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Próximo destino: Madrid

Volvamos al tema de los paseos. El sábado, a la tardecita, salimos con Javi a pasear. Fue la primera vez que salíamos a compartir un gran paseo.
Tomamos el metro hasta Plaza de España, y en cuanto subimos las escaleras y salimos otra vez a la calle, me maravillé. Estábamos en una esquina de la Plaza. A mi derecha se alzaba, majestuoso, el edificio "España" y a mi izquierda, la propia Plaza, con su fuente y más atrás, el gran monumento. Miraba hacia arriba sin poder evitarlo. El edificio es muy bonito, y se nota que lo mantienen en buen estado. Debe tener sus buenos años, pero no se nota que esté descuidado. Imaginen la escena: salía yo de la oscuridad del metro, y de pronto me encontré con todo el brillo del sol y mucho calor, parada bastante cerca del grandioso edificio, y obligada a ir hacia la plaza para apreciarlo mejor. Mientras caminaba hacia el centro de la plaza, comencé a oír el agua correr: había una hermosa fuente. Y más allá, verde, sombra y un monumento muy alto. Luego de la primera sorpresa, y de todas las exclamaciones posibles, nos vimos obligados a reparar en que a pesar de que ya fuera cerca de las 6 de la tarde, el sol quemaba fuerte. Así, mientras buscábamos la sombra y una canilla para llenar la botella de agua (detalle: en ciertos lugares, de tanto en tanto hay canillas de agua potable, para que uno pueda refrescarse o beber), me encontré con la otra cara del monumento. Ahí estaban Cervantes, en lo alto, y más abajo, Don Quijote a caballo y Sancho Panza, en su burro. Y si mal no escuché a una guía de turismo que andaba por ahí, arriba de todos ellos estaban las musas inspiradoras. Muy hermoso. Además de tanta belleza, de pronto vimos a la policía, tratando de poner orden entre dos personas (creo que una era mujer, pero no podría asegurarlo) que se estaban peleando a las trompadas. Si no me equivoco, la mujer estaba borracha y el hombre tenía sangre en la nariz.
Aunque ya saben cuánto me gusta el sol, seguíamos buscando la sombra. Y así cruzamos una avenida y encontramos un sendero que a ambos lados tenía flores y césped. Pronto llegamos a los Jardines de Sabatini, que tiene fuentes, plantas y bancos. Es muy bonito, y como todos los espacios verdes de esta ciudad, un oasis entre tanto cemento y tanto calor. Nos sentamos un momento, a disfrutar de tanta simple belleza, y pronto seguimos caminando. Estos Jardines forman parte de los alrededores del Palacio Real, de modo que a los pocos pasos estábamos de frente a la residencia de la monarquía. Me
pareció muy gris, pero igualmente imponente. Javi me explicó que ese color se debe a que todo es mármol. Más me gustaron los jardines más próximos al Palacio, llenos de bancos, magnolias, fuentes y ligustros que forman especies de laberintos. Olí una flor de magnolia y me embriagué. Subimos por unas escaleras, para tener otra perspectiva y seguir el paseo. Me encantó el perfil del Palacio, me gustó mucho. Y los jardines que lo rodean no tienen tanto verde pero de todas maneras están muy cuidados y son muy bonitos. Todo es bello, sin duda cada cosa de una forma distinta, pero priman la belleza y la armonía. Luego, la fachada principal del Palacio, y frente a ésta, la Catedral de Almudena. Es increíble que existan construcciones tan hermosas. Pienso en el dinero que han costado, las vidas que sin duda se han llevado y en las mentes maravillosas que las concibieron, y no puedo evitar ese torbellino en mi pecho. En situaciones como ésta se me mezclan de una forma sorprendente las ideas, los pensamientos más elaborados y las sensaciones concretas, experimentadas en el cuerpo. Me estremezco, se me pone la piel de gallina, se me hace un nudo en el pecho o se me humedecen los ojos.
Tanta belleza, tanta historia, tanta vida, tanta majestuosidad hacen milagros en las personas sensibles. De ahí fuimos a la Plaza Mayor, juntos, y luego tomamos el metro hasta Ventas, cerca de donde hay una plaza de toros, pero en realidad íbamos a visitar a Patricio y Fernanda. Con ellos pasamos un muy lindo rato: tomamos mates y conversamos. Era bien tarde cuando decidimos irnos, y ya estábamos en la calle cuando vimos unos colchones tirados al lado de un conteiner. Sorprendente. Esos colchones eran de buenísima calidad y estaban como nuevos, y estaban ahí para que los recogiera el
basurero. Así que uno se podía llevar eso sin ningún problema, y nosotros, ni cortos ni perezosos, tratamos de llevarnos el mejor colchón. No pudimos, porque el mejor era con resortes y por eso resultaba imposible doblarlo para llevarlo en el metro. Pero igualmente nos llevamos uno, de mediana calidad, pero gratis.

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