Salí el jueves (24) a la mañana rumbo a Atocha Renfe, la gran estación donde ocurrió el ahora así llamado 11-M, el gran atentado del 11 de marzo pasado.
Hice las averiguaciones, que no me sirvieron de mucho, y en poco rato ya estaba libre. Di una vuelta por la estación, miré el gran parque verde que tiene (que por cierto es bonito) y me fui. Después, me fui a pasear. No sabía qué había por ahí, pero estaba segura de que encontraría algo lindo. Y buscando la salida, me encontré con un cartel que indicaba "Ministerio de Agricultura-Paseo del Prado". Nada de eso me entusiasmó mucho, en principio, y es que no sabía qué era nada de eso. Cuando salí de la estación y vi la calle, quedé impresionada. Percibí una diagramación planificada de todo el espacio, de cada árbol, y me maravillé. No era algo elaborado, sólo estaba cuidado y organizado. Había muchas flores de colores (geranios o malvones rosas) en los grandes canteros, árboles sin flores, césped bien verde y, en cada farola, dos macetas con flores fucsia en lo alto. En cuanto crucé la primera senda peatonal, me encontré con el Ministerio de Agricultura.
Imponente. Cuadrado, con grandes columnas y dos estatuas gigantes, hermoso. Yo miraba hacia arriba, hacia el cielo, tan grande era el edificio. Seguí caminando, mientras me daba cuenta de que poco iré descubriendo otras cosas así, que acá son cotidianas, y que no dejaré de embelesarme. Estaba admirando todo a mi alrededor cuando reparé en la belleza del Paseo del
Prado: bancos, más verde, más flores y, a un lado, el Jardín Botánico. Vi luego un claro, gente sentada, grandes carteles, y lo descubrí: el Museo del Prado. La fachada, por donde entré a preguntar días y horas de visitas, no me pareció muy grandiosa, pero a medida que caminaba rumbo a la Cibeles, noté que lo más bello estaba sobre el mismo Paseo y sí era majestuoso. Sabía que pronto llegaría a la Cibeles y empecé a cantar "A la sombra de un león". Cantando la encontré. Vi también un cartel que indicaba "Oficina de Turismo", pero quedaba frente a la mano que yo estaba y hacia atrás, así que
luego de apreciar la estatua me dije que pronto encontraría otra, y tomé la Calle de Alcalá en dirección contraria a la Puerta (sin saberlo entonces). Mi objetivo era entonces encontrar una oficina de turismo (ya casi sin razón, si es que alguna vez había habido alguna). Pasé así por la Puerta del Sol, también sin notarlo especialmente, aunque debo decir que iba viendo preciosos lugares, edificios, rincones, ambientes. Todo me gustaba. Y así, sin la intención expresa, llegué a la Plaza Mayor y entonces sentí que renacía. Sentí esa insoportable y majestuosa belleza, y todo lo demás pasó a un segundo plano. Necesité un alto en el camino y me senté en una farola. Miré todo con atención, me alegré de estar ahí y encontré la oficina de turismo. Y quedé sorprendida de encontrar ahí un folleto de Teatro por la Identidad, ese concurso que organizó Abuelas de Plaza de Mayo y en que papá ganó un premio. Además conseguí una buena guía de las atracciones de Madrid. No satisfecha con eso, fui a El Corte Inglés y completé mi tour por Madrid.
Agotada y feliz, volví, me calcé zapatillas y vine al Parque Aluche a tomar unos mates. Un hermoso día.
El viernes anduve por el barrio y me gustó mucho. Hice compras en los dos súper, fui al centro cultural y me tomé todo con más calma. Seguí averiguando por el móvil, y volví al parque a escribir y a tomar mates. En la mañana del 26, nos dedicamos a decidir si en verdad precisábamos un móvil o si tenerlo era un lujo, y luego de convenir que era necesario
tener al menos uno, adquirimos un móvil pequeño y liviano, de color plateado. Realmente, tener un móvil es útil, pero me sorprende cómo uno se vuelve esclavo de eso que supuestamente le hace la vida más fácil: hay que ver si tiene batería, si está prendido, si ante una llamada sonará en forma normal o silenciosa, si hay mensajes nuevos, etc. El domingo pasado, ante la imposibilidad de comunicarme con Javi, me pregunté realmente para qué lo teníamos, ya que era precisamente en casos como esos que sentíamos necesitarlo. Un poco, creo que se trata de la falta de costumbre, porque -por ejemplo- el domingo no atendí la llamada de Javi porque no me di cuenta de que el celular que sonaba era el mío, y cuando atiné a atender, pronto dejó de sonar. Y ayer me pasó que estaba en una Catedral, y al entrar no había apagado el móvil. Entonces, cuando lo puse en modo "llamada silenciosa", no estuve todo el tiempo atenta al móvil y en dos ocasiones no lo atendí. Pero insisto en que se vuelve algo de lo que uno está totalmente pendiente. Y eso me incomoda.
Hice las averiguaciones, que no me sirvieron de mucho, y en poco rato ya estaba libre. Di una vuelta por la estación, miré el gran parque verde que tiene (que por cierto es bonito) y me fui. Después, me fui a pasear. No sabía qué había por ahí, pero estaba segura de que encontraría algo lindo. Y buscando la salida, me encontré con un cartel que indicaba "Ministerio de Agricultura-Paseo del Prado". Nada de eso me entusiasmó mucho, en principio, y es que no sabía qué era nada de eso. Cuando salí de la estación y vi la calle, quedé impresionada. Percibí una diagramación planificada de todo el espacio, de cada árbol, y me maravillé. No era algo elaborado, sólo estaba cuidado y organizado. Había muchas flores de colores (geranios o malvones rosas) en los grandes canteros, árboles sin flores, césped bien verde y, en cada farola, dos macetas con flores fucsia en lo alto. En cuanto crucé la primera senda peatonal, me encontré con el Ministerio de Agricultura.
Imponente. Cuadrado, con grandes columnas y dos estatuas gigantes, hermoso. Yo miraba hacia arriba, hacia el cielo, tan grande era el edificio. Seguí caminando, mientras me daba cuenta de que poco iré descubriendo otras cosas así, que acá son cotidianas, y que no dejaré de embelesarme. Estaba admirando todo a mi alrededor cuando reparé en la belleza del Paseo del
Prado: bancos, más verde, más flores y, a un lado, el Jardín Botánico. Vi luego un claro, gente sentada, grandes carteles, y lo descubrí: el Museo del Prado. La fachada, por donde entré a preguntar días y horas de visitas, no me pareció muy grandiosa, pero a medida que caminaba rumbo a la Cibeles, noté que lo más bello estaba sobre el mismo Paseo y sí era majestuoso. Sabía que pronto llegaría a la Cibeles y empecé a cantar "A la sombra de un león". Cantando la encontré. Vi también un cartel que indicaba "Oficina de Turismo", pero quedaba frente a la mano que yo estaba y hacia atrás, así que
luego de apreciar la estatua me dije que pronto encontraría otra, y tomé la Calle de Alcalá en dirección contraria a la Puerta (sin saberlo entonces). Mi objetivo era entonces encontrar una oficina de turismo (ya casi sin razón, si es que alguna vez había habido alguna). Pasé así por la Puerta del Sol, también sin notarlo especialmente, aunque debo decir que iba viendo preciosos lugares, edificios, rincones, ambientes. Todo me gustaba. Y así, sin la intención expresa, llegué a la Plaza Mayor y entonces sentí que renacía. Sentí esa insoportable y majestuosa belleza, y todo lo demás pasó a un segundo plano. Necesité un alto en el camino y me senté en una farola. Miré todo con atención, me alegré de estar ahí y encontré la oficina de turismo. Y quedé sorprendida de encontrar ahí un folleto de Teatro por la Identidad, ese concurso que organizó Abuelas de Plaza de Mayo y en que papá ganó un premio. Además conseguí una buena guía de las atracciones de Madrid. No satisfecha con eso, fui a El Corte Inglés y completé mi tour por Madrid.
Agotada y feliz, volví, me calcé zapatillas y vine al Parque Aluche a tomar unos mates. Un hermoso día.
El viernes anduve por el barrio y me gustó mucho. Hice compras en los dos súper, fui al centro cultural y me tomé todo con más calma. Seguí averiguando por el móvil, y volví al parque a escribir y a tomar mates. En la mañana del 26, nos dedicamos a decidir si en verdad precisábamos un móvil o si tenerlo era un lujo, y luego de convenir que era necesario
tener al menos uno, adquirimos un móvil pequeño y liviano, de color plateado. Realmente, tener un móvil es útil, pero me sorprende cómo uno se vuelve esclavo de eso que supuestamente le hace la vida más fácil: hay que ver si tiene batería, si está prendido, si ante una llamada sonará en forma normal o silenciosa, si hay mensajes nuevos, etc. El domingo pasado, ante la imposibilidad de comunicarme con Javi, me pregunté realmente para qué lo teníamos, ya que era precisamente en casos como esos que sentíamos necesitarlo. Un poco, creo que se trata de la falta de costumbre, porque -por ejemplo- el domingo no atendí la llamada de Javi porque no me di cuenta de que el celular que sonaba era el mío, y cuando atiné a atender, pronto dejó de sonar. Y ayer me pasó que estaba en una Catedral, y al entrar no había apagado el móvil. Entonces, cuando lo puse en modo "llamada silenciosa", no estuve todo el tiempo atenta al móvil y en dos ocasiones no lo atendí. Pero insisto en que se vuelve algo de lo que uno está totalmente pendiente. Y eso me incomoda.
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