas señoras. Todos estábamos aburridos. Y yo, llena de cosas, de modo que no podía hacer mucho.
Cuando cerca de las 20:15 me instalé en el otro avión, me di cuenta que no tenía ventanilla (como había pedido), que tenía por vecino al gatito del chico de la agencia, que íbamos a cenar y que nos esperaba otra escala, en Río de Janeiro. Ya estaba tan cansada... La verdad es que me dio bronca no haber sabido que íbamos a hacer escala en Río. A esta altura del viaje, ya mis pies estaban hinchados y cansados de estar dentro de las botas. Y ahí comencé a aburrirme. El avión no me resultaba incómodo, pero estaba demasiado cansada como para leer o escribir y quería cenar. Cené crepe de pollo, con un pan, galletitas, jugo y agua con gas y de postre, naranja y uvas y algo dulce que parecía merengue con más merengue. Raro. Bien.
Después de cenar, el asunto fue que por el mismo cansancio que me impulsaba a dormirme, no encontraba una posición que me resultara confortable. Además, sabía que en un rato tendría que levantarme y bajar del avión, entonces no logré relajarme del todo. Dicho y hecho, cuando estaba tranquila y dormida en un sueño suave, llegamos a Río y tuvimos que bajarnos. De más está decir que llevé conmigo mi pesada mochila, por las dudas. Me lavé los dientes, di una vuelta por el free shop y luego de eso, volvimos a subir al avión. Entonces, me enteré de que había otra cena y que en 9 horas llegaríamos a Barajas. Ya habíamos viajado bastante, pero a mí, en la agencia me habían dicho que llegaríamos a las 16:25, así que empecé a preocuparme porque no tenía a mano ninguna dirección ni teléfono de Javi. Pero pensé que después de haber esperado tanto, otro rato de espera no me iba a hacer nada... Calculé que tenía al menos ocho horas para dormir, y me pareció suficiente. Ya estaba tan cansada que aunque no quería, me perdí la segunda cena, porque me dormí. No fueron tantas horas de sueño, por supuesto: bien temprano a la mañana, prendieron las luces y todos empezaron a hablar. Contra mi voluntad, tuve que despertarme y hacerme a la idea de que la noche había terminado. El desayuno estuvo bastante bien: una medialuna, frutas (papaya, melón y naranja), galletitas, café con leche y jugo de naranja. Y después, ya comenzamos a ver tierra y las ciudades. Tardamos bastante en descender, y en esa tardanza, dos o tres personas se descompusieron. Por suerte yo no. Entré al Aeropuerto de Barajas con mi pasaporte inglés, sólo tenía delante una o dos personas, apenas lo miraron y listo, ya había pasado el control policial. Después busqué mis valijas y tomé la puerta que decía "Nada que declarar". Por suerte ahí estaba Javi, esperándome. Con un carrito trasladamos los bolsos hasta donde pudimos y tomamos el "metro". De una forma increíble, hicimos miles de combinaciones con mucha sencillez y cuando llegamos a la estación correspondiente, estábamos a sólo 8 cuadras del departamento, y habíamos viajado algo así como una hora. No diré que fue un viaje simple en el sentido de que estaba cansada y los bolsos pesaban, y hacía calor y yo estaba abrigadísima, pero el sistema de metro anda muy bien. El barrio es muy lindo, está lleno de caminitos y se ve gente de todos los estilos. Hay toda una variedad de idiomas y colores de piel y cabellos, y eso me encanta. Después de llegar, darme un baño y comer algo, salimos a caminar y fuimos a uno de los supermercados del barrio. Está en un centro comercial muy lindo. Créase o no, ahí compramos yerba argentina, de buena marca. Sale 4 euros, y aunque suene caro en pesos argentinos, es accesible.
Veamos los precios: diez viajes en metro salen 5,35 euros, el kilo de tomates 1.5, los cereales 2, una lata de gaseosa 0.37, el paquete grande de pan integral 0.85. En realidad, no es barato cuando un piensa en pesos, pero yo creo (sólo hice una compra, ya veré más adelante) que todo está al alcance de alguien que gana más o menos bien.
Hoy fui a la policía, a ver qué trámite tengo que hacer para poder estar en regla acá. Tengo que llenar dos formularios, presentar 3 fotos carnet y una fotocopia del pasaporte. Con eso listo, vuelvo a la oficina y creo que ya puedo trabajar y residir en regla. Parece simple. Ahí vi gente de todos lados: polacos, portugueses, colombianos, franceses, y otra gente que no distinguí. Rubios, negros, de todos los tonos. Al finalizar el trámite, Javi fue a la Escuela de Caminos y yo me vine al departamento. Fue mi primer viaje en metro sola, y me fue bien. Al llegar, comí, preparé mates y comencé a organizar mi equipaje. Y ya son las 17:45 y yo todavía no terminé. En realidad, ya organicé todo, sólo me falta guardar las últimas cosas. Tal vez hoy me dé un baño (y no una ducha). Bueno, será hasta otro momento. Ahora voy a seguir ordenando, mientras escucho Les Luthiers.
La habitación está hecha una pinturita. O sea, hice una pinturita de la pieza. Quiero decir, ahora "está hecha" pero no se hizo sola. Me llevó casi toda la tarde: son las ocho. Y el cielo todavía está celeste y brilla el sol. En cualquier momento preparo unos mates y me voy al parque. La buena idea fue escuchar los Les Luthiers, ya que me reí sola todo el tiempo. Cantar es lindo, me gusta mucho y me relaja, pero ciertamente reírse es muy sano y saludable. Estoy cansada, pero bueno, ya llegará la hora de dormir.

Miércoles 30 de junio

El viaje en micro no estuvo nada mal. Fue muy puntual y el paisaje, bastante agradable. Sólo hubo un incidente cuando llegábamos a Barcelona, cuando el conductor se puso a maldecir con el tránsito y se peleó con unos pasajeros por el asunto del equipaje.
En la estación de autobuses nos tomamos el metro, que es igual que en todos lados: con saber en qué estación está uno y a cuál va, no hay mucha vuelta. El único problema era que había pocas escaleras mecánicas, y la pobre mami estaba agotada. Es que llevaba una valija y dos bolsos de mano, todo lleno y pesado. Al salir de la estación de metro en las Ramblas, sentí un aire distinto. Había algo de liberación, de calma. De vacaciones. Fue como llegar a Pinamar, no por los pinos sino por el espíritu: en general, la gente estaba muy bien, de vacaciones y tranquila. Había gente muy distinta: negros, orientales, y los más parecidos a nosotros. Idiomas, el que pidan: alemán, francés, oriental, y por supuesto, todo en castellano y... catalán. Todo está en los dos idiomas, castellano y catalán. Supongo que el catalán será lengua oficial. La Rambla es muy pintoresca porque está llena de puestos callejeros que venden flores, semillas, diarios y revistas y pájaros. Tiene muchísimos árboles (plátanos, como en el Parque de 9 de Julio, para los que lo conocen) y a ambos costados, la calle. Es como si en 9 de Julio (u otro lugar) hicieran de los bulevares que hay en medio de las calles, un lugar de tránsito y puestos de mercado. Quedan así tres veredas, ya que no desaparecen las que están al lado de los negocios. Es más lugar para el tránsito peatonal. Con este panorama nos encontramos mamá y yo cuando salimos del metro. Un lugar lleno de vida. Fue muy fácil encontrar el hostal, aunque tuvimos que caminar varias cuadras. El paisaje comenzaba a ser distinto: las calles, muy angostas (apenas entraba un auto en las calles, y dos personas en las veredas) y retorcidas: te decían "siga por esta calle" y uno hubiera esperado la acotación "derecho"; pero de hecho, había que seguir siempre torciendo para algún lado, y seguía siendo la misma calle. Las edificaciones me hacían acordar a las casas antiguas de la provincia de Buenos Aires, o de la misma Capital: grandes ventanas y dos o tres pisos, puertas de dos hojas y tonos amarillentos en las paredes. El resultado de esto era sentirse realmente medio encerrado, pero a mí me parecía muy pintoresco. Y lleno de bares. Por todos lados, un bar. Al llegar al hostal, me anuncié como la hermana de Nati y enseguida subí a la habitación, sola de las ganas de verla a la Napa. Entré a la pieza y la vi, igual que siempre, en su camisón viejito, y con el mate en mano. Nos dimos un fuerte abrazo y le conté que mami andaba cargada, abajo. Creo que ella bajó a ayudarla, y pronto estábamos las tres juntitas. Fue una sensación hermosa la de sentirnos otra vez cerca. Puede ser que hayamos tomado mates; lo cierto es que yo tenía muchísimas ganas de ver el mar y después de la emoción de volver a vernos, fue lo primero que sugerí. Mami y Nati se rieron, de lo rápida que estaba yo para organizar programa. Pero me siguieron. Nos cambiamos y nos fuimos al mar. Nos costó un poco encontrarlo, pero tras una larga caminata por una zona de veleros y barcos-restaurantes y bares de un lado y árboles y bancos del otro, llegamos. La paz que me da el mar es algo ncomparable. Estábamos contentas de estar ahí, juntas, en el mar, y de empezar unas vacaciones que, lo sabíamos, serían maravillosas e inolvidables. Enseguida vimos que había varias mujeres en topless, y mami y yo, ni lerdas ni perezosas, nos sacamos el corpiño. Hay que ver la sensación de libertad que da estar en la playa, al sol, y sin corpiño. Es hermoso. Igualmente, me daba un poco de vergüenza. Sólo a mí y por mí: no era que alguien me mirara de una forma rara, era yo la que me sentía diferente por hacer eso por primera vez en mi vida. El mar parecía una piscina (ya no es más "pileta"...), casi no tenía olas y era tan transparente que me tapaba completamente y me veía los pies. Bellísimo. No es que el agua fuera cristalina, sino que era de un azul verdoso muy claro, que se podía ver de todo por debajo del agua. El agua no me pareció tan salada en un principio, pero sí cuando sin querer, la tragué. Lo que no tenía, era tanto yodo como la del Mar Argentino. Y el arena, en vez de ser fina, era como pequeñas piedritas, como ripio. Y era lindo hacerse milanesa, porque la arena era muy fácil de quitar, aunque uno quedaba con un polvo como terroso. Pero no me importó eso, me tiraba en la arena, sin lona, a tomar sol.
Pronto caímos a la realidad: teníamos que pensar en cenar, y por eso Nati y yo fuimos a El Corte Inglés, a hacer las compras. Eran cerca de las 10 de la noche y estaban por cerrar, pero no creíamos que nos cerrarían las góndolas y nos echarían tan puntualmente como lo hicieron: no era que a las cerraban las puertas, sino que a las 10 te echaban de adentro. Así que compramos lo que pudimos y salimos. Empezábamos a organizarnos para comer en los hoteles. Nos fue muy bien. El menú, por lo general, era sandwiches, alguna verdura o legumbre en conserva (choclo, garbanzos o arvejas), atún al natural, tomates, fruta, yogurt y cereales. Sano, rico y llenador.

El final del viaje

Lo mas probable es que vuelva el 22, o sea el jueves, creo... ando medio perdida.
La verdad es que fue un viaje inolvidable, por muchas cosas. Tuvo de todo: lagrimas, nervios, turismo, historia...
Pero ciertamente tengo ganas de volver a Madrid. Todo es increible en cualquier lugar de Europa, pero el cuore tira.
Muchas veces comparo este viaje con el que hicimos con Nati a Inglaterra en el 2002 y pienso en lo bien que me hacia y cuanto gustaban los mail que yo escribia todos los dias. Siento que por vivir mas, no me tome el tiempo para escribir y lo lamento, pero al mismo tiempo se que de alguna manera volvere sobre los dias pasados para escribir. Ya veremos que sale... Disculpen si esperaban mas...
No me olvido de nadie, de hecho en mis suenios estan todos...

Llegando al final

Buenas... Ya llegamos a Bracknell, que es el lugar donde vive Nati y donde nos quedaremos por unos dias. El viaje esta bueno porque en cada lugar hemos vivido cosas muy diferentes, han sido ciudades muy especiales, cada una con su espiritu y asi lo hemos vivido, en cada lugar un ambiente distinto. Aca es como haber llegado a "casa" y es lindo sentirse asi. Igual, las camas no sobran y ayer dormi medio mal. Pero vale. Por suerte vuelvo a sentir un poco de calor, porque en Irlanda, el frio me resfrio!!! Los acentos y las enies seran para la proxima.

Hemos paseado

Ya pasamos por Paris y ahora estamos en Dublin!!! Realmente todo esto me esta superando y estoy escribiendo poco, pero ya habra revancha (ademas de acentos y enies). Pasaron varias cosas que ya registrare, aqui y en papel o no se donde... Estamos superadas. Y con mucho frio, y yo ando resfriada.

Estoy en Barcelona, muy contenta de este tiempo con Nati, mamá y el mar
Pronto les cuento más