22 de junio de 2004
Mate en mano y escuchando un mix de Silvio, Sabina y lentos en inglés, me dispongo a pensar por escrito, por un rato. La verdad es que me cuesta un poco detenerme en todas las cosas que (me) pasaron en estos dos días.
Me resulta difícil porque más allá de que sé que estoy en Madrid, escucho a los españoles hablar distinto, el subte se llama "metro", Javi dice "aquí" en lugar de "acá", de una manera extraña, todavía no me doy cuenta de que esto es Madrid. A ver si lo digo de otra forma... en cuanto llegué a Londres, quedé maravillada, sin respiración, sin palabras... Acá, en cambio, como le decía a Javi, tengo la impresión de estar en un pueblito cualquiera, simple, como podría ser Wokingham. Puede ser que esta sensación se deba a que nos movimos en subte, pero lo cierto es que todavía espero maravillas. Lo bueno es que todavía espere, que no me haya desilusionado.
Volvamos al viaje, y después sigo con estas primeras impresiones de Madrid, que aunque simples, son muchas.
Cuando llegamos a Aeroparque, enseguida la encontramos a María, que -pobre- hacía dos horas que estaba esperando. Me alegró mucho verla. En cuanto nos reunimos todos y caminamos unos metros, la vimos a la tía Lita, que andaba perdida. Luego, yo hice el chek-in mientras papá y Adri fueron a cambiarme el dinero. En la aerolínea, por supuesto, dos inconvenientes. No por mal servicio, sino por esas cosas estilo Ley de Murphy: en el portacosméticos,
que estaba bien abajo en la mochila, tapado de pequeñeces y muy bien acomodado, tenía un alicate que tuve que sacar y poner en la valija que iba a la bodega. Cuando pesé el equipaje, lo primero que puse fue un bolso que traerá mami, pero que papá me sugirió que probara, a ver si me dejaban traerlo sin cobrarme de más. Cuando agregué los dos bolsos míos, el señor que controlaba los pesos insistió en que "Me parece que no nos estamos entendiendo", cuando en verdad yo tenía bien claras mis ideas, sólo tenían que dejarme hacer. Claro que nos entendimos: después de saber cuánto pesaba ese bolso, pesé los que efectivamente iba a llevar; y aunque me pasé un kilo, no hubo problemas. Todo esto serían cosas simples si uno no sabe todas las cosas que tenía yo en las manos: las dos valijas, la mochila (que pesaba una tonelada), un pullover, los documentos, el dinero, la cámara de fotos y el tapado largo. Hasta que nos organizamos, todo era un lío. Cuando por fin estábamos cómodos faltaban 15 minutos para que yo embarcara y nos dimos cuenta de que el Mono no llegaba, y mami lo llamó. Estaba en su casa, esperando que lo llamáramos para salir... Se me terminó el termo de agua para el mate. Llorando (un poco por no verlos a ellos y otro tanto por irme, simplemente), tuve que embarcar. Ya había pasado el equipaje y estaba en la cola cuando Adri me llamó para decirme que saliera, que habían llegado.
Se había equivocado. Pedro, Andy, Tere e Iván llegaron cuando ya no podía salir más. Por suerte pude verlos, fue especial. Le dio un toque de calidez al trámite de hacer la cola de migración.
Por ahí es mejor que sea así, pero hay algo en los aeropuertos que no me gusta nada: en cuanto uno se despide, los trámites te invaden y no se puede llorar tranquila. Todos te piden cosas, te saludan fría pero muy cortésmente y uno debe contestar. Me causó mucha gracia mi gesto: cuando terminé con todo y hube saludado a todos los que me saludaron, bajé por la larga escalera mecánica y me dispuse a comenzar a llorar a moco tendido.
Tenía mucho atragantado, pero en cuanto iba a comenzar el "buá" había llegado al final de la escalera y otra vez gente saludando. Me sentí dentificada, ya en el colectivo, con un nene de unos diez años que se abrazaba a su mamá (el padre no pasaba ni la hora), moqueaba y tenía los ojos rojos de tanto llorar. Nos miramos y sonreímos, sin decir nada pero haciéndole saber que yo también lloraba.
En cuanto subí al avión (un impass para cantar "Y sin embargo te quiero" y "Y sin embargo") me serené un poco, porque sabía que era en vano estar triste entonces y perderme la emoción de levantar vuelo y (me pongo a llorar ahora, con Peter Cetera de fondo... cómo es el alma) ver Buenos Aires y el río desde las nubes. Me llamó la atención reconocer a un chico que ni sé cómo se llama, pero de algún lado me pareció conocido. En el momento en que despegamos, me vino algo al pecho que me emocionó porque es una sensación única. Es sentir que por un breve momento, todo el cuerpo se resume en el pecho, y al instante todo vuelve a la normalidad, pero uno está entre las nubes, ve todo desde arriba y de una manera diferente. En ese vuelo, me maravillaron las nubes. Algo simple como eso, me tuvo entretenida y sorprendida todo el tiempo. Nubes blancas, gordas y suaves; grises y livianas; blancas más etéreas... todas en torno a nosotros. Y el sol, arriba de todo. Y el cielo celeste, clarísimo. A Montevideo llegamos muy rápido.
Ahí no sabía qué hacer, pero seguí a la gente que había venido conmigo en el avión y nos quedamos por ahí. Yo fui al baño, hice un cambio de pulloveres, organicé los papelitos y me fui a sentar, saqué mi diario y me puse a escribir. Al ratito me di cuenta de dónde conocía al chico del avión: había estado en la agencia de viajes algún día que yo estaba. Fui atando cabos: en el viaje todos le hacían preguntas, le daban conversación, y me di cuenta de que tenía un animalito en una jaula. Y recordé que en la agencia comentaba que no podía dejar su mascota. Además, le pregunté. Y sí, había comprado su pasaje en la misma agencia que yo.
El vuelo a Madrid venía retrasado y una señora uruguaya me dio charla. Luego otra se sentó del otro lado mío, estaba rodeada por estas señoras. Todos estábamos aburridos. Y yo, llena de cosas, de modo que no podía hacer mucho.
Cuando cerca de las 20:15 me instalé en el otro avión, me di cuenta que no tenía ventanilla (como había pedido), que tenía por vecino al gatito del chico de la agencia, que íbamos a cenar y que nos esperaba otra escala, en Río de Janeiro. Ya estaba tan cansada... La verdad es que me dio bronca no haber sabido que íbamos a hacer escala en Río. A esta altura del viaje, ya mis pies estaban hinchados y cansados de estar dentro de las botas. Y ahí comencé a aburrirme. El avión no me resultaba incómodo, pero estaba demasiado cansada como para leer o escribir y quería cenar. Cené crepe de pollo, con un pan, galletitas, jugo y agua con gas y de postre, naranja y uvas y algo dulce que parecía merengue con más merengue. Raro. Bien.
Después de cenar, el asunto fue que por el mismo cansancio que me impulsaba a dormirme, no encontraba una posición que me resultara confortable. Además, sabía que en un rato tendría que levantarme y bajar del avión, entonces no logré relajarme del todo. Dicho y hecho, cuando estaba tranquila y dormida en un sueño suave, llegamos a Río y tuvimos que bajarnos. De más está decir que llevé conmigo mi pesada mochila, por las dudas. Me lavé los dientes, di una vuelta por el free shop y luego de eso, volvimos a subir al avión. Entonces, me enteré de que había otra cena y que en 9 horas llegaríamos a Barajas. Ya habíamos viajado bastante, pero a mí, en la agencia me habían dicho que llegaríamos a las 16:25, así que empecé a preocuparme porque no tenía a mano ninguna dirección ni teléfono de Javi. Pero pensé que después de haber esperado tanto, otro rato de espera no me iba a hacer nada... Calculé que tenía al menos ocho horas para dormir, y me pareció suficiente. Ya estaba tan cansada que aunque no quería, me perdí la segunda cena, porque me dormí. No fueron tantas horas de sueño, por supuesto: bien temprano a la mañana, prendieron las luces y todos empezaron a hablar. Contra mi voluntad, tuve que despertarme y hacerme a la idea de que la noche había terminado. El desayuno estuvo bastante bien: una medialuna, frutas (papaya, melón y naranja), galletitas, café con leche y jugo de naranja. Y después, ya comenzamos a ver tierra y las ciudades. Tardamos bastante en descender, y en esa tardanza, dos o tres personas se descompusieron. Por suerte yo no. Entré al Aeropuerto de Barajas con mi pasaporte inglés, sólo tenía delante una o dos personas, apenas lo miraron y listo, ya había pasado el control policial. Después busqué mis valijas y tomé la puerta que decía "Nada que declarar". Por suerte ahí estaba Javi, esperándome. Con un carrito trasladamos los bolsos hasta donde pudimos y tomamos el "metro". De una forma increíble, hicimos miles de combinaciones con mucha sencillez y cuando llegamos a la estación correspondiente, estábamos a sólo 8 cuadras del departamento, y habíamos viajado algo así como una hora. No diré que fue un viaje simple en el sentido de que estaba cansada y los bolsos pesaban, y hacía calor y yo estaba abrigadísima, pero el sistema de metro anda muy bien. El barrio es muy lindo, está lleno de caminitos y se ve gente de todos los estilos. Hay toda una variedad de idiomas y colores de piel y cabellos, y eso me encanta. Después de llegar, darme un baño y comer algo, salimos a caminar y fuimos a uno de los supermercados del barrio. Está en un centro comercial muy lindo. Créase o no, ahí compramos yerba argentina, de buena marca. Sale 4 euros, y aunque suene caro en pesos argentinos, es accesible.
Veamos los precios: diez viajes en metro salen 5,35 euros, el kilo de tomates 1.5, los cereales 2, una lata de gaseosa 0.37, el paquete grande de pan integral 0.85. En realidad, no es barato cuando un piensa en pesos, pero yo creo (sólo hice una compra, ya veré más adelante) que todo está al alcance de alguien que gana más o menos bien.
Hoy fui a la policía, a ver qué trámite tengo que hacer para poder estar en regla acá. Tengo que llenar dos formularios, presentar 3 fotos carnet y una fotocopia del pasaporte. Con eso listo, vuelvo a la oficina y creo que ya puedo trabajar y residir en regla. Parece simple. Ahí vi gente de todos lados: polacos, portugueses, colombianos, franceses, y otra gente que no distinguí. Rubios, negros, de todos los tonos. Al finalizar el trámite, Javi fue a la Escuela de Caminos y yo me vine al departamento. Fue mi primer viaje en metro sola, y me fue bien. Al llegar, comí, preparé mates y comencé a organizar mi equipaje. Y ya son las 17:45 y yo todavía no terminé. En realidad, ya organicé todo, sólo me falta guardar las últimas cosas. Tal vez hoy me dé un baño (y no una ducha). Bueno, será hasta otro momento. Ahora voy a seguir ordenando, mientras escucho Les Luthiers.
La habitación está hecha una pinturita. O sea, hice una pinturita de la pieza. Quiero decir, ahora "está hecha" pero no se hizo sola. Me llevó casi toda la tarde: son las ocho. Y el cielo todavía está celeste y brilla el sol. En cualquier momento preparo unos mates y me voy al parque. La buena idea fue escuchar los Les Luthiers, ya que me reí sola todo el tiempo. Cantar es lindo, me gusta mucho y me relaja, pero ciertamente reírse es muy sano y saludable. Estoy cansada, pero bueno, ya llegará la hora de dormir.
Me resulta difícil porque más allá de que sé que estoy en Madrid, escucho a los españoles hablar distinto, el subte se llama "metro", Javi dice "aquí" en lugar de "acá", de una manera extraña, todavía no me doy cuenta de que esto es Madrid. A ver si lo digo de otra forma... en cuanto llegué a Londres, quedé maravillada, sin respiración, sin palabras... Acá, en cambio, como le decía a Javi, tengo la impresión de estar en un pueblito cualquiera, simple, como podría ser Wokingham. Puede ser que esta sensación se deba a que nos movimos en subte, pero lo cierto es que todavía espero maravillas. Lo bueno es que todavía espere, que no me haya desilusionado.
Volvamos al viaje, y después sigo con estas primeras impresiones de Madrid, que aunque simples, son muchas.
Cuando llegamos a Aeroparque, enseguida la encontramos a María, que -pobre- hacía dos horas que estaba esperando. Me alegró mucho verla. En cuanto nos reunimos todos y caminamos unos metros, la vimos a la tía Lita, que andaba perdida. Luego, yo hice el chek-in mientras papá y Adri fueron a cambiarme el dinero. En la aerolínea, por supuesto, dos inconvenientes. No por mal servicio, sino por esas cosas estilo Ley de Murphy: en el portacosméticos,
que estaba bien abajo en la mochila, tapado de pequeñeces y muy bien acomodado, tenía un alicate que tuve que sacar y poner en la valija que iba a la bodega. Cuando pesé el equipaje, lo primero que puse fue un bolso que traerá mami, pero que papá me sugirió que probara, a ver si me dejaban traerlo sin cobrarme de más. Cuando agregué los dos bolsos míos, el señor que controlaba los pesos insistió en que "Me parece que no nos estamos entendiendo", cuando en verdad yo tenía bien claras mis ideas, sólo tenían que dejarme hacer. Claro que nos entendimos: después de saber cuánto pesaba ese bolso, pesé los que efectivamente iba a llevar; y aunque me pasé un kilo, no hubo problemas. Todo esto serían cosas simples si uno no sabe todas las cosas que tenía yo en las manos: las dos valijas, la mochila (que pesaba una tonelada), un pullover, los documentos, el dinero, la cámara de fotos y el tapado largo. Hasta que nos organizamos, todo era un lío. Cuando por fin estábamos cómodos faltaban 15 minutos para que yo embarcara y nos dimos cuenta de que el Mono no llegaba, y mami lo llamó. Estaba en su casa, esperando que lo llamáramos para salir... Se me terminó el termo de agua para el mate. Llorando (un poco por no verlos a ellos y otro tanto por irme, simplemente), tuve que embarcar. Ya había pasado el equipaje y estaba en la cola cuando Adri me llamó para decirme que saliera, que habían llegado.
Se había equivocado. Pedro, Andy, Tere e Iván llegaron cuando ya no podía salir más. Por suerte pude verlos, fue especial. Le dio un toque de calidez al trámite de hacer la cola de migración.
Por ahí es mejor que sea así, pero hay algo en los aeropuertos que no me gusta nada: en cuanto uno se despide, los trámites te invaden y no se puede llorar tranquila. Todos te piden cosas, te saludan fría pero muy cortésmente y uno debe contestar. Me causó mucha gracia mi gesto: cuando terminé con todo y hube saludado a todos los que me saludaron, bajé por la larga escalera mecánica y me dispuse a comenzar a llorar a moco tendido.
Tenía mucho atragantado, pero en cuanto iba a comenzar el "buá" había llegado al final de la escalera y otra vez gente saludando. Me sentí dentificada, ya en el colectivo, con un nene de unos diez años que se abrazaba a su mamá (el padre no pasaba ni la hora), moqueaba y tenía los ojos rojos de tanto llorar. Nos miramos y sonreímos, sin decir nada pero haciéndole saber que yo también lloraba.
En cuanto subí al avión (un impass para cantar "Y sin embargo te quiero" y "Y sin embargo") me serené un poco, porque sabía que era en vano estar triste entonces y perderme la emoción de levantar vuelo y (me pongo a llorar ahora, con Peter Cetera de fondo... cómo es el alma) ver Buenos Aires y el río desde las nubes. Me llamó la atención reconocer a un chico que ni sé cómo se llama, pero de algún lado me pareció conocido. En el momento en que despegamos, me vino algo al pecho que me emocionó porque es una sensación única. Es sentir que por un breve momento, todo el cuerpo se resume en el pecho, y al instante todo vuelve a la normalidad, pero uno está entre las nubes, ve todo desde arriba y de una manera diferente. En ese vuelo, me maravillaron las nubes. Algo simple como eso, me tuvo entretenida y sorprendida todo el tiempo. Nubes blancas, gordas y suaves; grises y livianas; blancas más etéreas... todas en torno a nosotros. Y el sol, arriba de todo. Y el cielo celeste, clarísimo. A Montevideo llegamos muy rápido.
Ahí no sabía qué hacer, pero seguí a la gente que había venido conmigo en el avión y nos quedamos por ahí. Yo fui al baño, hice un cambio de pulloveres, organicé los papelitos y me fui a sentar, saqué mi diario y me puse a escribir. Al ratito me di cuenta de dónde conocía al chico del avión: había estado en la agencia de viajes algún día que yo estaba. Fui atando cabos: en el viaje todos le hacían preguntas, le daban conversación, y me di cuenta de que tenía un animalito en una jaula. Y recordé que en la agencia comentaba que no podía dejar su mascota. Además, le pregunté. Y sí, había comprado su pasaje en la misma agencia que yo.
El vuelo a Madrid venía retrasado y una señora uruguaya me dio charla. Luego otra se sentó del otro lado mío, estaba rodeada por estas señoras. Todos estábamos aburridos. Y yo, llena de cosas, de modo que no podía hacer mucho.
Cuando cerca de las 20:15 me instalé en el otro avión, me di cuenta que no tenía ventanilla (como había pedido), que tenía por vecino al gatito del chico de la agencia, que íbamos a cenar y que nos esperaba otra escala, en Río de Janeiro. Ya estaba tan cansada... La verdad es que me dio bronca no haber sabido que íbamos a hacer escala en Río. A esta altura del viaje, ya mis pies estaban hinchados y cansados de estar dentro de las botas. Y ahí comencé a aburrirme. El avión no me resultaba incómodo, pero estaba demasiado cansada como para leer o escribir y quería cenar. Cené crepe de pollo, con un pan, galletitas, jugo y agua con gas y de postre, naranja y uvas y algo dulce que parecía merengue con más merengue. Raro. Bien.
Después de cenar, el asunto fue que por el mismo cansancio que me impulsaba a dormirme, no encontraba una posición que me resultara confortable. Además, sabía que en un rato tendría que levantarme y bajar del avión, entonces no logré relajarme del todo. Dicho y hecho, cuando estaba tranquila y dormida en un sueño suave, llegamos a Río y tuvimos que bajarnos. De más está decir que llevé conmigo mi pesada mochila, por las dudas. Me lavé los dientes, di una vuelta por el free shop y luego de eso, volvimos a subir al avión. Entonces, me enteré de que había otra cena y que en 9 horas llegaríamos a Barajas. Ya habíamos viajado bastante, pero a mí, en la agencia me habían dicho que llegaríamos a las 16:25, así que empecé a preocuparme porque no tenía a mano ninguna dirección ni teléfono de Javi. Pero pensé que después de haber esperado tanto, otro rato de espera no me iba a hacer nada... Calculé que tenía al menos ocho horas para dormir, y me pareció suficiente. Ya estaba tan cansada que aunque no quería, me perdí la segunda cena, porque me dormí. No fueron tantas horas de sueño, por supuesto: bien temprano a la mañana, prendieron las luces y todos empezaron a hablar. Contra mi voluntad, tuve que despertarme y hacerme a la idea de que la noche había terminado. El desayuno estuvo bastante bien: una medialuna, frutas (papaya, melón y naranja), galletitas, café con leche y jugo de naranja. Y después, ya comenzamos a ver tierra y las ciudades. Tardamos bastante en descender, y en esa tardanza, dos o tres personas se descompusieron. Por suerte yo no. Entré al Aeropuerto de Barajas con mi pasaporte inglés, sólo tenía delante una o dos personas, apenas lo miraron y listo, ya había pasado el control policial. Después busqué mis valijas y tomé la puerta que decía "Nada que declarar". Por suerte ahí estaba Javi, esperándome. Con un carrito trasladamos los bolsos hasta donde pudimos y tomamos el "metro". De una forma increíble, hicimos miles de combinaciones con mucha sencillez y cuando llegamos a la estación correspondiente, estábamos a sólo 8 cuadras del departamento, y habíamos viajado algo así como una hora. No diré que fue un viaje simple en el sentido de que estaba cansada y los bolsos pesaban, y hacía calor y yo estaba abrigadísima, pero el sistema de metro anda muy bien. El barrio es muy lindo, está lleno de caminitos y se ve gente de todos los estilos. Hay toda una variedad de idiomas y colores de piel y cabellos, y eso me encanta. Después de llegar, darme un baño y comer algo, salimos a caminar y fuimos a uno de los supermercados del barrio. Está en un centro comercial muy lindo. Créase o no, ahí compramos yerba argentina, de buena marca. Sale 4 euros, y aunque suene caro en pesos argentinos, es accesible.
Veamos los precios: diez viajes en metro salen 5,35 euros, el kilo de tomates 1.5, los cereales 2, una lata de gaseosa 0.37, el paquete grande de pan integral 0.85. En realidad, no es barato cuando un piensa en pesos, pero yo creo (sólo hice una compra, ya veré más adelante) que todo está al alcance de alguien que gana más o menos bien.
Hoy fui a la policía, a ver qué trámite tengo que hacer para poder estar en regla acá. Tengo que llenar dos formularios, presentar 3 fotos carnet y una fotocopia del pasaporte. Con eso listo, vuelvo a la oficina y creo que ya puedo trabajar y residir en regla. Parece simple. Ahí vi gente de todos lados: polacos, portugueses, colombianos, franceses, y otra gente que no distinguí. Rubios, negros, de todos los tonos. Al finalizar el trámite, Javi fue a la Escuela de Caminos y yo me vine al departamento. Fue mi primer viaje en metro sola, y me fue bien. Al llegar, comí, preparé mates y comencé a organizar mi equipaje. Y ya son las 17:45 y yo todavía no terminé. En realidad, ya organicé todo, sólo me falta guardar las últimas cosas. Tal vez hoy me dé un baño (y no una ducha). Bueno, será hasta otro momento. Ahora voy a seguir ordenando, mientras escucho Les Luthiers.
La habitación está hecha una pinturita. O sea, hice una pinturita de la pieza. Quiero decir, ahora "está hecha" pero no se hizo sola. Me llevó casi toda la tarde: son las ocho. Y el cielo todavía está celeste y brilla el sol. En cualquier momento preparo unos mates y me voy al parque. La buena idea fue escuchar los Les Luthiers, ya que me reí sola todo el tiempo. Cantar es lindo, me gusta mucho y me relaja, pero ciertamente reírse es muy sano y saludable. Estoy cansada, pero bueno, ya llegará la hora de dormir.
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