Blogia
Próximo destino: Madrid

Miércoles 7 de julio

Yo insistía en salir más temprano por la mañana. Es que todos los lugares requieren de -al menos- dos horas para poder apreciarlos, y mami y Nati ya necesitaban un descanso cada dos o tres horas. Así que teníamos que estar organizadas. Debíamos tener agua fresca, comida para el almuerzo y algo para la merienda, al menos. Íbamos aprendiendo. ¿Cuándo no deja uno de aprender? A Versailles llegamos a eso de las 12 del mediodía. Elegimos una entrada de un precio medio, que incluía una visita guiada en castellano de una hora y media de duración. Solas, vimos las Grandes Habitaciones: Grandes Habitaciones del Rey, la Galería de los Espejos (que justo estaba siendo reparada y por lo tanto no se veía) y las Habitaciones de la Reina. En la visita guiada, vimos la Capilla, la Cámara del Rey, las Habitaciones Privadas y la Ópera. Lo cierto es que nos reíamos casi a carcajadas porque el guía en "castellano" hablaba de lo más retorcido. Como ejemplo, decía "grey" en lugar de "rey", y todos los que podíamos, nos reíamos mientras el señor no nos veía. Y ciertamente, esperábamos más de la visita guiada, que duró menos de lo que decía y no nos dijo demasiado. Igual, valgan algunos detalles para ilustrar la vida de estos monarcas: a la mañana y a la noche, el momento en que se cambiaban de ropa para dormir y para encarar el día, era un espectáculo al que la gente acudía. Algo parecido era la cena del rey, pero con un par de ingredientes (valga la acotación) más curiosos: al monarca le servían aproximadamente cuarenta platos. Estos platos se preparaban, por supuesto, en la cocina, que estaba a unos 200 metros del comedor. Así que imagínense que todo llegaría frío en el mejor de los casos, ni quiero saber en días de tormenta, lluvia o viento. Y la gente se instalaba a verlo al rey mientras comía. Y claro, como siempre sobraba comida, ¡¡esos platos se vendían a los espectadores!! De forma que toda la vida que hoy llamaríamos privada, entonces era muy pública (cosa que, de hecho, como sabemos hoy, no acercaba al monarca a la vida de su pueblo, a sus problemas. Era simplemente un espectáculo). Otra curiosidad es que para solventar distintas conquistas o guerras, los distintos reyes fueron vendiendo todas las cosas de valor (elementos de plata y oro) y así es que en el palacio no hay demasiado lujo. Lo que sí hay son muchísimas pinturas, porque a uno de los reyes le encantaban, y tenía -por supuesto- obras en cantidad suficiente como para renovar la decoración cada 6 meses.
Lo que no vimos fue algo parecido a un baño, o en su defecto, alguna bañera, escupidera, o algo para limpiarse. Cuando alguien le preguntó sobre el baño, el guía evadió la pregunta diciendo que no estaban disponibles para las visitas, o algo así. En verdad, no me quedó claro si habían o no, que era una de mis curiosidades desde la secundaria, cuando comencé a escuchar algo de la monarquía francesa y sus particulares costumbres. El día de la visita, el clima estaba variable: llovía, paraba, se nublaba, volvía a salir el sol, así que entre eso y que la visita duraba unas dos horas, decidimos no visitar los jardines del palacio.
Del Palacio, y después de hacer un break, nos fuimos al Museo del Louvre. Ahí, todo fue maravilloso. Además de otras cosas, vimos: La Gioconda (de Da Vinci), pinturas de Rubens, la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, El Esclavo Moribundo (de Miguel Ángel), Amor y Psique (de A. Canova), y demás bellezas. En el folleto, hay una leyenda que reza "Se ruega no tocar las obras". Es llamativa porque está en negrita pero con los bordes borroneados, y debajo, explica: "Las obras de arte son únicas y frágiles. Los siglos han pasado por ellas y debemos conservarlas para las generaciones futuras. Tocar una pintura, un objeto, una escultura, un mueble, aunque sea levemente, los estropea. Sobre todo cuando ese gesto se repite miles de veces. Ayúdenos a proteger nuestro patrimonio común." Es una forma interesante de llamar la atención sobre la importancia de no tocar nada. De ahí, salimos cerca de las diez de la noche, y porque cerraban. Nos tomamos un metro y fuimos a la Torre Eiffel. Llegamos a las diez y media, ya agotadas, y con planes de subir caminando hasta el segundo piso (lo máximo posible por escaleras). Por suerte cerraba a las 12 de la noche, así que teníamos tiempo. Ver París de noche, desde lo alto, fue algo espectacular, inolvidable. El Sena, el Arco del Triunfo, la Catedral de Notre Dame, los parques que rodean la torre, todo es hermoso visto desde arriba y de noche. Y un detalle: si bien la torre de día es de color gris (y supongo que ese es el color que lleva, en verdad), de noche las luces hacen que tome un color dorado muy diferente, y es hermoso. Parece dorada. Y debe ser sólo un juego de luces. Llegamos al hotel a la 1 de la mañana, y nos acostamos a las 2. Esa noche le preguntamos al señor que estaba en el mostrador del hotel por el aeropuerto del que salíamos y no tenía ni idea. Algo ya andaba mal, pero estábamos demasiado cansadas como para resolverlo entonces.

0 comentarios