Domingo 27 de junio
El domingo, Javi tenía planes de ir a jugar al fútbol. Y yo no iba a prohibirle eso que sé que le gusta mucho y le hace bien. Así que organizamos lo siguiente: yo me enganché en el auto del chico que los pasó a buscar a Ariel y a Javi por la estación de metro de Campamento, para conocer la escuela donde trabaja Javi y también para conocer a algunos de sus compañeros. El camino, ciertamente no me pareció muy interesante, es una autopista como cualquier otra. Claro que no tenía baches... pero a esos pequeños detalles uno se acostumbra muy rápido. Tal como dijeron los chicos, paradójicamente como siempre, el edificio de la escuela de caminos no se destacaba por ser bonito ni distinto. Simplemente, una caja de zapatos
gris. También lo vi por dentro y vi que está muy bien pero no es algo descomunal. Claro que acá, lo distinto pasa por el hecho de que todo lo que se necesite para estudiar se tiene, y creo que eso pasa desapercibido a una mirada como la mía, que no ve la diferencia entre una computadora y otra. Lo que noté a primera vista es que no falta nada y todo lo que hay está en buen estado. El grupo de compañeros de Javi, a simple vista (no intercambié demasiadas palabras con ninguno) me pareció lindo. Y creo que las primeras impresiones, en general, valen. De ahí, y gracias a las indicaciones del chico que nos había pasado a buscar en auto (Javier García), llegué a la estación de metro "Ciudad Universitaria", desde donde -supuestamente- me iba al Museo del Prado. Digo supuestamente porque tenía la clara idea de que sólo iría al Museo. Pero ya en el metro, empecé a leer las advertencias sobre el paso de la Antorcha Olímpica por Madrid y empecé a considerar la posibilidad de ver de qué se trataba. Cuando salí del metro (no recuerdo de qué estación), en las calles había una multitud. Gente de todas las edades, los colores... Y un sol calcinante, y eso que todavía no era el mediodía. Casi sin pensarlo, empecé a seguir a la gente. Iban hacia la Puerta de Alcalá, que yo todavía no había visto. Avanzábamos hacia allí, pero del lado de atrás, o sea que todo lo que pasaba, ocurría del otro lado. Pero por el arco de la puerta, vi a los príncipes (que al insistente llamado "Letizzzzia, Letizzzzia" -es que me da mucha gracia la forma en que los españoles pronuncian cada letra- y "Felipe, Felipe", se dieron vuelta y nos saludaron) y observé cuando se prendió la llama olímpica. Digo, vi todo pero desde el lado equivocado. Y supongo que era más difícil llegar a ver todo de frente, y no estuvo nada mal estar ahí. Después, también opté por seguir a la gente. Es que según se rumoreaba, habría un buen espectáculo de música. Y claro que lo hubo. Primero, cantó un grupo que no sé cómo se llama pero que lo hizo muy bien.
La música era del tipo "Los Chunguitos", como para que tengamos una idea. Además, había un grupo de baile español, y había que ver cómo zapateaban esas mujeres y los muchachos. Y uno de los que tocaban la guitarra, gritaba como desconsolado, y había que estar ahí para ver qué hermoso era ese conjunto. Para ese entonces, ya no dábamos más del calor, eran cerca de las dos de la tarde y habíamos estado todo el mediodía bajo el sol ardiente. Había un grupo de gente del gobierno, o del ayuntamiento... o de no sé dónde... que daban bolsitas de agua potable, para que nos refrescáramos, pero nada era suficiente. Pedíamos a gritos agua cuando llegó Paco de Lucía a cantar y tocar la guitarra, y si bien era hermoso escucharlo, por lo menos yo lo viví como música y espectáculo de fondo, porque la necesidad de refrescarme había pasado a un primerísimo primer plano. Pero recordar la imagen de Paco de Lucía y los suyos ahí, tan cerca, y tocando tan lindo, es algo grandioso. Para cuando llegó un grupo por el que todas las adolescentes gritaban despavoridas, me fui. No estaba para eso, ni ahora, ni por esos ni a esa hora... Así que me fui por "un cacho de cultura", rumbo al Museo del Prado. Ahí quería ver lo más importante, darme una panzada de pinturas imponentes. Y eso fue muy fácil. "Las Meninas" fue uno de los primeros cuadros que vi, y me pareció hermoso, pero ese -claro- no fue el único: vi los de Rubens, El Greco, Rafael... En algún momento del paseo, recibí una llamada de Javier y como no llegué a contestarla, le mandé un mensaje a Ariel diciéndole que ya iba. Tal vez me hubiera quedado más tiempo, pero la verdad es que estaba saturada de tanta belleza y tantas emociones (el espectáculo con motivo de la Antorcha Olímpica me encantó y las pinturas me conmovieron mucho) y sentí que era hora de tomarme un respiro. Además, el Museo es gratis todos los domingos, y sabía que podría volver cuantas veces quisiera. Por cierto, otra cosa que sentí en el Museo fue que lo mejor no es ir a ver cada pintura y leer el cuadrito indicativo, sino estudiar antes de qué trata cada pintor, sus técnicas, su singularidad, e ir y observar, contemplar. Sólo eso. Y me sentía un poco ignorante. Vaya, vaya...
gris. También lo vi por dentro y vi que está muy bien pero no es algo descomunal. Claro que acá, lo distinto pasa por el hecho de que todo lo que se necesite para estudiar se tiene, y creo que eso pasa desapercibido a una mirada como la mía, que no ve la diferencia entre una computadora y otra. Lo que noté a primera vista es que no falta nada y todo lo que hay está en buen estado. El grupo de compañeros de Javi, a simple vista (no intercambié demasiadas palabras con ninguno) me pareció lindo. Y creo que las primeras impresiones, en general, valen. De ahí, y gracias a las indicaciones del chico que nos había pasado a buscar en auto (Javier García), llegué a la estación de metro "Ciudad Universitaria", desde donde -supuestamente- me iba al Museo del Prado. Digo supuestamente porque tenía la clara idea de que sólo iría al Museo. Pero ya en el metro, empecé a leer las advertencias sobre el paso de la Antorcha Olímpica por Madrid y empecé a considerar la posibilidad de ver de qué se trataba. Cuando salí del metro (no recuerdo de qué estación), en las calles había una multitud. Gente de todas las edades, los colores... Y un sol calcinante, y eso que todavía no era el mediodía. Casi sin pensarlo, empecé a seguir a la gente. Iban hacia la Puerta de Alcalá, que yo todavía no había visto. Avanzábamos hacia allí, pero del lado de atrás, o sea que todo lo que pasaba, ocurría del otro lado. Pero por el arco de la puerta, vi a los príncipes (que al insistente llamado "Letizzzzia, Letizzzzia" -es que me da mucha gracia la forma en que los españoles pronuncian cada letra- y "Felipe, Felipe", se dieron vuelta y nos saludaron) y observé cuando se prendió la llama olímpica. Digo, vi todo pero desde el lado equivocado. Y supongo que era más difícil llegar a ver todo de frente, y no estuvo nada mal estar ahí. Después, también opté por seguir a la gente. Es que según se rumoreaba, habría un buen espectáculo de música. Y claro que lo hubo. Primero, cantó un grupo que no sé cómo se llama pero que lo hizo muy bien.
La música era del tipo "Los Chunguitos", como para que tengamos una idea. Además, había un grupo de baile español, y había que ver cómo zapateaban esas mujeres y los muchachos. Y uno de los que tocaban la guitarra, gritaba como desconsolado, y había que estar ahí para ver qué hermoso era ese conjunto. Para ese entonces, ya no dábamos más del calor, eran cerca de las dos de la tarde y habíamos estado todo el mediodía bajo el sol ardiente. Había un grupo de gente del gobierno, o del ayuntamiento... o de no sé dónde... que daban bolsitas de agua potable, para que nos refrescáramos, pero nada era suficiente. Pedíamos a gritos agua cuando llegó Paco de Lucía a cantar y tocar la guitarra, y si bien era hermoso escucharlo, por lo menos yo lo viví como música y espectáculo de fondo, porque la necesidad de refrescarme había pasado a un primerísimo primer plano. Pero recordar la imagen de Paco de Lucía y los suyos ahí, tan cerca, y tocando tan lindo, es algo grandioso. Para cuando llegó un grupo por el que todas las adolescentes gritaban despavoridas, me fui. No estaba para eso, ni ahora, ni por esos ni a esa hora... Así que me fui por "un cacho de cultura", rumbo al Museo del Prado. Ahí quería ver lo más importante, darme una panzada de pinturas imponentes. Y eso fue muy fácil. "Las Meninas" fue uno de los primeros cuadros que vi, y me pareció hermoso, pero ese -claro- no fue el único: vi los de Rubens, El Greco, Rafael... En algún momento del paseo, recibí una llamada de Javier y como no llegué a contestarla, le mandé un mensaje a Ariel diciéndole que ya iba. Tal vez me hubiera quedado más tiempo, pero la verdad es que estaba saturada de tanta belleza y tantas emociones (el espectáculo con motivo de la Antorcha Olímpica me encantó y las pinturas me conmovieron mucho) y sentí que era hora de tomarme un respiro. Además, el Museo es gratis todos los domingos, y sabía que podría volver cuantas veces quisiera. Por cierto, otra cosa que sentí en el Museo fue que lo mejor no es ir a ver cada pintura y leer el cuadrito indicativo, sino estudiar antes de qué trata cada pintor, sus técnicas, su singularidad, e ir y observar, contemplar. Sólo eso. Y me sentía un poco ignorante. Vaya, vaya...
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