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Próximo destino: Madrid

Mundo sub – piscina

Por esa cuestión tan propia de los seres humanos de los últimos tiempos (a saber: evitar que otros hombres y mujeres, sobre todo desconocidos, nos toquen, y en especial, nos peguen), a pesar de las grandes cantidades de cloro que les ponen a las piscinas públicas, todos optamos por abrir los ojos mientras nadamos, aún a costa del blanco de nuestros globos. Por eso (¿a quién se le ocurriría que la cuestión tiene una veta económica?), alguien inventó las antiparras, o gafas para el agua.
Siempre recuerdo una Navidad, por los regalos que recibí. Nati y yo éramos chicas, seguramente hacía calor y estábamos en el parque de 9, en la zona de las parrillas, cono papá y mis abuelos. No sé qué año era, y tampoco por qué Adri no estaba (o por qué no la recuerdo). Lo cierto es que Nati y yo recibimos un gran paquete cada una, que dentro tenía una mochila azul. Estas mochilas fueron las primeras que vimos con las tiras reforzadas para que no molesten los hombros, y dentro tenían un par de patas de rana y unas antiparras. Un equipo fantástico para un verano inolvidable. Por supuesto, el verano se olvidó, pero la experiencia con los accesorios para la pile, no. Las patas de rana me permitían nadar grandes distancias muy rápido y sin cansarme. Pero las antiparras fueron un chasco. Supuestamente, me las debía ajustar como sopapas a los ojos, pero no había forma, siempre me entraba agua. Lo mejor era que estaba acostumbrada a nadar con los ojos cerrados, y las antiparras fueron una provocación inútil, ya que me crearon la curiosidad / necesidad y no había forma de que funcionaran. Así que empecé a mirar debajo del agua, sin protección. Años y años así, primero por una razón, luego por otra. No chocar gente y nadar recto, las principales.
Hasta que Nati me prestó las suyas de adulta, este verano raro que cae en julio. Y debajo de la superficie de la piscina, descubrí un montón de pequeñas maravillas. Lo primero, que si el agua está transparente, todo (salvo otros ojos detrás de otras antiparras) se ve perfectamente. Y desde este punto de partida, todo: se puede apreciar cómo nada alguien, cómo se deforma el propio cuerpo con la fuerza de los chorros del agua filtrada, las burbujas que dejan los otros nadadores cuando se cruzan delante nuestro nadando crowl, y con un poco más de esfuerzo y atención, qué tan bien patea uno mismo al nadar, la belleza del cielo y los árboles con el agua de por medio, ya preciar el segundo en que para respirar, uno sube sobre el nivel del agua, o el instante en que, al hacer una pirueta, todo eso se da vueltas. Y es bello.

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