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Próximo destino: Madrid

Sábado 24 de julio

Por suerte, en París había una hora más que en Inglaterra, así que no tenía que esperar 7 horas sino 6. Dejé una valija y la mochila en un locker y me fui a algún lugar que fuera más lindo que la terminal. Lo que más cerca me quedaba era la Catedral de Notre Dame, y hacia allí fui. Me quedé leyendo, escribiendo un poco, desayuné... y miré la catedral como si fuera algo familiar. No entré, sencillamente me senté de frente a la fachada y la miré como quien mira una nube, como sucede cuando uno supera el primer momento de exaltación. Fue una experiencia fantástica ver esa maravilla sin toda la carga de la primera vez. Y la gente pasaba, pasaba, y yo quedaba... hasta que me tuve que ir a tomar el micro. Ese micro, el segundo, fue mucho mejor que el primero, no sólo porque estaba medio vacío sino porque era más espacioso. Además, veíamos el paisaje, no tenía nadie al lado mío, cada tanto parábamos y nos pasaron una película. Estuvo bien. Vi tantos autos con bicicletas atrás que pensé que tal vez sería una buena idea para traerme la bici de Nati, si es que todavía piensa regalármela.
Estoy sola en París, sentada frente a la Catedral de Notre Dame, con mucha gente a mi alrededor, pero sola. Tanta gente me aturde, en especial porque acentúa mi soledad: aquí no le importo a nadie y a la mayoría no puedo entenderla. De pronto, tomar una foto se convierte en un intercambio humano, pero en extremo estandarizado. Quiero decir: si hubiera una máquina a la que uno puede pedirle que saque esa foto, sería lo mismo. Aún así, es hermoso estar acá, la majestuosidad de Notre Dame se impone y me relaja. Estoy tan cansada... tengo todas las necesidades a flor de piel.
Ya estoy viajando rumbo a Madrid, y la verdad es que el micro es mucho más cómodo que el que me llevó de Londres a París. Más allá de esto, se me ocurren algunas reflexiones. La primera es que yo había pensado que iba a pasármela escribiendo y no es así, ya son casi las seis y estas, las primeras líneas que garabateo. Y me gusta escribir, me hace bien y sin embargo, no me dedico lo que debería (según mis propias pautas) sino lo que me viene en ganas. Y me viene a la mente pensar cuándo encontraré un momento como este, para parar un poco y hacer algo, si se quiere, casi innecesario pero siempre, de golpe, imprescindible. También me puse a pensar “Epa, estoy disfrutando de este viaje” y unos segundos más tarde me planteé que en verdad, yo disfruto de todo lo que hago, y supongo que también sucede lo contrario: hago cosas que me gustan. Y me critico, pensando que soy una hedonista, que vivo sólo para estar bien, y más allá de que cuando lo escribo me parece fantástico, también me doy cuenta de que ahora, más allá de que tenga ganas, necesito trabajar.
Viajar por las carreteras tiene su magia. Uno mira mucha gente, se ven todos los paisajes y creo que se percibe más humanidad que en los aviones. Y sobre todo, uno ve este mundo y sus maravillas. Sé que suena cursi, pero es así. Ver las villas, los sembrados, los ríos y encontrar que todo es en algún sentido distinto de lo que uno conoce, es hermoso. Dos detalles: el paisaje es más agreste que en Irlanda e Inglaterra, y en las rutas no hay publicidades. Por otra parte, hay que ver la cantidad de gente que viaja en estas rutas. Todos parecen estar de vacaciones: viajan con mucho equipaje y con las bicis atadas a los autos. Esto me hizo pensar que teniendo en cuenta, voy a ver si podemos manejarnos así con Javi acá en Europa: Nati comentaba que alquilar autos no es tan caro y ahora se me ocurre que puede ser una buena opción para pasear y traerme su bici cuando ella se vuelva a Argentina. Y una buena excusa para tener carnet de conductor.
Paramos para “cenar”, cosa que por supuesto no hice, en Niort. Por fin tengo un mapa y una idea de dónde estoy.

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