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Próximo destino: Madrid

Miércoles 30 de junio

El viaje en micro no estuvo nada mal. Fue muy puntual y el paisaje, bastante agradable. Sólo hubo un incidente cuando llegábamos a Barcelona, cuando el conductor se puso a maldecir con el tránsito y se peleó con unos pasajeros por el asunto del equipaje.
En la estación de autobuses nos tomamos el metro, que es igual que en todos lados: con saber en qué estación está uno y a cuál va, no hay mucha vuelta. El único problema era que había pocas escaleras mecánicas, y la pobre mami estaba agotada. Es que llevaba una valija y dos bolsos de mano, todo lleno y pesado. Al salir de la estación de metro en las Ramblas, sentí un aire distinto. Había algo de liberación, de calma. De vacaciones. Fue como llegar a Pinamar, no por los pinos sino por el espíritu: en general, la gente estaba muy bien, de vacaciones y tranquila. Había gente muy distinta: negros, orientales, y los más parecidos a nosotros. Idiomas, el que pidan: alemán, francés, oriental, y por supuesto, todo en castellano y... catalán. Todo está en los dos idiomas, castellano y catalán. Supongo que el catalán será lengua oficial. La Rambla es muy pintoresca porque está llena de puestos callejeros que venden flores, semillas, diarios y revistas y pájaros. Tiene muchísimos árboles (plátanos, como en el Parque de 9 de Julio, para los que lo conocen) y a ambos costados, la calle. Es como si en 9 de Julio (u otro lugar) hicieran de los bulevares que hay en medio de las calles, un lugar de tránsito y puestos de mercado. Quedan así tres veredas, ya que no desaparecen las que están al lado de los negocios. Es más lugar para el tránsito peatonal. Con este panorama nos encontramos mamá y yo cuando salimos del metro. Un lugar lleno de vida. Fue muy fácil encontrar el hostal, aunque tuvimos que caminar varias cuadras. El paisaje comenzaba a ser distinto: las calles, muy angostas (apenas entraba un auto en las calles, y dos personas en las veredas) y retorcidas: te decían "siga por esta calle" y uno hubiera esperado la acotación "derecho"; pero de hecho, había que seguir siempre torciendo para algún lado, y seguía siendo la misma calle. Las edificaciones me hacían acordar a las casas antiguas de la provincia de Buenos Aires, o de la misma Capital: grandes ventanas y dos o tres pisos, puertas de dos hojas y tonos amarillentos en las paredes. El resultado de esto era sentirse realmente medio encerrado, pero a mí me parecía muy pintoresco. Y lleno de bares. Por todos lados, un bar. Al llegar al hostal, me anuncié como la hermana de Nati y enseguida subí a la habitación, sola de las ganas de verla a la Napa. Entré a la pieza y la vi, igual que siempre, en su camisón viejito, y con el mate en mano. Nos dimos un fuerte abrazo y le conté que mami andaba cargada, abajo. Creo que ella bajó a ayudarla, y pronto estábamos las tres juntitas. Fue una sensación hermosa la de sentirnos otra vez cerca. Puede ser que hayamos tomado mates; lo cierto es que yo tenía muchísimas ganas de ver el mar y después de la emoción de volver a vernos, fue lo primero que sugerí. Mami y Nati se rieron, de lo rápida que estaba yo para organizar programa. Pero me siguieron. Nos cambiamos y nos fuimos al mar. Nos costó un poco encontrarlo, pero tras una larga caminata por una zona de veleros y barcos-restaurantes y bares de un lado y árboles y bancos del otro, llegamos. La paz que me da el mar es algo ncomparable. Estábamos contentas de estar ahí, juntas, en el mar, y de empezar unas vacaciones que, lo sabíamos, serían maravillosas e inolvidables. Enseguida vimos que había varias mujeres en topless, y mami y yo, ni lerdas ni perezosas, nos sacamos el corpiño. Hay que ver la sensación de libertad que da estar en la playa, al sol, y sin corpiño. Es hermoso. Igualmente, me daba un poco de vergüenza. Sólo a mí y por mí: no era que alguien me mirara de una forma rara, era yo la que me sentía diferente por hacer eso por primera vez en mi vida. El mar parecía una piscina (ya no es más "pileta"...), casi no tenía olas y era tan transparente que me tapaba completamente y me veía los pies. Bellísimo. No es que el agua fuera cristalina, sino que era de un azul verdoso muy claro, que se podía ver de todo por debajo del agua. El agua no me pareció tan salada en un principio, pero sí cuando sin querer, la tragué. Lo que no tenía, era tanto yodo como la del Mar Argentino. Y el arena, en vez de ser fina, era como pequeñas piedritas, como ripio. Y era lindo hacerse milanesa, porque la arena era muy fácil de quitar, aunque uno quedaba con un polvo como terroso. Pero no me importó eso, me tiraba en la arena, sin lona, a tomar sol.
Pronto caímos a la realidad: teníamos que pensar en cenar, y por eso Nati y yo fuimos a El Corte Inglés, a hacer las compras. Eran cerca de las 10 de la noche y estaban por cerrar, pero no creíamos que nos cerrarían las góndolas y nos echarían tan puntualmente como lo hicieron: no era que a las cerraban las puertas, sino que a las 10 te echaban de adentro. Así que compramos lo que pudimos y salimos. Empezábamos a organizarnos para comer en los hoteles. Nos fue muy bien. El menú, por lo general, era sandwiches, alguna verdura o legumbre en conserva (choclo, garbanzos o arvejas), atún al natural, tomates, fruta, yogurt y cereales. Sano, rico y llenador.

2 comentarios

viviana aguilar -

Me siento tan feliz que estes tan feliz
Tu compañera de estudios
Viviana

Laura -

Me siento como si estuviera con vos, viendo las maravillas españolas. Sin dudas te convendría "estudiar" un poquito de todo para que se te haga más fácil el recorrido tanto por los museos como por las distintas comunidades. Pensá que cada una tiene su "idioma" oficial, además del español y tengo entendido que se parecen más a dialectos que a idiomas. Tu diario de viaje está claro y atractivo, así que, como diría la maestra de primer grado "continúa así". Besos, Laura