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Próximo destino: Madrid

Denia

La verdad es que, salvo porque el próximo lunes tenemos cita en el juzgado, el choque ya es historia. Supongo que iremos Javi, yo y “El impresentable”, declararemos y caso cerrado. No me importa si ocurre así, ya que lo único que queríamos nosotros era sentar precedente, y aunque el caso se termine, habrá quedado constancia de su mala actuación.
Yo vuelvo a esto porque tenemos que ir al juzgado, pero en realidad ya forma parte de la colección de las anécdotas divertidas, de esas cosas únicas que nos pasan en la vida.
De todas formas, pasemos a temas más agradables.
El fin de semana del puente, que duró 4 días, aunque teníamos planes para ir a Barcelona, no pudimos ni asomar la nariz. Javi, porque estaba preparando un paper; yo porque tenía una sinusitis tremenda que me impedía estar al sol, so pena de un fuerte dolor de cabeza. Así que yo leí (Virginia Wolf), hice dulce de leche, fui de compras... Sólo un día, y sólo un rato, salimos al Parque del Oeste a caminar y charlar. Y también vimos una película, El Mito de Bourne. Lo cierto es que luego de que Javi se pasara la semana ocupado en ese paper, creímos que era justo viajar el siguiente fin de semana a algún lugar para descansar y desenchufarnos de todo.
Un poco por azar, otro porque yo había escuchado que era lindo, fuimos a Denia, una ciudad en la costa este de España. Viajamos en autobús el viernes a la noche y llegamos a Denia poco antes de las 7 de la mañana, después de un sueño interrumpido por las luces de las autopistas y los incómodos asientos. El día que comenzaba prometía sol y calor, la ciudad parecía bonita y nos sentimos muy a gusto con la elección. Si bien no tengo idea de los datos demográficos del lugar, parecía ser una ciudad económicamente próspera: muchas inmobiliarias, casas de marcas conocidas (tanto de ropa como de tecnología), bares llenos, varios restaurantes con los menús en distintos idiomas, muchos veleros en la costa, autos cero km. en todas las calles, un gran supermercado... todo muy lindo y lujoso. Desayunamos en un bar que mucho no nos gustó, pero no teníamos mucha posibilidad de elección porque era demasiado temprano. Luego dimos unas cuantas vueltas por la ciudad, tratando de encontrar la oficina de turismo, cosa que según la señalización, nos resultó casi imposible. Pero la encontramos. Una vez ahí, como todavía estaba cerrada, hicimos uso de una pantalla informativa, de estas que se activan con el calor de los dedos. Así ubicamos el hostal, y gracias a que preguntamos (estábamos bien ubicados pero nos faltaba el toque final), llegamos. Tal como temíamos, nos confirmaron que no podíamos entrar hasta el mediodía, así que dimos media vuelta y volvimos a la playa. Todavía estábamos con la ropa del viaje, y como debajo teníamos la ropa interior (y no los “bañadores”), con la ayuda de la lona nos las ingeniamos para cambiarnos. Todo un éxito. La playa estaba casi desierta. Caminamos mucho, buscando un lugar que nos gustara, lejos de todo signo de grandes reuniones, como eran un chiringuito, un juego para niños y tres canchas de voley. Yo también buscaba alguna aliada en cuanto al topless se refiere, pero luego de caminar bastante, cuando no la encontré, sin ningún problema revoleé el corpiño y listo... El sol estaba espléndido; la arena era fina y suave; y el mar... el mar, claro, frío, calmo, no muy salado, sin yodo, poco profundo, y grandioso, inmenso, transmitía una paz increíble. Salvo algún lejano motor de auto, no se oía ningún ruido más que el suave choque de las olitas contra la playa, algunas mujeres hablando en cualquier idioma (inglés, valenciano, francés, alemán o castellano), niños jugando o el repicar de las pelotitas contra las paletas. Pero eran ruidos típicos de la distensión, de estar de vacaciones, relajados, y por eso nada era molesto. A pesar de que el agua estaba fría, nos metimos al mar y nos sentimos encantados de estar ahí. Luego volvimos a la arena y nos quedamos relajados, hasta el mediodía, cuando decidimos volver al hostal para instalarnos. Dejamos las mochilas, reorganizamos el equipo para la playa, almorzamos una ensalada de atún, choclo y arvejas y volvimos a la playa. De camino, compramos El Mundo, y al llegar a la arena, nos acostamos, Javi tratando de no llenarse de arena, sacudiéndose de tanto en tanto y yo, en plena arena, sin que me importara llenarme de arena. Volvimos a meternos en el agua, que estaba preciosa, y en eso, el comentario de Javi: “Juli, estoy hecho un pato”... que me hizo reír todo el fin de semana. Yo no podía dejar de cantar “Mediterráneo”, y Javi la resignificó diciendo: “Y qué le voy a hacer, si yo nací en Pehuajó...” la verdad es que esas dos frases fueron de lo más simpáticas y me hicieron reír mucho. Al atardecer, dimos la vuelta, nos duchamos y fuimos al súper, para comprar algo para merendar y provisiones para el día siguiente: agua, un jugo y unos pancitos dulces con chips de chocolate. Luego salimos a cenar. Javi tenía ganas de comer pulpo a la gallega, y por eso no nos habíamos preocupado en tener nuestra vianda para las comidas, así que fuimos “a por el pulpo”. Primero nos sentamos en un lugar que parecía un restaurante familiar, y que fuera tenía un cartel que prometía pulpo a la gallega. Nos sentamos, Javi preguntó por el bicho y le dijeron que no tenían, así que, aunque nos habían puesto el pan y los cubiertos, nos fuimos. Decidimos sentarnos en un lugar un poco más fino, que sí tenía pulpo. Comimos eso, un plato con pescados ahumados y paella. A mí, el pulpo no me gustó, y para cuando llegó la paella estaba bastante llena, así que no comí demasiado. Pero fue una linda comida, en suma. Además, estábamos de buen humor. Caímos rendidos en la cama, agotados después de un día largísimo, en el que habíamos caminado, nadado y tomado sol.
A la mañana siguiente nos despertamos y todo en nosotros acusaba el cansancio del día anterior, pero nos lo tomamos con calma. Bajamos a desayunar, y tomamos un rico café con leche, zumo y tostadas con manteca y mermelada. Luego subimos para volver a organizar nuestro nunca breve equipaje y a eso de las 11 y media nos fuimos a la playa, con todo a cuestas. No pensábamos almorzar, ya que habíamos desayunado bastante tarde y teníamos como para una rica merienda, pero luego, como el sol estaba muy fuerte y además había carrera de Fórmula 1, decidimos ir a un bar a tomar algo, y finalmente comimos una pizzeta y una gaseosa cada uno. Estuvimos en la playa hasta la tardecita, pero sin meternos en el mar porque ya habíamos dejado el hostal. Lo pasamos bien, pero el sol estaba bastante fuerte y el día se estaba haciendo largo. Además, ya acusábamos la reunión del cansancio con el desenchufe, y estábamos exhaustos. Y nos esperaba otra noche de viaje... Al final se nos pasó la tarde dando vueltas en la ciudad, mirando la gente, buscando un lindo lugar para cenar algo sencillo, hasta que Javi se comió un kebap y yo nada, porque no tenía mucho hambre. Luego hubo unos fuegos artificiales, con motivo del día del santo de los marineros, los miramos y nos fuimos a la estación a tomar el colectivo de vuelta a Madrid. Fue un fin de semana hermoso, y sirvió para demostrar que podemos ir a un lindo lugar por dos días y pasarlo de maravillas.

2 comentarios

María -

Uia, bustelo.... vos de envidia, porque 9 de Julio rima menos, y porque estas lejos. Yo tambien ( estoy lejos y siento envidia, pero poco)
Saludos

Matías -

Julieta: Explicale a tu marido que "y que le voy a hacer si yo nací en Pehuajó", no va con la métrica de "Mediterráneo".

Matías.