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Próximo destino: Madrid

Volver

El próximo viernes volvemos a Argentina. Por un mes, pero volvemos. Durante más o menos un año, no pensé en volver. No estaba en los planes y no lo deseaba demasiado.
Extrañar... sí, claro que extrañaba, como siempre, esas pequeñas rutinas que hacen a la vida cotidiana en ciertos lugares: los mates con mami a la mañana, ir a lo de papi y salir a caminar al parque o verlo leer el Página/12, que Tomi se vaya a jugar al básquet o Adri esté en la compu, ir a lo de Eliana o María, los mates con ellas; ver los lapachos en flor, pasar por lo de Ceci o Vivi, los cumpleaños en Chile 559 en Tucumán; andar como loca en Buenos Aires (siempre corta de tiempo), las comidas en lo del Mono, siempre llenas de charlas, las visitas eternas a lo de Eugenia; charlar con Malú en la cocina mientras amasa ravioles...
Hasta que tomamos la decisión. Fue un antes y un después. Desde entonces –hace casi dos meses-, estoy cada vez más ansiosa. Tengo muchas ganas de ver a todos (familia, amigos, conocidos), ganas de andar en el pueblo, de que “lejos” sean 10 cuadras, de que no exista la posibilidad del metro ni el autobús, de escuchar Jaf o Serú o en la radio, que “coger” y “concha” sean “malas palabras”, que el “che” y el mate sean habitué, que si hacemos asado no tengamos que buscar por todos lados carne buena ni corramos el riesgo de que los vecinos llamen a la policía por miedo a un incendio (¡en serio!), de tener un patio de 30 x 10. ¡¡¡Incluso tengo ganas de escuchar cuarteto!!! Algo así como “Vení Raquel” o “Qué tendrá el petiso”. Ir a ver la Luna. Y mirar todo con otros ojos. Mirarlo todo como miro Madrid: con ojos de fotógrafa. Sacarle el jugo a todo, a cada rincón, a cada paisaje, a cada ruina, a cada persona, a todas las costumbres. A mi Argentina. A eso, a esas personas, esas historias, esos lugares que para mí son tan míos. Y reconocerlo: volver a mirarlo, redescubrirlo. No es que de pronto, en un año y pico, vaya a ser todo precioso. No es que ya no tenga defectos, que sea el paraíso. Es que como decía Dante, el profe de foto, no hay personas fotogénicas (y en mis palabras: hasta lo más feo, bien mirado, es lindo).
Y bailar sin que me importe que me miren. Bailar, cantar, caminar, vestir, disfrutar de todo sin pensar en el qué dirán. Mezclar las cosas del pueblo con las de la gran ciudad. Eso es genial.

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